Por: Martín Guevara
Las tecnología nos ha acercado una nutrida variedad de maneras de ponernos en contacto con seres queridos que por avatares de la vida no vemos con la regularidad que nos placería hacerlo, o con nuevos conocidos que no por el hecho de ser virtuales carecen de nexos estrechos con nosotros, sino que, más bien por el contrario, suele suceder que al no mediar el arsenal de ceremoniales que acostumbramos a utilizar por cultura y educación al conocer a alguien en persona, se va con mayor rapidez al grano, donde acostumbran a residir los puntos de coincidencia.
Pero hay ocasiones en que las redes sociales nos juegan malas pasadas, o simplemente nos ubican en otra cara de la realidad que la que estamos dispuestos a ver con meridiana claridad cada día, nos sale el cuco, la rana, el antagónico o simplemente el toca… narices.
Así fue que recientemente recibí una serie de notas a modo de correos a través de internet, de una misma persona que con insistencia decía encarnar el sentimiento de buena parte de los lectores de algunos de mis escritos, mostrando una aguda contrariedad por el hecho de que en algunas de mis reflexiones, anécdotas o sentencias, ya sea el editor del sitio de prensa o yo mismo mencione el hecho de que soy “sobrino del Che”.
Durante muchos años viví de mala manera bajo la sombra y el peso que dicho parentesco me deparaba, ya que en mi caso el no poder sobresalir en nada con mayor alcance que esa condición de parentesco con un personaje mítico, atentaba contra mis posibilidades lejos de socorrerme. En esto el Che en sí mismo no tenía nada que ver del mismo modo que ocurriría si hubiese decidido vivir del orgullo de llevar su sangre; lo que estaba en juego era la manera de vivir aquello que rodeaba al personaje, aceptar el segundo plano, y consecuentemente toda la manipulación de quienes se apropiaron de su impronta, de su figura, resaltando la característica de su lealtad a ciertas ideas y ocultando su constante crítica, revisión y reinterpretación de la historia.
En otro terreno se encuentra lo que opino estrictamente sobre la vida y obra de Ernesto como persona y personaje histórico y eso prefiero dejarlo para el consumo propio, ya que además de pensar que carece de interés intelectual prefiero reservarme el derecho de cambiar de opinión acorde a las edades que vaya atravesando y las diferentes sensibilidades y nexos emocionales que me puedan unir a su ánima, o a la impronta que su vida dejó en varios de mis seres más queridos.
O sea que más bien dejo que se coloque mi parentesco con el Che, precisamente cuando emito una idea o un criterio que contrasta con la manipulada versión oficial del lado de la calle donde la imagen sugerida proyecta su sombra, como una interpretación estática de las reverberaciones de sus estruendos de otrora. Suele interesarme en particular establecer ese contraste con todo aquello que se supone debe “pensar” y “opinar” un familiar del Che, una contracara de la simpatía obligada hacia todo lo que se vende como su leitmotiv, opuestas a mi interpretación de su legado. Una mirada diferente, intimista, alejada de los focos, más cercana a la soledad con la cual se reconcilió en la antesala de su muerte.
Por ello quería compartir este fenómeno curioso que me he visto invitado a apreciar a lo largo de los años desde la primera fila. Si alguien osa usar su parentesco con mi tío con cualquier otro mártir para obtener ventajas de los más diversos tipos, desde el gran dinero en jugosos contratos con magnates capitalistas, hasta viajes, pasando por todo tipo de privilegios, inmuebles, objetos de arte, banquetes y una extensa gama de etcéteras, se considera bien hecho e incluso llega a ser promovido y aplaudido, siempre y cuando sea con el fin de dar loas a la nomenclatura cubana, al coto de caza de los dictadores y de encubrir todas y cada una de las injusticias de la mal llamada Revolución.
O sea que está bien utilizar y exprimir dicho parentesco si es para mostrarse obsecuente de la injusticia, esclavo de la mentira.
Sin embargo todo cambia si por alguna eventualidad a algún trasnochado sin tuercas como éste, vuestro seguro servidor, menciona dicho parentesco sin haber obtenido a cambio beneficios o favores, precisamente para desnudar esas contradicciones tan procaces, que van desde el anacronismo, a la estafa simple y llana a todas aquellas almas inocentes que aún confían en que esa deteriorada nave autoritaria con proa a un futuro de autómatas, está en verdad comandada por la abstracta y cacareada: “moral comunista“.
Si el abajo firmante mencionase al Che para ir por ahí ensalzando de modo poco decoroso las correrías de Fidel & Cía., en lugar de intentar mostrar sus impudicias al tiempo que las mías, acorde a la educación que recibí, esos obsecuentes adoctrinados que arrojan los dardos que resbalan por el hombro de mi edificio central, hacia el callejón soleado donde apresuran sus pasos los tensos y alterados peces gelatina, entonces me aplaudirían y me cubrirían de prebendas, dejando para siempre en la sombra a los harapientos que esperan la lumbre, bajo la lluvia de la calle contigua, en que yo veo con mayor claridad al espectro de Rocinante y mi tío caminando hacia el encuentro con su otro Yo en una existencia menos urgida, más allá de esta vulgaridad.
Curiosidades de la ética en tiempo de las redes sociales.