Por: Martín Guevara
Las reivindicaciones de la lucha ciudadana de hoy en día, las que buscan apoyo en la sensibilidad de los partidos de izquierda, se encuentran plagadas de frases como:
“Se han robado todo nuestros ahorros, devuélvanlos”.
“Nos han desahuciado, nos quitaron nuestra propiedad”.
“El fondo de inversión era una tapadera y una estafa”.
“Las ayudas de miles de millones a la banca deberían dárnoslas a nosotros”.
“Los préstamos bancarios que firmé para hacerme con un piso nuevo con piscina y una 4×4 Land Rover, eran una estafa y me dejaron en la ruina, perdí mi puesto de maestro de obras en el que subcontrataba en negro a dos dominicanos, un boliviano y un marroquí que me trabajaban el doble por la mitad, y ahora Caritas me tiene que dar la ropa”.
“¡¡¡Viva Cáritas!!!”
Eslóganes que defienden exclusivamente “lo mío”, eslóganes de luchas burguesas. Están tan carentes de un sustento filosófico, político o ideológico que se sitúan incluso en el pre marxismo. Previos incluso a la aparición de los primeros anarquistas.
Marx hizo ver que pedir al aumento de salario aparte de que no contribuía en absoluto a cambiar la sociedad sino a asentarla, era contraproducente para el trabajador ya que únicamente le pagarían más si conseguían extraerle más plusvalía o reducir los costes de la empresa. Marx, hace ya unos cuantos años, advirtió a los trabajadores que romper la máquina de la fábrica no conseguía más que el nada desdeñable alivio de sacarse una gruesa espina devolviendo un golpe, no había que luchar contra la máquina sino contra su dueño y cambiar el orden de juego. Aquello que proponía el bueno de don Carlos demostró en la práctica ser una entelequia, pero en cualquier caso la sociedad ideal no es la que precedía aquella chapucería.
Son curiosas también las luchas de esas minorías que tanto incordian a los sectores más tradicionalistas, con el mismo cariz que las que enrabietaban a más no poder a los Partidos Comunistas de los países del Segundo Mundo y a los movimientos revolucionarios de hace no demasiado tiempo, el reclamo del derecho a la individualidad, a la libertad de elección en todo, más democracia, más participación critica, menos autoritarismo.
¡Precisamente lo que más detestaba y temía la izquierda clásica y tradicional!
Luego se festejan como logros propios de la emancipación diáfanos retrocesos conceptuales y concesiones a los estamentos del poder clásico, como por ejemplo los matrimonios de las personas del mismo sexo.
¿Qué es eso de presentar semejantes bodorrios como algo progresista? ¡Vayan a decírselo a los anarquistas de hace nada menos que dos siglos!
El matrimonio, esa institución tan conservadora contra la que parecía se habían manifestado esos mismos grupos que en cierto modo pretendían ser objetores de conciencia, para que al final todo terminase reduciéndose a marcarse como objetivo poder ser como aquellos a los que se decía denostar, dejando claro que aquellas peroratas no eran más que una demostración del fuerte deseo de ser tratados del mismo modo que sus verdugos e igualmente tenidos en cuenta.
Como las organizaciones del Black Power que sintieron que la cúspide de sus conquistas era lograr tener sus propios negros. Ascender como clase en lugar de erradicar la diferencia. Ocupar el lugar del esclavista.
Hoy la izquierda está en evolución, y de ello es prueba el hecho de que esté más perdida que perro en cancha de bochas, que parezca desaparecida, ya que de ahí saldrá algo nuevo y espero que también bueno, pero entre tanto ajetreo conviene cuidarse de no perder la brújula, y recordar que la finalidad debería ser buscar formas novedosas de sociedades más justas, y no precisamente convertirse en centinelas de aquellos prejuicios, vicios, reflejos y modelos acartonados y perimidos, cuyo hábitat es precisamente el génesis de todo este despropósito en que hemos desembocado como proyecto de convivencia.
Curioso que las reivindicaciones de izquierdas que toman las calles hoy en día, sean para defender el derecho a la tradición, la familia, el capital y la propiedad.