Por: Martín Guevara
Pienso que ahora que Cuba ha decidido cambiar definitiva aunque solapadamente su modelo de sociedad, la estructura y las bases de su economía, y que pronto comenzarán a florecer de un momento a otro el novedoso empresariado nacional, previsiblemente proveniente de las actuales jerarquías dada la cercanía al poder y dados los parámetros corporativos que irán derogando ellos mismos, sería conveniente reflexionar acerca del perfil de este tipo de nuevo rico que se avecina, pero que ya tiene sus antecedentes en las metamorfosis soviéticas hacia la Federación Rusa, en el Este de Europa, en Vietnam y, últimamente, de modo paradigmático, en la gigante y milenaria China.
La modalidad del nuevo empresario de la sociedad post-comunista reúne una serie de particularidades comunes, a saber: está más predispuesto a la competencia voraz que el empresariado gestado en las sociedades de mercado aunque esté menos preparado para acometerla. Es un elemento descreído, apóstata de toda ideología, religión, filosofía que promulgue una finalidad basada en principios morales. Es ateo, agnóstico, y además descreído de su propio adoctrinamiento.
Siente que pagó antes de comer, de modo que comerá a placer hasta reventar. Mientras el empresariado formado en la sociedad de mercado en algún momento de su vida puede experimentar la necesidad de un aporte espiritual a su vida, puede llegar a replantearse el sentido de lo hecho, allí en los diferentes recodos que las edades y sus invitaciones a la reflexión deparan a lo largo de la vida al hombre. En cambio, el nuevo empresario formado en los obligados lemas de la igualdad social, en su momento de inflexión, suele reflexionar y revisar su trayectoria precisamente en el sentido opuesto, autocriticándose el dispendio fútil de energía y considerando que es momento de concentrarlas en beneficio propio, que es hora de no perder un minuto más en las viejas consignas engañosas ni en utopías estériles. Considera una pérdida de tiempo la hipocresía habitual en el rico tradicional para equilibrar la culpa. No pide permiso, no pide perdón ni da las gracias. Paga.
Para esta nueva clase la ostentación de la riqueza es un saludable signo de buen gusto. No se explican la filantropía ni el mecenazgo en el arte. Aborrecen el arte pero invierten grandes cantidades de dinero en productos sensibles de revalorizarse. Son directos, sinceros, primarios, sin barnices, sin profundidad. Enriquecen vertiginosamente a los fabricantes de cuanto elemento distintivo de mal gusto característico del nuevo rico pulule por los alrededores. Visten impresionantemente mal y a bordo de sus especies de lanchas urbanas fabricadas y pintadas, exclusivamente para ellos, están incapacitados para entender la razón de que un Rolls Royce o un Bentley de color gris azulado pueda constituir para los otros acaudalados un símbolo de distinción.