Por: Martín Simonetta
Juan y Norberto son hermanos. Los dos viven en Villa 31 bis, pero sus vidas son muy distintas.
El primero tiene 21 años y trabaja 6 días por semana en un almacén de Recoleta, un sofisticado barrio de Buenos Aires. Su empleador valora su actitud hacia los clientes, su cumplimiento y su incondicionalidad. A pesar de ello, su ingreso es bajo y se desempeña en la informalidad. Norberto no comparte la “vida de esclavo” -así la define- que lleva su hermano. Tiene 19 años y desde que abandonó el colegio, a los 8, gana su dinero de distintas formas.
Ambos comenzaron a trabajar pidiendo limosna en los semáforos en su más tierna infancia. Con lo que recaudaban, su madre -quien los había dado a luz a los 15 y 17 años, respectivamente- llevaba adelante la vida de sus otros seis hermanos menores.
Norberto un día se cansó y abandonó la humilde casa donde vivían. Encontró en la calle una vida tan misteriosa como atrapante. Y aprendió sus secretos.
Cada vez que se reúnen, Norberto trata de convencer a Juan de que abandone su trabajo en el almacén y se dedique al choreo, es decir, al robo. Le dice que en tres días ganaría lo que actualmente obtiene en un mes. Juan se niega a escucharlo, pero en el fondo la idea le tienta.
¿Es racional ser criminal en Argentina actual?
Si vive en Argentina, es probable que el lector de esta nota, sus familiares o sus amigos, hayan sufrido algún tipo de delito en los últimos tiempos. Estudios privados, como los elaborados por Management & Fit, muestran que la inseguridad lidera los rankings de temas que más preocupan a los argentinos. A pesar de ello, el atraso en las estadísticas oficiales sobre criminalidad (los datos de la Dirección Nacional de Política Criminal llegan al 2007) muestra la falta de interés o capacidad de resolver este tema tan prioritario para la ciudadanía.
¿Cómo explicar esta realidad en la que la criminalidad nos invade? Una forma de hacerlo es señalar que en la Argentina actual coexisten al menos dos factores: el primero, el elevado nivel de pobreza. Al respecto, la Iglesia Católica ha hecho público el dato de que 2,5 de cada 10 argentinos son pobres, lo cual contrasta con los ya poco creíbles datos oficiales (5 % mencionó la Presidente pocos días atrás). El segundo punto es que el nivel de enforcement, es decir, el costo de no cumplir la ley, es bajo.
Dados estos factores, los resultados -que estamos viviendo- son esperables. Ya lo explicó algún tiempo atrás el Premio Nobel de Economía 1992, Gary Becker: así como en otros negocios, los delincuentes realizan una evaluación del costo, el beneficio, la rentabilidad y el riesgo a la hora de decidir delinquir o no hacerlo.
Para los potenciales delincuentes, el costo de oportunidad de trabajar y no delinquir -es decir, lo que dejan de ganar si no delinquen- es alto, especialmente si sus ingresos en el mercado laboral serían magros o nulos. En el negocio del crimen, el riesgo será mucho mayor que trabajando honestamente (la esperanza de vida y de calidad de vida de los criminales son sustancialmente menores), pero los ingresos adicionales también serán más atractivos. Como hemos visto en el caso de los dos hermanos, el que delinque ganará mucho más dinero que el que trabaja honestamente.
El derecho, al revés
Este bajo nivel de enforcement de las leyes tiene una lógica similar a un perro que ladra, pero no muerde. Si la ley no se cumple, no es ley. En consecuencia, la ecuación será clara: el delito tendrá un premio tangible y altamente factible (el resultado del hurto o robo) y un castigo difuso y poco probable.
En este marco, la realidad criminal ha modificado los hábitos y los comportamientos de nuestra sociedad.
En contraste con otras épocas de la historia argentina, la pobreza hoy no parece ser una situación transitoria hacia un estado de mayor bienestar. El tanguero conventillo donde se radicaban miles de familias inmigrantes podría simbolizar aquel estado transitorio de humildad que simbolizaba el camino hacia un futuro promisorio.
La consecuencia lamentable del estado actual de cosas es la esperable orientación de la energía de un creciente sector de la sociedad hacia el delito. Si existiera voluntad de cambiar esta situación, debería enfocarse el esfuerzo en modificar la rentable ecuación de este negocio (que, además de todo, está libre de impuestos).
Tal como se observa en el diálogo de los hermanos, en la Argentina actual el que roba gana más y vive mejor que el que trabaja honradamente.