Por: Martín Pittón
La puesta en escena del domingo de la derrota electoral animada por el vicepresidente en ejercicio Amado Boudou, tiene mucho en común con las imágenes de Martín Sabbatella devenido en notificador judicial el día después de conocerse el fallo de la Corte Suprema de Justicia declarando la constitucionalidad de la Ley de Medios. Ambas están signadas por la sobreactuación aunque con fines opuestos pero con el mismo resultado: el grotesco.
En el primer caso, Boudou -cada vez más complicado en el caso Ciccone- buscaba animar a las huestes kirchneristas para disimular las importantes derrotas que, en varios casos, fueron administradas por candidatos que otrora fueron socios del “modelo”. Julio Cobos, Mario Das Neves y Sergio Massa se encuentran en esa línea. El poco convincente “festejo” de la militancia kirchnerista liderado por un enfervorizado Boudou, se convirtió en una mala obra teatral que terminó por ser demolida por la indiscreta foto de la agencia DyN que reveló el clima de derrota que se vivía en el búnker del Frente para la Victoria a las pocas horas de conocerse el resultado electoral. El relato había caído en su faz más rudimentaria. El martes siguiente se conoció el fallo de la Corte que le dio el oxígeno político al gobierno que había perdido cuarenta y ocho horas antes. A la noticia le siguió, una vez más, la sobreactuación pero esta vez en sentido diametralmente opuesto. Ya no se trataba de disimular la derrota sino de exacerbar un triunfo. A la postre el resultado fue el mismo, el relato oficial rebajado a la creatividad propia de una barra brava. Lo que siguió fue la Argentina descarnada, contradictoria y dividida. Los que acusaban a la Corte de golpista se convirtieron en sus defensores y aquellos que pensaban que se trataba de último valladar para defender las instituciones republicanas de las ambiciones del kirchnerismo claman por renuncias en masa.
El gobierno fue muy hábil para convirtir su derrota en un lejano dato del pasado y volver a ganar el centro de la escena. Es cierto que la Corte contribuyó a ello, ninguno de sus ministros podía desconocer el impacto político de dar a conocer el fallo sobre la Ley de Medios sólo cuarenta y ocho horas después de la peor derrota que sufriera el gobierno. Probablemente, esa decisión tenga que ver con el papel de “estabilizador institucional” que a juicio de Lorenzetti tendría la Corte Suprema de Justicia. Dicho en un lenguaje menos académico se trataría de la doctrina “una de cal y otra de arena“. Así podría inferirse que en el marco del rol político que tiene la Corte, se habría buscado equilibrar la derrota electoral que sufrió el gobierno con declararlo vencedor de “la madre de todas las batallas” como definió Gabriel Mariotto a la cuestión Clarín.
Ahora bien, si esto fuera así, sería por cierto muy peligroso porque la Corte se convertiría en una regladora del poder político del gobierno de turno; neutralizando la voluntad popular y reescribiendo el derecho al ritmo de la coyuntura. Así, en esta línea de pensamiento habría que preguntarse si el resultado electoral le hubiera sido favorable al oficialismo, el fallo sobre la Ley de Medios se habría inclinado en favor de la inconstitucionalidad de los cuatro artículos cuestionados por el Grupo Clarín. Si fuera así, los profesores de derecho deberían dedicarse a otra cosa. De todos modos, gran parte de lo que enseñan en la actualidad desde hace muchos años es una completa ficción.
El fallo de la Corte es bastante curioso, porque a diferencia de dar por terminado un conflicto los abre y así le dejó a Clarín la vía libre para multiplicar las demandas contra el Estado tanto como quiera. Es sencillo, hasta ahora existía un solo juicio que la Corte decidió en favor del gobierno, pero ahora es probable que exista una nueva demanda por cada movimiento que Martín Sabbatella haga en dirección a su desguace. Es obvio, que cada uno de estos nuevos conflictos terminará en la Corte y por eso Ricardo Lorenzetti en su raid mediático dejó de contestar muchas preguntas. Es más, si los estartegas legales del Grupo Clarín toman en cuenta que a Cristina Fernández le quedan dos años de gobierno y conseguir una sentencia de primera instancia por un simple accidente de tránsito lleva más de cinco años es obvio que el tiempo le juega a su favor.
La Corte entiende que el Estado puede otorgar o revocar una licencia cuando lo crea conveniente. Tal vez se trate de un argumento muy armonizador desde el punto de vista institucional, pero difícilmente pueda pensarse que se tratará de un aliciente para la llegada de inversiones extranjeras. Es más, hay otro dato curioso sobre el que los cortesanos mantuvieron silencio, según se quejan los abogados de Clarín. Si en los próximos meses el diligente Sabbatella decidiera de oficio transferir la licencia de Canal Trece, por poner solo un ejemplo, la ley establece que además incautará los bienes imprescindibles para su explotación. Así, se transferiría, además de la licencia, las cámaras, los móviles, las computadoras y hasta el inmueble donde funciona el canal. Es difícil entender que este extremo no violente el derecho de propiedad. Es obvio que la propia Corte olvidó que sus fallos tienen gravitación más allá de la cuestión particular que resuelven, por eso esta semana los empresarios mineros y petroleros mostraban no poca preocupación. Será interesante conocer qué dirá Miguel Galuccio, CEO de YPF, cuando en el exterior le pregunten hasta qué punto pueden confiar en invertir en la Argentina a la luz de lo dicho por el más alto tribunal argentino.
La Corte dio una serie de recomendaciones sobre cómo debería funcionar el Afsca, que desde ya parece que Martín Sabbatella no leyó; acerca de la distribución de la pauta publicitaria oficial y del funcionamiento del sistema público de medios. Una plataforma que muchas veces se utiliza para desacreditar políticos y periodistas que piensan diferente al gobierno. Sin embargo, más allá de las buenas intenciones, es curioso que entre tantos consejos la Corte haya soslayado el incumplimiento por parte del Estado de los fallos “Río Negro” y “Editorial Perfil“, justamente sobre la distribución de la publicidad estatal. Además, resulta bastante difícil comprender cómo la conducta del propio Sabbatella garantizará la pluralidad de voces y a través de la aplicación de medios garantice la libertad de expresión. Si se tiene en cuenta el derrotero transitado por el kirchnerismo en los últimos diez años, todo indica que en el futuro se multiplicarán las voces pero diciendo lo mismo.
El gobierno, gracias a la doctrina de estabilización institucional, consiguió convertir mediáticamente una derrota en una victoria. La oposición, en términos generales, pareció retroceder salvo algunas excepciones. Es probable que muchos dirigentes de la oposición crean que es mejor llegar al poder con el Grupo Clarín lo más debilitado posible. En ese caso, el gobierno se estaría encargando de hacer el “trabajo sucio”. Sin embargo, más allá de esta coyuntura, lo cierto es que siete de cada diez argentinos le reclama al gobierno un cambio de rumbo y votaron a favor de alguna de las distintas variantes de la oposición. Ese mensaje es el que al final perdurará. Los tremendos efectos de la inflación y la inseguridad no se pueden obturar con ningún fallo, sólo pueden revertirse desde la política que sigue siendo la herramienta más eficaz para cambiar la realidad. Guillermo Moreno diciendo que la Argentina no tiene problemas de inflación porque la carne no aumenta desde hace tres años, pasa de ser de un funcionario temible a un émulo de Nicolás Maduro.
El gobierno disfruta de una victoria pero que es efímera. El kirchnerismo entró en el último tramo de gobierno, sin que Cristina Fernández haya retomado las riendas del poder, sin poder saborear en público la efímera victoria del fallo sobre la Ley de Medios. Pero tampoco se sabe si asimiló la derrota electoral y si doblará la apuesta, una clásica reacción del kirchnerismo cada vez que perdió una batalla. La información acerca del retorno de la presidente es contradictoria, las fechas cambian como los nombres de los integrantes de un nuevo gabinete. Pero más allá de la fecha del regreso, será importante analizar cómo gobernará sus últimos dos años en el poder. Sobre ello existen muchos interrogantes. La lucha por la sucesión ya empezó y una buena prueba es el regreso de los gobernadores como jugadores gravitantes de la política. Es cierto, el gobierno le arrebató a la oposición disfrutar del triunfo electoral, pero los vencedores del domingo tienen la responsabilidad de retomar la iniciativa política.
El gobierno se muestra triunfante pero su victoria es efímera, construida en los pasillos del poder. Ese mismo pueblo que el kirchnerismo tantas veces idolatró, le dijo de manera contundente que quiere un cambio.