Dos hechos conmueven a Cuba

Martín Guevara

Dos acontecimientos conmocionan la actualidad en las dos orillas de referencia para los cubanos. Primero, la clausura de un espectáculo unipersonal a cargo de Daisy Granados en Miami a raíz de un recuerdo nada ennoblecedor para la actriz cubana, de una ex bailarina y vecina suya, Juanita Baró, que la involucra como triste protagonista en la época de la orgía de golpes y vejaciones que caracterizaron a La Habana los días del éxodo migratorio a los Estados Unidos desde el puerto del Mariel, de la cual ella misma fue objeto.

El otro hito tuvo lugar en la isla, consta de tres sorprendentes permisos, podrán regresar los emigrados a vivir a Cuba, tras una solicitud que les será respondida en el plazo de noventa días; tan importante como increíble es que un sistema pudiese sostener tal anacronismo, podrán residir en el país los inversionistas de bienes raíces, uno de los negocios más especulativos, menos ligados a la producción, y de mayor responsabilidad en la actual crisis mundial junto a la banca, con lo cual si bien el hito no guarda gran importancia para la población, representa en sí, finalmente, el reconocimiento de aquella prematura claudicación ideológica (ya que desde hace mucho tiempo aquello de socialismo no tiene nada, al menos en su parte más beneficiosa para la población). Y el tercero, el más importante ya que fue el sello de la Revolución, es que los cubanos podrán viajar sin la necesidad del infame “permiso de salida” y la no menos vejatoria carta de invitación, los cuales según el alto dirigente Ricardo Alarcón sostuviera en una sorpresiva disertación con el valiente estudiante Eliecer Avila unos años atrás, “no se retiraban  para que no se llenase todo el cielo de aviones con todos esos cubanos viajando para aquí y para allá”, claro, más adecuado era, según dio a entender sin decirlo, que sólo ellos, los dirigentes,  pudiesen dotar de pequeñas manchas móviles de aeroplanos a las blancas nubes del caribe.

Estas medidas en su conjunto constituyen derogaciones de una serie de caprichos antes que promulgaciones legales, y ponen de manifiesto como en efecto Raúl tenía otros planes para hacer perdurar el establishment en Cuba, que como un buen bonapartista, sabe que en ocasiones hay que ceder un veinte por ciento para con mayor ímpetu conservar el restante ochenta. Aunque los que así pensábamos, creíamos que solo se pondrían en funcionamiento una vez que Fidel no estuviese presente de ninguna manera.

El caso de la actriz y la bailarina no pasaría de ser un brete de barrio, una chisme de conventillo, si no fuese porque esas historia particulares con víctima y victimario, tuvieron lugar de manera generalizada en La Habana, en cada cuadra, en cada barrio, en cada Comité de Defensa de la Revolución, organismos concebidos al principio de la Revolución para la vigilancia parapolicial por parte de la población civil frente a los atentados contrarrevolucionarios pero que, a poco de ser constituidos, se convirtieron en un foco de difamación, de rumorología altamente nociva para el afectado, un foco de inquisición y delación entre vecinos.

El año 1980 fue uno de los más vergonzosos de la Revolución, por como se permitió que se apretujasen 10.000 personas en la Embajada del Perú para salir de Cuba, que allí dominase la ley del más fuerte, que se les arrojase objetos contundentes a los hacinados en los patios y jardines, causándoles serias heridas no atendidas hasta varios días más tarde, que se permitiese la violación de mujeres sin interceder por tratarse de “escoria gusana”, y por los sucesos del Mariel que inundaron el alma juguetona y alegre habanera, con más pérfido de los odios, el que es manejado desde el poder para dividir y enfrentar a los hermanos.

Por doquier se sucedían las golpizas a los vecinos o a los profesionales en los centros de trabajo. De mi escuela sacaron a dos profesores que tenían pedida la salida, a golpes, escupidas e insultos y los acompañaron con esa comparsa hasta la parada de la guagua.

Tengo impregnada en la memoria la mirada del profesor de Física, el gesto de su cara con cada bofetada, y el remolino del pelo lacio, con cada golpe en la nuca, las escupidas en la cara. Siempre valientes con gente tranquila, no violenta, había un obrero de la fundición en el edificio contiguo, que cuando fue abordado por estas hordas de embullo, sacó un machete, miró de frente a los exaltados y dijo, ¡al primero que me toque me lo echo al pico!

Hubo incidentes serios en Alamar, algunos heridos por las hordas y otros, que después de ser escupidos y abofeteados, en la soledad de sus departamentos no aguantaron el recuerdo del bochorno transcurrido y salían a enfrentarse al primero de los ofensores que viesen. Hubo suicidios por esa causa también.

Y muchísimo alcohol gratis en pipas estatales para olvidar aquella vergüenza.

La cantidad de dramas y tragedias que se dieron cita en los días del Mariel, solo se pueden contabilizar con la imaginación o la especulación. Pero lo que no puede negar todo el que vivió esos años, en todos los barrios, con la aquiescencia de las autoridades, esas golpizas, humillaciones y abusos eran tan generalizados que parecían una catarsis colectiva, como si castigasen al que se atrevió a hacer lo que colectivamente en el inconsciente deseaban casi todos: pirarse al norte.

Soy de la idea firme de que solo un corte drástico con la justicia entendida como venganza logrará detener el círculo vicioso de la violencia y el dolor. Y el acercamiento sin reclamar una vez más la regocijante pero envenenadora vendetta, como reparación de sus incomodidades, de sus pérdidas, dependerá precisamente de las víctimas, de la sabiduría adquirida en estos largos años; pero también es menester entender, como uno de los requisitos sin los cuales no se puede ni siquiera comenzar un diálogo, la necesidad de que el victimario se arrepienta y solicite esa indulgencia. De otro modo no hay perdón posible.

Curiosamente el destino ha sido condescendiente con los anhelos de la justicia terrenal, como no demasiadas ocasiones suele ocurrir y ha determinado que los que ahora tengan la dificultad para viajar sean precisamente los que hasta hoy tenían la facilidad, a saber: los funcionarios del Estado, los poseedores de información estratégica y los deportistas, del mismo modo que los que podrán retornar, serán quienes en la sociedad que se avecina de bienes raíces, de futuros millonarios, estén mejor posicionados para hacerse con ese fluido de dinero, que así como dijese Karl Marx sobre la materia, aunque con una pequeña variación: “ni se crea ni se destruye, solo cambia de manos”.