Por: Martín Santiváñez
Siete de cada diez venezolanos consideran que la situación política de su país es “mala”. Que un pueblo optimista, ejemplo de la generosidad de nuestra tierra, se entregue a la molicie de la desesperación es la consecuencia real de la implementación del socialismo del siglo XXI en los mares del sur. El chavismo en acción ha dejado de ser un mero distribuidor ineficaz de la riqueza petrolera para convertirse en el generador más eficiente de la pobreza en la región. Conviene resaltar que los acontecimientos de Venezuela no sólo tienen que ver con una crisis de liderazgo. Esto no ha sido provocado por las limitaciones del delfín de Hugo Chávez. Lo suyo era previsible. El hundimiento de la revolución bolivariana está vinculado al modelo de gestión pública que los chavistas han desplegado desde hace quince años, siguiendo el ejemplo de los manuales del pleistoceno comunista, anteriores a Bad Godesberg.
El chavismo ha perdido diez puntos de aprobación en diez meses y demuestra, de forma constante, su incapacidad para hacer ajustes programáticos. En este contexto, Nicolás Maduro es una consecuencia del problema, pero no el problema en sí. En Venezuela gobierna una cosmovisión polarizadora y radical, una forma de entender la política que privilegia el mesianismo y la estatolatría. Este estilo, de raíz populista, ha provocado el saqueo del erario y la destrucción institucional, relativizando el Estado de Derecho y liquidando moralmente al adversario. El triunfo de Hugo Chávez se produjo cuando los políticos tradicionales de Venezuela apostaron por el inmediatismo y la anomia, promoviendo la corrupción. Fue entonces que el comandante se hizo sentir.
El fin de semana, frente al caos provocado por el igualitarismo ramplón, la oposición venezolana, la mitad del país, decidió protestas de manera pacífica. Capriles ha enfocado bien la movilización, resaltando el doble rostro del Jano chavista: el autoritarismo y la corrupción. La detención del coordinador nacional de giras, Alejandro Silva, es una muestra más de la desesperación de Miraflores, que hoy intenta desviar la atención hacia las importaciones y la “guerra económica”. Capriles, por su parte, recupera la iniciativa al salir a la calle, a pesar de las amenazas de Diosdado Cabello. El chavismo ha logrado excluir a Capriles de la televisión, dinamitando sus mítines, impidiéndole el libre tránsito, y amenazándolo diariamente con el grillete y la proscripción. De allí la importancia de movilizar a los demócratas de forma constante, buscando el apoyo internacional negado por los medios del chavismo.
La marcha “Que nada te detenga” es el resultado de la delincuencia, la inflación y el rampante desabastecimiento. La revolución bolivariana ha replicado los peores momentos del castrismo en su propio territorio. La autocracia chavista, tarde o temprano, será interrumpida por su performance económica, no por la violencia que ha ejercido sobre la democracia. Desde que el socialismo del siglo XXI llegó al poder, las importaciones se han cuadruplicado. El sector más pobre de la población experimentó entre junio de 2012 y junio de 2013 una inflación de 42.7 %, superior al promedio nacional (39,6 %). En 2012, Venezuela tuvo la quinta inflación más alta del planeta, integrándose en el selecto club de Bielorrusia, Sudán del Sur, Sudán e Irán. Desde 2007, el chavismo lidera las tasas de inflación en América del Sur. El desesperado control de precios que Maduro intenta imponer manu militari generará la misma consecuencia histórica que ha provocado antes en toda Latinoamérica: la especulación corrupta, el eclipse de una economía artificial.
La estrategia del miedo tiene fecha de caducidad. Es interesante la foto de Maduro saludando a los reyes de Holanda. Él, que aspira a mantenerse como un monarca absoluto (legibus solutus), tiene, en la realidad, más poder que sus visitantes. Pero olvida que su pretensión desestabilizadora colisiona con la cultura política de un pueblo que soporta el cesarismo mientras haya pan y circo. Hoy, se acaba el pan. Y ya no hay circo. Por eso, Capriles actúa con inteligencia cuando se enfrenta a la autocracia invocando sus derechos civiles: “si quieren meterme preso, aquí estoy”. A la larga, los chavistas tendrán que encarcelar a la mitad de Venezuela. Estamos ante un país que hace cola para alcanzar la libertad.