Por: Martín Pittón
Finalmente, Cristina Fernández de Kirchner –ocho días después de la muerte del fiscal Alberto Nisman- decidió dar la cara. Varios de los tramos de la cadena nacional los utilizó para fortalecer varios de los argumentos de las misivas enviadas a la sociedad a través de su cuenta de Facebook. Una vez más descalificó la denuncia del fiscal Nisman pero no expuso ningún argumento lo suficientemente consistente como para justificar el cambio de la posición de la Argentina con respecto a Irán
Entre las principales novedades que comunicó la Presidente, anunció la disolución de la Secretaría de Inteligencia, que será reemplazada por la Agencia Federal de Inteligencia y cuyo titular deberá tener acuerdo del Senado. Además, explicó que las escuchas judiciales pasarán a depender de la Procuración General de la Nación. Es una reforma hecha desde la mayor debilidad política luego de la semana más traumática que padeció el oficialismo. Disolver un aparato de inteligencia para depurarlo y luego reconstruirlo, es un proceso largo y complejo que requiere de un gobierno fuerte. Por eso, es muy probable que la reforma anunciada lleve mucho más que los noventa días que dispuso Cristina Fernández de Kirchner.
En primer lugar, hay que decir que los cambios anunciados, abruptos y sin el profundo análisis que el tema merece, es la admisión por parte de la Presidente que no es capaz de controlar los servicios de inteligencia. Lo que la jefa de Estado no explicó es por qué recién ahora, al final de más de una década del kirchnerismo en el poder, aborda a las apuradas una reforma del aparato de inteligencia. Sería importante que también explique las razones de por qué Gustavo Béliz fue eyectado del Gobierno cuando propuso reformar la SIDE y dio a conocer la cara “Jaime” Stiuso en el año 2004. Son las inconsistencias que la Presidente no se atreve a mencionar porque es un terreno más que “deslizante”.
¿Qué pasará con toda la flamante mano de obra desocupada? Esos agentes orgánicos e inorgánicos que se manejan en las sombras, que sirvieron a varios gobiernos pero que no dudaron en ponerse a conspirar contra sus jefes y también en hacer sus propios negocios a fuerza de carpetazos. La mandataria nada dijo sobre si el Gobierno tiene un plan de “contención” de todos ellos. Otro interrogante es qué pasará con las “carpetas” de la Secretaría de Inteligencia, donde se encuentran los secretos de miles de argentinos. Muchos de ellos inconfesables.
En segundo lugar, el hecho que las pinchaduras de teléfono pasen a la órbita de la Procuración General de la Nación, que hoy comanda Alejandra Gils Carbó, no es precisamente ninguna garantía de transparencia sino todo lo contrario. Esta decisión solo pone en evidencia que la Presidente no busca transparencia en los organismos de inteligencia como dijo en su discurso, sino que el aparato de inteligencia pueda ser manejado a gusto del Gobierno sin control alguno. No sería de extrañar que varios militantes de La Cámpora recalaran en las nuevas estructuras de la Agencia Federal de Inteligencia.
¿Alguien se imagina que Gils Carbó permitiría las escuchas donde aparece Luis D’Elía revelando una suerte de diplomacia paralela con Irán? Imposible. No es antojadizo pensar que con Gils Carbó convertida en la Señora 5, todo argentino que piense distinto está bajo sospecha y a tiro de ser pinchado.
La presidente no dijo nada sobre el enorme aparato de inteligencia del Ejército que conduce el General César Milani, que para este año cuenta con un presupuesto de $ 568 millones. Una cifra demasiado abultada para un país que no tiene hipótesis de conflicto con ningún otro Estado y por eso siempre se sospecha que el Ejército hace inteligencia interna, algo que está expresamente prohibido. Milani está acusado de cometer delitos de “lesa humanidad” y aparentemente tiene algún problema para explicar su impresionante crecimiento patrimonial. Ese aparato de inteligencia, que no será reformado, vendría a ser a juicio de la mandataria transparente y democrático y probablemente el modelo a seguir por la nueva Agencia Federal de Inteligencia. No sería de extrañar que el general Milani tenga cada vez más poder y mucha influencia en esta nueva estructura.
En su tardía e inconsistente cadena nacional, la Presidente volvió a apropiarse del rol de víctima. Tal vez allí se encuentre la explicación de la puesta en escena con la silla de ruedas desde donde se dirigió al país. Una vez más denunció un gran complot para atentar contra la democracia, sin reparar que el verdadero atentado a la democracia es la muerte de un fiscal que la había denunciado a ella. Ubicó en el papel de extorsionadores a jueces y fiscales y por supuesto a periodistas . Calificó a Diego Lagomarsino, imputado por prestarle la pistola calibre 22 a Nisman, de ser un “férreo opositor al Gobierno”; como si ello explicara algo y relacionó a su hermano, Genaro, con un estudio de abogados que atiene al Grupo Clarín. Un mecanismo calcado a la revelación a través de la cuenta de Twitter de la Casa de Gobierno del pasaje del periodista Damián Pachter, que viajó a Israel porque fue amenazado por dar la primicia de la muerte del fiscal Nisman. Así, el mismo Gobierno que no duda en meterse en la vida privada de sus ciudadanos, ahora anuncia la reforma del poder del aparato de inteligencia. No es creíble. Una vez más es la trampa del relato y la imposibilidad de Cristina Fernández de Kirchner de estar a la altura de las circunstancias, simulando una fortaleza que ya no tiene.