Por: Martín Santiváñez
El objetivo fundamental del gobierno de Maduro radica en la consolidación del mito chavista como medio para ganar las próximas elecciones. Maduro y los barones del chavismo intentarán, con todos los medios que les otorga un Estado clientelista, desarrollar un chavismo sin Chávez, fusionando la memoria de su caudillo con una de las imágenes más importantes de la historia latinoamericana: el mito de Bolívar.
Todo esto responde perfectamente a la línea política de lo que ha sido el socialismo del siglo XXI desde su fundación. Hugo Chávez practicó de forma consciente la necrofilia política, primero desde el punto de vista teórico, invocando el numen bolivariano, para luego, finalmente, exhumar el cuerpo del Libertador. Sus sucesores saben que para legitimarse transformándose de manera permanente en un peronismo tropical deben fusionar el mito chavista con la imagen de Bolívar. La izquierda latinoamericana ha construido mitos desde que inició su andadura. José Carlos Mariátegui, uno de los fundadores del marxismo latino, siempre sostuvo que para capturar el poder era preciso crear y fomentar un mito. Con todo, Chávez no es Bolívar y su liderazgo es distinto al que caracterizó al Libertador. Bolívar era el guerrero de la unidad, el centauro que se impuso a las facciones señalando un horizonte panamericano. Hugo Chávez ha encarnado, desde su bautizo político, al viejo pretorianismo del Estado natural latino, ese tenaz militarismo populista que tanto daño ha ocasionado en la formación de la cultura cívica de nuestros pueblos.
De allí que, en el proceso de construcción del mito chavista, a sus herederos les resulte materialmente imposible repetir el paradigma de Bolívar. Por eso han tenido que optar por el auténtico modelo que inspiró la praxis política de Hugo Chávez: la de los autócratas del comunismo ortodoxo (Lenin, Mao Tse Tung, etc.). Sin embargo, el problema es que estos sátrapas totalitarios están en las antípodas del pensamiento republicano del Libertador. Bolívar no es Lenin. Pero el chavismo sí tiene una entraña totalitaria porque impone asimétricamente un novo ordo seclorum, una especie de leninismo tropical que busca la eliminación moral de sus oponentes. El resultado de este maniqueísmo es, por supuesto, la polarización, la división del país en dos bandos irreconciliables. He aquí una consecuencia que repugnaba particularmente al Libertador. Para Bolívar, lo más importante, cuando abandonó el poder y a punto de bajar a la tumba, era la unidad de los americanos. “Compatriotas: Escuchad mi última voz al terminar mi carrera política […] os pido, os ruego que permanezcáis unidos para que no seáis los asesinos de la patria y vuestros propios verdugos”.
Por eso, es imprescindible oponer a la construcción del mito de Chávez la imagen real del Bolívar histórico, el hombre de la unidad. La división nacional que el maniqueísmo chavista intenta perpetuar destruye el legado de Bolívar y nos condena a perecer bajo el estigma de Caín. Si triunfa el mito chavista, se desintegra la nación. Esa no es la herencia que quiso para nosotros el Libertador.