Mujer frágil, pero invencible

Martín Guevara

En Yoani hemos encontrado a una de esas personas grandes en serio, grandes de verdad, fuera de estereotipos, lugares comunes y dimes y diretes. De esa vieja tradición de mujeres aparentemente frágiles pero increíblemente invencibles. Y esa es sólo la punta del iceberg, porque en aquello que percibí a la persona fuera de lo común es precisamente en su cotidianidad, en lo inconfundible de su paso por cada asunto sin la pretensión de separarse de la normalidad, del terreno circundante, lleva los pies lo más pegados posible al suelo dado lo alto que porta su cabeza.

Me subyuga la claridad de las ideas, no en el modo del necio que aparenta no tener dudas, sino más bien al contrario, manifestando un modo de ser propenso y sujeto a modificaciones permanentes, pero sin abdicar de lo fundamental de su timbre de voz, de su razón de ser. Esa capacidad para que, aún mostrándose flexible, tolerante, conciliadora, sean los “otros” los que terminen sumándose a sus palabras, a sus propuestas, a sus irrebatibles razones de un modo natural, sin esfuerzo, sin resignar las ideas propias, muestra que su propuesta no está emparentada con el sometimiento, alineamiento, sino con la reflexión, el reparo justo ahí en la duda, en ese recodo del camino en que se abren encrucijadas y se nos plantea la necesidad de elegir; ahí es donde la percibo más tranquila, más segura, más conductora, a sabiendas de que el éxito de la elección del camino no responde a su finalidad, sino a cómo sea transitado, a cómo sea vivido.

Es más compañera que pedagoga, más el “sherpa” que un líder impostado, pero en el fondo, como con el “sherpa”, uno termina siguiendo sus pasos.

Hay algo muy íntimo en ella alejado de preconceptos, de prejuicios, cargado de aire muy fresco mezclado con los mismos viejos cantos humanos de libertad.

Trae en su estilo, que no en su propuesta, una invitación al cambio de estructuras, pero también de modificación del firme, y no parece asustarle toda la inmensa tarea que ello puede llegar a insumirle si realmente empieza a concretarse, a la vez que da la sensación de que no defraudará en lo inmediato a quienes decidan subirse, con recaudo y vigilantes, a su barco sin un final definido en la partida, pero con rumbo inmediato a cada puerto del bien, de la suma, lo que yo denomino el amor. Lo único que me atrevería a sugerirle es que no abandone del todo esa magnífica pluma, su senda literaria, ya que es en lo descriptivo un prodigio del sello de la tradición cubana, desde Villaverde hasta Carpentier y Cabrera Infante.

Definitivamente me gusta esta chica y no tengo ni idea de sus proyectos en el corto plazo, pero me parece de la gente que ayuda a cambiar todo a mejor, me gustan las personas convencidas de la necesidad de hacer Paz, la Paz no está nunca lo suficientemente esculpida ni completamente conquistada, me gusta la gente que no quiere problemas, pero que no les teme si se cruzan en su camino, que procuran el entendimiento, los puentes, pero que no se agachan ante las dificultades.

Presenta un seria dificultad añadida frente a ciertos auditorios internacionales de afectados por las violaciones de los derechos humanos, a la hora de explicar la opresión, la represión, lo asfixiante de una sociedad de las mal llamadas socialistas, que precisamente hacen un uso pernicioso de la terminología asociada a la víctima, secuestrando el sentimiento de solidaridad con los más necesitados, con los desposeídos mediante la apropiación de un lenguaje mesiánico, pero completamente ajeno a la verdad.

Tuve la oportunidad de comentarle que yo había sido precisamente uno de esos extranjeros privilegiados a los que ella a menudo se refiere, con toda razón, que pueden hacer en su país lo que les está prohibido a los ciudadanos del mismo, y le dije que ni aún así yo habría tenido el valor y los pantalones tan bien puestos como para seguir adelante con mis convicciones de la manera que ella lo ha hecho. Me dio un afectuoso abrazo y me dijo:

- No muchacho, no digas eso, tú no sabes cómo me tiemblan las piernas cada día- y entonces el abrazo se lo di yo con un profundo respeto, de una manera que no suelo hacer, excepto con mi abuela Elena a la que llevo en la proa de mi nave, a la tía Celia y a la Reina Juana la Loca, a quien hice una promesa de lealtad a sus pies en Tordesillas, donde fue condenada y traicionada por su familia y de quien estoy encantado de sentirme aunque sea un poco, como su leal escudero.