Por: Martín Pittón
La información oficial, siempre escasa e imprecisa, dice que Cristina Fernández de Kirchner retoma sus funciones presidenciales con algunas restricciones. Se sabe que los médicos le han recomendado que no vuele y que trate de evitar las situaciones de stress. Lo primero no es algo trascendente y sólo genera complicaciones de logística, en cambio lo segundo despierta dudas, interrogantes y versiones de todo tipo e invariablemente desemboca en una pregunta central: ¿cómo gobernará sus dos últimos años? La otra cuestión de la que también se habla es del estado de ánimo de Cristina Fernández, algo que está totalmente relacionado con el nivel de stress. Hay quienes sostiene que no es el mejor.
El jefe de gabinete Juan Manuel Abal Medina, en pos de mantener viva la épica oficial, declaró: “La vamos a tener plenamente con nosotros, con restricciones sólo de movimientos físicos pero con todas sus capacidades”. Las declaraciones de Abal Medina se contradicen con las órdenes de los médicos y también con los deseos de Máximo y Florencia. Es evidente que se trata de un mensaje dirigido a la propia tropa, que, con diferencias de matices, se asemeja al chavismo cuando repetía una y otra vez que Hugo Chávez estaba completamente curado. Es cierto que la situación no es la misma, pero el mecanismo no tiene demasiadas diferencias. Acaso el mensaje del jefe de gabinete tenga por destinatarios a gobernadores e intendentes que comenzaron a mostrar inusuales pero lógicos síntomas de autonomía.
El hiperpresidencialismo es un estilo de gobierno que requiere de un gran esfuerzo físico y mental, supone que el gobernante es omnipresente, que se avoca a los grandes temas pero también está en los más mínimos detalles de la gestión; aunque en muchos casos ella se limite a los anuncios y no se traduzca en hechos concretos. Supone rodearse de colaboradores con acotadísimos márgenes de decisión propia y con escaso nivel técnico y poco prestigio. Los criterios personales de los ministros quedan muy menguados y sólo se espera que ejecuten eficientemente los deseos del jefe, en este caso de la jefa. Ese es el esquema de gestión que ha puesto en práctica el kirchnerismo desde que llegó al poder en el 2003 y cuesta imaginar un cambio de fondo. Es difícil imaginar una Cristina de baja intensidad y con el atril vacío. El hiperpresidencialismo requiere de un líder presente y por lo tanto de las cadenas nacionales, de los anuncios permanentes y de transmitir un estado de lucha constante contra una conspiración eterna y anónima. Cristina Fernández de Kirchner ya no podría ejercer ese tipo de liderazgo, que requiere exponerse a situaciones desgastantes y estresantes; a menos que decida poner en riesgo su salud.
Desde el punto de vista político no exponerse a grandes dosis de stress significa un cambio en el estilo de gobierno en una coyuntura muy complicada. El Frente para la Victoria perdió las elecciones y ello desembocó en la lucha sucesoria dentro del peronismo con la prescindencia de la propia Cristina Fernández. Los resultados electorales, más allá de cualquier tipo de interpretación, dejaron un mensaje contundente: el gobierno tiene fecha de vencimiento. El 10 de diciembre de 2015 el kirchnerismo se irá pero el peronismo quedará y está dispuesto a continuar en el poder. Eso es lo que discuten gobernadores e intendentes, cómo mantenerse en el poder después de la fecha de expiración del gobierno. Es una discusión a la que los halcones oficiales no están invitados. Fernando Espinoza, intendente de La Matanza y candidato a presidir el justicialismo de la Provincia de Buenos Aires, cree que es natural que se abra un periodo de transición, como en su momento anunció el senador Miguel Ángel Pichetto. “Ocurre en cualquier país del mundo cuando sabemos que la presidenta no puede volver a presentarse en el 2015”, analiza con la crudeza propia del peronismo el intendente. Espinoza apuesta a que el peronismo vuelva a tener el peso político que perdió desde la llegada del kirchnerismo al poder que frisó el partido. Desea la reunificación de los dos fragmentos en que quedó dividida la CGT y buscar consensos con la Iglesia y los empresarios. Está claro que se trata de un programa muy lejano a la concepción del ejercicio del poder que tiene Cristina Fernández de Kirchner. El peronismo parece que está decidido a unir lo que la presidente fracturó con el “vamos por todo”.
En este contexto no es fácil mantener la épica de un modelo político y económico que tiene fecha de vencimiento. En todo caso, la incógnita es cómo transitar los dos años que restan hasta el 10 de diciembre de 2015. Esta es la agenda de fondo de la Argentina. Cristina Fernández está obligada a volver aunque el retorno en un principio pueda ser simbólico y se monte un gigantesco y sofisticado sistema de comunicación a su alrededor. Todo pasa por mostrar una presidente fuerte para que los síntomas de autonomía de gobernadores e intendentes no se conviertan en gestos de desafío. Se sabe que el peronismo es brutal con la debilidad política.
En los últimos días las versiones sobre cambios en el gabinete se multiplicaron, pero si no hay una redefinición del sistema de toma de decisiones, la cuestión no pasa de ser una discusión de “alta peluquería”, como diría Aníbal Fernández. Es cierto que la inflación, el tipo de cambio y el constante drenaje de reservas del Banco Central requieren medidas urgentes y que las recetas de Guillermo Moreno no han hecho más que agravar los problemas. Hace mucho que se dejó de hablar de un aterrizaje suave de la economía y de pequeñas correcciones al modelo, la cosmética hace rato que se chocó con la realidad y sin Cristina en el poder hasta el relato quedó en silencio. No es necesario ser médico para darse cuenta que sólo este panorama genera un alto grado de stress. Entonces, la incógnita es hasta dónde la presidente podrá actuar sin amenazar su estado de salud. Así, surgen más incógnitas como quiénes se harán cargo de las decisiones que ella no pueda tomar y cuáles serán esos temas que deberá resignar. Nada de todo esto está claro. Cuando se intenta despegar esta variable la respuesta remite a Carlos Zanini, el secretario legal y técnico, el hombre que se hizo cargo del cargo del gobierno y de las pocas decisiones que se tomaron desde aquel sábado en que Cristina Fernández debió ser trasladada a la Fundación Favaloro.
Hay otra cuestión por la que es necesario el retorno presidencial y se llama Amado Boudou. El vicepresidente, formalmente a cargo del Ejecutivo, tiene muchas posibilidades de ser llamado a una declaración indagatoria por la causa Ciccone. Sería un escándalo sin atenuantes. Si bien siempre se confía en el fino olfato político de los jueces del fuero federal, no hay dudas que el riesgo existe y no es menor. Es claro que un gobierno que acaba de ser derrotado en las elecciones, con su líder convaleciente y con problemas que requieren soluciones inmediatas no se puede dar ese lujo.
La presidente vuelve más débil y con una agenda complicada, pero el gobierno también ha cosechado triunfos. El fallo sobre la constitucionalidad de la Ley de Medios es uno y la resucitada reforma del Código Civil, que es muy probable que el gobierno consiga, son dos cuestiones que el gobierno considera hitos fundacionales de una nueva Argentina parida a la luz del modelo. Ambos temas, vistos en conjunto, implican un rediseño del sistema de derechos y del rol del Estado que queda fortalecido. Los derechos colectivos estarán por encima de los individuales, la línea que separa ese andamiaje jurídico de la concepción que tiene el kirchnerismo del Estado y del ejercicio del poder es muy tenue. Las consecuencias serán profundas. No es una casualidad que en los dos temas tuvo un rol fundamental un mismo hombre: Ricardo Lorenzetti, el presidente de la Corte Suprema. Fernández de Kirchner entiende que esa es la impronta que le deja a la Argentina, su legado. Sin dudas, retoma las riendas del poder debilitada políticamente y en el inicio de la discusión sobre su propia sucesión. En los próximos días se sabrá si dobla la apuesta o rediseña su propio modelo de gobierno de cara a los dos últimos años en la presidencia.