Por: Martín Pittón
El título de esta nota es un tweet que escribió María Luján Rey, madre de Lucas Menghini Rey, tal vez la víctima más emblemática de la primera tragedia de Once. Otra vez un tren que no frena. Otra vez el andén número dos. Esta vez no hubo muertos y seguramente por eso el jefe del Hospital Ramos Mejía declaró que fue “una desgracia con suerte”.
Desgracia, accidente y tragedia son tres palabras que dentro de su significado parecen tener una cuota de fatalidad, inclusive de fuerza mayor, de algo que no se puede evitar aunque se tomen todos los recaudos pero eso no es lo que pasa con los trenes argentinos. Es evidente que es todo un sistema que muestra fatiga de materiales al igual que los herrumbrosos pero bien pintados “Chapa” que circulan a diario por las vías del Sarmiento.
Presuroso el ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo, se encargó de brindar una conferencia de prensa para explicar lo sucedido. Apuntó como principal responsable al motorman Julio Benítez, que nunca avisó a la torre de una falla y entró a la estación de Once a una velocidad mayor de la permitida.
“A 900 metros donde la velocidad promedio es de 37,7 kilómetros por hora, la formación de chapa 05 pasó a 48 kilómetros. A 600 metros, donde el promedio es de 35,5 kilómetros, pasó a 50. A 300 metros, cuando la velocidad promedio es de 25 kilómetros por hora pasó a 36. Y dentro del andén, donde debe ingresar a 12 kilómetros, lo hizo a 22 kilómetros por hora. Son datos objetivos”, explicó el ministro. Esta nueva tragedia de Once es tan parecida a la sucedida el 22 de febrero de 2012, que hasta las velocidades de los trenes que chocaron son muy similares. En aquel entonces, Juan Pablo Schiavi, quieno cupaba la Secretaría de Transportes, había informado que a mil metros de donde fue el accidente la formación se desplazaba a 47 kilómetros por hora, entró a la punta del andén a 26 y a 40 metros del paragolpes hidráulico registraba una velocidad de 20 kilómetros por hora. Es decir que el Chapa 5 registraba una velocidad superior en dos kilómetros por hora que el Chapa 16, protagonista de la primera tragedia que cobró la vida de 51 personas y de más de 600 heridos. Sí, es cierto que fue una desgracia y esta vez no murieron pasajeros sólo por obra de la casualidad.
Randazzo declaró que Benitez intentó sustraer el disco rígido de la cámara que está ubicada dentro de la cabina de conducción del tren. No solo eso, sino que habría tratado de destruirlo pero que fue recuperado por efectivos de la Policía Federal.
La historia relatada por Randazzo, por lo menos, genera algunas reflexiones. La primera es que los contenedores de los discos rígidos son fácilmente violables. La otra cuestión por la que cabe preguntarse es en qué momento Benítez se puso a sacar el disco rígido, trató de destruirlo y lo metió en su mochila. ¿Mientras el tren recorría los últimos metros en su loca carrera para terminar incrustado en el andén número dos? ¿Lo hizo una vez que chocó y tenía golpes en todo su cuerpo y su tabique nasal fracturado mientras no pocas personas le gritaban “asesino” y lo insultaban? El ministro no descartó ningún escenario, ni siquiera el de sabotaje por lo que, en este último caso, Benítez sería el autor. Así, ya no estaríamos frente a un empleado negligente sino prácticamente a un asesino de sangre fría. La acusación del Randazzo al maquinista genera no pocas dudas y daría la impresión de que se trata de un intento del gobierno por despegarse rápidamente de la responsabilidad de este nuevo accidente. La culpa es del motorman, el tren funcionaba perfecto; nosotros no tenemos nada que ver, parece ser el mensaje del ministro. Sin embargo, aun cuando Benítez sea el más irresponsables de los trabajadores del Sarmiento, el gobierno sigue siendo responsable de lo que pasó. El servicio no se garantiza sólo con trenes que estén en perfecto estado, cuestión que está más que en duda, sino también con personal idóneo que cumpla con su trabajo, que básicamente consiste en transportar personas sanas y salvas a su destino. Un objetivo que no siempre se cumple por lo visto. Así, aunque Florencio Randazzo entienda que toda la culpa es del motorman, no le alcanza para que el gobierno quede indemne. La responsabilidad política de lo sucedido recae sobre sus hombros y en los de Alejandro Ramos, que para aquello que no lo sepan es el secretario de Transportes, a quien no se lo vio. Otra cuestión bastante llamativa porque es el encargado directo del área.
El delegado del Sarmiento Rubén “El Pollo” Sobrero salió a cruzar fuertemente a Randazzo declarando que Benítez “no se robó ningún disco rígido” y dijo que no se lo puede sacar porque la carcasa es muy segura. Todo es muy extraño y es obvio que alguna de las dos versiones no es cierta. El gremialista, que pidió la renuncia del ministro, a través del blog “Soy Ferroviario” difundió dos fotos de dos personas que serían militantes de La Cámpora donde se afirma que tuvieron acceso a la cabina de conducción del tren. Uno de ellos podría tratarse de Ariel Tchach, quien según el diario Clarín habría participado del cortejo fúnebre del jefe de la barra brava del club Colegiales, Fernando “Pocho” Morales, en Vicente López. Según el diario, Tchach responde a Alejandro “El Gringo” Caviglia, que sería un dirigente designado por Andrés “El Cuervo” Larroque para dirigir la agrupación kirchnerista en la zona norte del Conurbano. Sobrero no lo dice directamente, pero deja entrever que los militantes podrían tener que ver con la remoción del disco rígido de la cabina del conductor y acusa que se manipularon las pruebas. Si fuera así las consecuencias políticas serían muy serias, porque se estaría en presencia de militantes que responden al gobierno tratando de endilgarle la responsabilidad al motorman. De todos modos, será crucial el contenido del disco rígido que determinará si Benítez tuvo alguna responsabilidad en esta nueva tragedia de Once.
Florencio Randazzo también reveló que la presidente no está al tanto de lo ocurrido, porque “no hay que llevarle problemas a Cristina”. Así, el ministro confirmó que Cristina Fernández permanece en un completo aislamiento de lo que está ocurriendo en el país. Ochenta heridos no fueron suficientes para romper el cerco que rodea a la Presidente desde que fue operada. Es preocupante y ello lleva a preguntarse qué debería ocurrir para que se entere de lo ocurre afuera de los muros de la Quinta de Olivos.
“Nada ni nadie va a torcer la voluntad política de la Presidente y de este ministro. No sólo para que se conozca la verdad, sino para continuar transformando definitivamente el sistema de transporte público en la Argentina”, afirmó Randazzo al término de su conferencia de prensa. Sin lugar a dudas, frases desafortunadas las del ministro si se las compara con la realidad. Tres accidentes en veinte meses, 54 muertos y más de mil heridos no parecen indicar que se esté transformando definitivamente el transporte público. No hay que olvidar que lo usan y lo padecen los más necesitados, los que no se desplazan en aviones y helicópteros pagados con los impuestos de los argentinos. La voluntad política se declama desde los atriles oficiales, pero esas palabras de ocasión no son suficientes para cambiar la realidad y esta nueva tragedia de Once es una prueba irrefutable aunque la culpa haya sido del motorman.
Randazzo apela a que se conozca la verdad, pero ésta nunca llega. Bien podría empezar el ministro por explicar cuál fue el destino de los miles de millones de pesos que el Estado desembolsó en subsidios, que aparentemente fueron a parar a las cuentas de empresarios amigos del poder. Si todavía no se conoce ni eso, mucho menos se puede hablar de una revolución en el sistema ferroviario como anunció rimbombante el ministro alguna vez.
Las revoluciones tienen resultados casi inmediatos, en algunos casos buenos y en otras no tanto o directamente malos. Pero lo que es seguro es que no hay revoluciones que sigan arrojando los mismos resultados que las motivaron. Sería bueno que el gobierno entendiera que su anunciada revolución ferroviaria ya es hora de ponerla en marcha. Once, otra vez. Sí, otra vez.