Por: Martín Guevara
Se acercó a la ventana, observó las pocas figuras que aún a esa hora se movían abajo en la calle, regresando a sus casas, yendo al último bar, o simplemente matando el insomnio, llevados por el magnetismo de la costumbre, por su tracción, yendo a los mismos lugares de cada día, la cama, el bar, el paseo. Como él mismo había hecho cada día y cada atardecer, si bien era cierto que rara vez permanecía despierto hasta más allá de la medianoche, pero ese día no podía dormir.
Había visto la tarde anterior el partido de fútbol de la Ligade Campeones europea con sus amigos del barrio. Era tarde, no era recomendable para nadie que debiese atender a la mañana siguiente algún oficio o negocio andar a esas horas por la calle. Pensó que esporádicamente se dan circunstancias que pueden provocar insomnio.
Se quedó observando los pasos de la gente y escuchando los sonidos mientras intentaba suponer, sospechar, adivinar a dónde irían.
Cuando le entró el sueño, antes que le nublase el pensamiento, dejó de mirar por la ventana y decidió que era el instante de hacerlo.
El hermano, que había quedado con él en pasar temprano por la casa, lo encontró suspendido por el cuello, inerte, alejado ya de todos los ruidos y los temores de toda luz pero también de toda sombra.
Se había suicidado. Él no serviría para vagar por las calles sin televisor, sin una cama, sin calefacción, sin comida, sin dignidad. Sobre las diez de la mañana, estaba programada la visita del representante del banco, del notario y de los agentes del orden para efectuar el desahucio, y en efecto se hicieron presentes justo en el momento en que trabajaba otro grupo de policías en esclarecer el hecho.
Por la tarde se suicidó otro amenazado de desahucio lanzándose por el balcón.
Y entonces saltaron las cifras y las estadísticas a la palestra pública.
En estos momentos, en España hay tres cientos cincuenta mil familias desahuciadas, echadas de sus casas, y un gran número de ellas no tiene otro sitio para ir a dormir que bajo un puente o a la vera de un aplaza céntrica. Una cifra demoledora. En el mismo momento en que se celebra el juicio a los responsables del desastre de la fusión de Cajas de Ahorros conocida como Bankia, con serios indicios de varios delitos, por parte de la cúpula directiva, con toda la pinta de culminar en un sobreseimiento, amnistía o indulgencia, como ha sucedido con todos y cada uno de los corruptos que han conseguido apropiarse o dilapidar un volumen desopilante del dinero del contribuyente.
El país ha solicitado un rescate a Europa para la banca y ésta continúa desahuciando a los contrayentes de hipotecas que no pueden pagar y que mantienen la deuda de por vida. Dicho rescate lo pagan los ciudadanos que tienen imposible evadir impuestos, la clase media profesional y trabajadora.
En breves palabras, los asalariados de diferentes capas sociales, están financiando los desahucios de sus vecinos y ex compañeros de trabajo.
Aun teniendo en cuenta que ningún período histórico fue comparable en cuanto a confort, derechos, libertades y hasta igualdades a este, también es cierto que en algunos países europeos se está comenzando a desandar lo mucho avanzado con los pies y menos con la cabeza.
Si bien es verdad que aun estando en paro, la clase media y obrera española vive infinitamente mejor que otrora trabajando, cuando no existía ni la más mínima capacidad de ahorro, cuando la sociedad era tan pobre como atrasada y cuando las sociedades con salvadas excepciones se contaban por monarquías absolutistas o por dictaduras, si bien es cierto que no ha habido para la humanidad período más prospero y tendiente a la equidad, a la justicia, y al riqueza, tampoco es menos real que el sentimiento de que es una conquista eterna, perdurable, algo natural, ha favorecido una especie de opacidad, de menefreguismo tal que han comenzando a perderse las buenas formas para mantener la ilusión de participar de un proyecto de país democrático, civilizado. Y también es cierto que en la crisis financiera de 1929 se suicidaban los banqueros, mientras que hoy lo hacen sus víctimas.
España, a pesar de su crisis, ha aportado este año dos nuevos disfraces para la celebración de raíces célticas de la fiesta de Halloween, una es el disfraz del desopilante resultado de la reparación del Ecce Homo, que provoca el temor velado de la posible desaparición súbita de toda forma de belleza, y el segundo, un traje que provoca un terror más agudo, más opresivo, una angustia de tal intensidad que se desaconseja su uso, el disfraz de ministro del actual Gobierno, con su variante en corbata roja y traje oscuro a rayas, con bombín de banquero.