El fin justifica a los medios

Martín Pittón

Ricardo Forster se enojó, se sacó y a los gritos increpó: ¡Qué carajo sé de cómo hizo la plata Lázaro Baéz! A su juicio estaba siendo sometido a un interrogatorio propio de un fiscal y no de un periodista. Las preguntas, según él, bordeaban la falta de respeto para un filósofo y exigía ser entrevistado por sus ideas y no por las investigaciones de un periodista que se dice independiente y trabaja para un grupo monopólico. Por supuesto ese periodista es Jorge Lanata. La reacción de Forster tuvo una amplia repercusión y demuestra que el relato que los intelectuales de Carta Abierta pretenden seguir apuntalando está agotado pero en su porfía de mantenerlo vigente se convierte en una caricatura bizarra.

Es importante hacer algunas aclaraciones porque en la entrevista, Forster parece dejar traslucir que hubiera sido emboscado para referirse a un tema del que no quería hablar. No fue así. Se nos ocurrió entrevistarlo porque en la edición del diario La Nación del jueves se adelantaba los ejes de lo que iba a ser una nueva reflexión de Carta Abierta, que esta vez trataría sobre los escándalos de corrupción que involucran a la familia Kirchner y por ahora tienen su principal protagonista en Lázaro Baéz.

Ricardo Forster sabía perfectamente que la entrevista iba a versar sobre la corrupción y accedió a salir al aire, entonces no puede después decir que no lo llamemos más para hablar de esos temas sino que tenemos que preguntarle sobre sus ideas. Es un planteo deshonesto que pretende poner en tela de juicio la forma en que hacemos nuestro programa y nuestro profesionalismo. Eso para mí es intolerable aunque no deja de ser una anécdota y no tiene que ver con el fondo de la cuestión.

En la entrevista, Forster dijo cosas peores que la palabra carajo, que no debería escandalizar a nadie a esta altura. Comparó las investigaciones de corrupción con la imagen que en los años veinte construyeron los nazis de los judíos como avaros y con sus bolsillos llenos de dinero. La comparación es peligrosa pero a la vez demuestra la carencia de argumentos de Forster para justificar un modelo político como es el kirchnerismo inescindiblemente ligado a la corrupción. Pero también es un argumento fascista que pretende ubicar a aquellos que piensan distinto como nazis y finalmente termina siendo torpe porque se puede inferir que para Forster lo que se debe mantener a flote es el modelo y para ello todo es justificable. Es casi como decir el fin justifica los medios.

Sin ánimo de faltarle el respeto, lo de Forster termina siendo infantil cuando, ya sin nada contundente para decir, manda al periodismo a presentarse a la justicia como denunciadores profesionales y señala que también hay que hablar de las cosas buenas del gobierno como el aumento en la Asignación Universal por Hijo. Son exactamente los mismos argumentos que utilizaba el menemismo cuando los casos de corrupción se multiplicaban de manera exponencial. Es una lógica muy inconsistente. ¿Por qué hay que hablar bien del gobierno para después tener el derecho de criticarlo? Esa no es la objetividad que tiene que tener el periodismo. Por otra parte, el planteo de ir a la justicia tampoco se sostiene, porque esa no es la función de un periodista. En todo caso es la justicia la que debe investigar, si lo considera necesario, aquello que muestra el periodismo. Claro, pero lo que Foster no dice es que la justicia en la Argentina está jaqueada y el modelo que él defiende tiene como objetivo convertirla en un anexo del gobierno. Una vez más lo mismo que pasó en la época de Carlos Menem, aunque ahora el método es más brutal.

Ricardo Forster debería saber que la mayoría de los medios de comunicación en la Argentina responden de una u otra manera al gobierno y que todos los días “militantes” vistiendo las ropas del periodismo se encargan de difundir los logros del modelo. Pero no alcanza porque no tienen credibilidad y en el fondo por eso también Forster se enoja. Demuestra su impotencia frente a los hechos.

Forster quiere pruebas de la corrupción del kirchnerismo, es evidente que las que hay pero no le alcanzan. Fotos, testimonios, documentos, declaraciones juradas que dan cuenta del crecimiento exponencial de la fortuna de los Kirchner y de la mayoría de sus funcionarios; pero todo se trata de una maniobra para desestabilizar al gobierno. Se equivoca, es el gobierno el que se autoinflinge las heridas cuando se aleja de los valores democráticos y a medida que avanza las investigaciones se parecen más a salteadores de caminos. Forster no se pregunta por qué un modelo nacional y popular tiene que albergar a Lázaro Baéz o a Alejandro Vanderbroele. En el reportaje, Ricardo Forster termina por justificar la existencia de Baéz al decir que en otras épocas también hubo empresarios ligados a la obra pública que se enriquecieron con los sobreprecios. Así deja traslucir un argumento que por lo menos es infantil, si los demás lo hicieron por qué no va a ocurrir ahora. Sin embargo, parece querer justificar que la corrupción en tiempos del kirchnerismo no es tan mala porque la Argentina es distinta y el modelo es otro. Un razonamiento que implicaría admitir una corrupción buena y otra mala. Una vez más la lógica del fin justifica los medios. Así, en este marco Lázaro Baéz es un efecto no deseado del modelo, pero lo importante es sostener el modelo que tiene más virtudes que defectos. Es la misma lógica del “roban pero hacen”. Forster en su afán de justificarlo todo termina atrasando.

Se enoja más y pide que el mismo periodismo que hoy se mete con las fortunas del kirchernismo averigüe sobre el origen de la riqueza de otros empresarios como Amalita Fortabat. Ya se hizo. El principal ejemplo es el de Luis Majul que escribió Los dueños de la Argentina, ahí están todos los que Forster quiere, aunque a decir verdad hoy esas historias parecen ingenuas comparadas con la de los empresarios del kirchnerismo. Pero no fue Majul el único que investigó, fuimos muchos y los ejemplos sobran y, aunque a Forster no le guste, utilizando la misma lógica que ahora se cuestiona la corrupción del kirchnerismo.

El problema es que el modelo va quedando al desnudo y aunque Ricardo Forster y sus compañeros de Carta Abierta se empeñen no lo pueden volver a vestir. A Forster le molestan las preguntan cuando debería molestarle las respuestas.