Asamblea de moral comunista

Martín Guevara

Mayte, la delegada de la Juventud de mi secundaria que encabezaba aquellos émulos de juicios sumarios en el aula en horarios post lectivos, en lo que se daba en llamar reuniones de “moral comunista” en las cuales, en efecto, se hacía un análisis público de aquello que acercaba o alejaba a cada alumno al prototipo de comunista perfecto, el día que se corrió la voz de que era lesbiana palideció, el cargo le quedó grande en breve y su expediente acumulativo comenzó a sufrir el mismo tipo de manchas que ella solía derramar sobre quienes entonces pasaron a ser sus “Torquemada”, a los pocos días de aquello se colgó de un framboyán.

Los ahorcados no sangran, por eso cuando yo observaba el framboyán de enfrente de mi casa y veía sus vainas color marrón colgando displicentes, mecidas por el viento y precedidas de las flores al rojo vivo, pensaba en Mayte y en todos esas enormes figuras colgando, los que no habían querido ir a Angola por rechazo a la violencia o por el más elemental temor a perder la vida en una guerra tan ajena, los que habían pedido la salida y nunca les llegaba, los que eran testigos de Jehová, los que tenían un pariente en el norte y manifestaban que seguían carteándose con ellos, que los extrañaban, a los que nadaban en ron, los que se habían tirado al mar en lancha casera y no habían alcanzado más orilla que la raíz de aquel árbol.

A todos ellos es mi homenaje. A la gente que fue obligada a sentir miedo sistemáticamente, una soledad pasmosa, sed de comprensión, y a sentir vergüenza de sí mismos. Porque de todos los rasgos de los sistemas mal llamados socialistas de partido único, el más torvo, perverso y retorcido, es la apropiación de la terminología revolucionaria, que supone solidaridad con el más necesitado, es el rapto de los sentimientos más nobles, de conmiseración por las clases trabajadoras y sus vicisitudes, por los pobres y los hambrientos del mundo. Dado lo cual quien percibe que está siendo abusado por los cuatro costados por un poder autoritario y omnipresente y siente imperativamente el deseo de manifestarlo, de inmediato pasa a preguntarse si con ello no estaría causando daño a algo más importante que las aspiraciones individuales, en definitiva si no estaría atentando contra el “Bien” como categoría, que tiene morada en ese subordinado discurso revolucionario, brillante aprendiz de las técnicas conque el tiempo ha dotado a la experta Iglesia. Primos hermanos.

Una brisa cálida recorre la mejilla del padre de Mayte justo donde unas gotas saladas empiezan a mostrarse inquietantemente persistentes, ya presenta signos de desequilibrio, los nudos comienzan a ceder, habla solo, bebe sin moderación las cervezas de la pipa que llevan al barrio para mantener una calma tensa, ya no ríe jugando dominó con los vecinos, ni baila en las fiestas del CDR, todo ha cambiado en su semblante desde que su hija cayese fulminada por el peso de la historia.

Sepultada por un alud de amnesia demencial sin embargo intuída por su difuminada presencia hierática, gélida, eterna.

Hoy es tiempo de pensar en la mejor manera de que aquello no vuelva a ocurrir; sabiendo que puede suceder, pero estando listos para abonar y arar el terreno con la huella de los propios pies.

Orquídeas y brujitas a los pies de las mujeres que hoy llevan la voz cantante en la nueva toma de conciencia. En torno a la ceiba con su ancho tronco plagado de espinas danzan los güijes y los chichiricús, mientras que en el framboyán se mecen esas vainas coronadas de flores de rojo fuego, cuales ahorcados sangrando.

 A todos ellos mi saludo. Incluida Mayte.