Por: Martín Santiváñez
La idea del mito es fundamental para comprender la construcción del liderazgo político de Hugo Chávez. José Carlos Mariátegui, el fundador de la izquierda heterodoxa, reivindicó desde posiciones sorelianas la importancia de la religión (“sabemos que una revolución es siempre religiosa”) y el papel decisivo del mito en la política revolucionaria. El chavismo es un movimiento que cataliza mitos políticos. Chávez ha empleado el mito de Bolívar para legitimar su posición. El proceso de mitificación no se agota con la exaltación del personaje histórico, en este caso, con la glorificación pública de Bolívar, fuente de legitimidad del nuevo Estado. La antítesis chavista da un paso más (en el sendero de Juan Vicente Gómez, Marcos Pérez Jiménez y el propio Carlos Andrés Pérez) al buscar la unión hipostática del Comandante con la imagen del Libertador. Con todo, la postura chavista no tiene asidero real. Hay tanta diferencia entre Hugo Chávez y Simón Bolívar como la que existió entre el Libertador y Gaspar Rodríguez de Francia, el Supremo.
El mayor fracaso de Chávez es la distancia que lo separa de la realidad histórica de Bolívar. El Libertador murió en el abandono, pero con la lucidez del hombre desprendido. Chávez se enfrenta al cáncer sin renunciar a la ensoñación del comunismo, rodeado de diádocos y conspiradores. Chávez, a diferencia de Bolívar, jamás ha encarnado la unidad sobre los partidos en torno a un proyecto nacional. Su liderazgo ha escindido a Venezuela en el cleavage chavismo-antichavismo. El socialismo del siglo XXI es una utopía imperativa. Bolívar apostó por la utopía indicativa, propositiva, voluntaria. El chavismo es un caudillismo schmittiano, desintegrador, absorto en la relación “amigo-enemigo”. Bolívar, como es obvio, libraba batallas para asentar su posición, pero evitó en el instante supremo la gran división nacional (“Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”). Chávez ha perseguido el enfrentamiento de manera consciente, a veces, con todas sus fuerzas. La tesis clásica bolivariana aspiraba a la institucionalización del Estado. La antítesis chavista es violenta, rupturista, totalitaria en su cosmovisión. El Estado es un medio, no una meta funcional.
La república bolivariana aspiraba al gobierno de los mejores (qui in virtute intelectiva excedunt) y el Libertador creía en “el poder moral”. El chavismo, por el contrario, defiende la construcción de un régimen fundado en el igualitarismo radical, impuesto de manera vertical, manu militari. La homogeneización chavista poco tiene que ver con el corporativismo bolivariano, un Estado de funciones diferenciadas. Bolívar, celoso de su gloria, quería para la América Hispana regímenes ilustrados, idealistas si se quiere, pero respetuosos del Estado de Derecho y la separación de poderes. El socialismo del siglo XXI actúa como glosa herética del discurso bolivariano auténtico, un proyecto esencialmente superior porque buscaba integrar en el plano nacional a las diversas facciones sin abandonar el sueño panamericano. Bolívar era un gigante que hasta el día de hoy une a todos los latinoamericanos. El comandante Hugo Chávez deja como herencia la división de su país.