Un año convulso

Mauro Cristeche

Contexto

Argentina vive un período tan convulsivo como interesante. Desde la derrota oficialista en las elecciones legislativas de 2013 hasta los recientes acontecimientos, el tablero se ha sacudido con mucha intensidad y atravesamos un período de transición cuyo desenlace todavía no está sellado. En una nota previa al 27 de octubre (“Dos siglos…”) advertíamos que el ajuste ya se encontraba en pleno desarrollo. No obstante, el gobierno venía gestionándolo con cierta moderación, pero hacia el final del año se aceleró vertiginosamente. Si este proceso hubiera culminado, tanto el gobierno como la burguesía podrían darse por satisfechos. Sin embargo, la situación se planchó parcialmente por las paritarias, solo para que los trabajadores negocien todavía más a la baja. Luego se retomará el rumbo, probablemente con el “sinceramiento de tarifas” y el “descongelamiento de precios” como primeras medidas.

Resultados

Argentina es un país agrodependiente, y siempre ha requerido la transferencia de riqueza que brota del agro a otros sectores de la economía. Las retenciones (impuestos), la devaluación o sobrevaluación (tipo de cambio), el control de los precios y los subsidios son instrumentos que viabilizan esa finalidad. Todos los gobiernos tuvieron que llevar adelante esa difícil tarea de “expropiar” a los capitales agrarios para “redistribuir”.

No obstante, la tasa de ganancia del capital agrario se ha ubicado muy por encima de la del capital del sector industrial, evidenciando una ganancia extraordinaria. A partir de 2002 la diferencia entre ambas tasas ha alcanzado niveles nunca vistos anteriormente.

Quiere decir, en primer lugar, que los distintos mecanismos de transferencia no han recaído de manera general sobre la rentabilidad normal de los capitales agrarios, sino sobre la ganancia extraordinaria. En segundo lugar, que el campo siempre ha tenido márgenes por encima de la media. Por último, que el kirchnerismo ha sido el gobierno más complaciente con el sector, mucho más considerando la situación internacional.

Conclusión 1: en la “década ganada” esos sectores “ganaron como nunca antes en la historia”. Por otro lado, lo que puede observarse en las últimas décadas –sobre todo en el período pos 2001- es que la capacidad recaudatoria de retenciones ha sido proporcional a la capacidad del Estado de girar riqueza a los capitales industriales vía subsidios, que constituyen una masa nada despreciable de riqueza social (al 2010, más del 6% del PBI). Con ellos –y otras medidas “proteccionistas”- se pretende garantizar la supervivencia y una tasa de ganancia “razonable” a los capitales industriales.

Conclusión 2: aunque no hayan podido salir de su impotencia, los capitales industriales han sido favorecidos por las políticas del kirchnerismo. La otra condición imprescindible para la acumulación capitalista en Argentina es la tendencia ya consolidada a la compraventa de la fuerza de trabajo por debajo de su valor. En el período que se inicia post dictadura militar, los salarios reales siguen una curva descendente, que encuentra su piso en el año 2002, en el que sufrieron una disminución de más del 54% respecto del año 1975. Por vía del ajuste inflacionario se produjo la pulverización de los ingresos en términos reales, que supuso una caída no menor al 20% en el curso del primer semestre del 2002. La curva apenas ascendente a partir de ese pozo no ha permitido siquiera recuperar los valores alcanzados en la década del 80 y los previos a la dictadura, y se cortó definitivamente en 2009.

En paralelo, hay una inmensa masa de población hundida en la precarización laboral e incluso en la desocupación abierta, o con jubilaciones de hambre. Sin ningún canal de defensa de sus condiciones, este sector –mayoritario- de la clase obrera está siendo liquidado por el proceso inflacionario. Otros índices vitales relacionados con el acceso a la vivienda, agua potable, cloacas, transporte público, seguridad, educación y salud, no son para nada alentadores.

Conclusión 3: esta no ha sido una década ganada para la clase obrera. Por último, el problema de las crisis. Si se mira las últimas décadas, la crisis del 82 hizo caer el PBI de tal manera que no pudo recuperar los valores de 1980 hasta 1994. La crisis del 89 desembocó en el PBI más bajo del período, en 1990. En los 90 creció lentamente, con algún tropiezo, hasta alcanzar su punto más alto en 1998, pero la crisis de 2001 lo hizo desplomar en 2002, cayendo el 30% en sólo cuatro años. Se recuperó a partir de ese momento, pero recién en 2005 logró superar los valores de 1980 y la velocidad de la expansión se cortó definitivamente en 2008. No hace falta presentar tantos datos para concluir que las crisis han tenido expresiones sociales muy violentas. En el 2002, más de la mitad de la población argentina cayó por debajo de la línea de pobreza.

Conclusión 4: presenciamos un momento repetido en el devenir histórico, y el gobierno busca salir, como todos los que le precedieron, con la receta clásica: otro ajuste “ortodoxo”, o sea salvaje.

Perspectivas

El gobierno no ha logrado conservar su papel de “árbitro”. La crisis lo ha empujado a posicionarse decididamente con la burguesía e incluso el establishment internacional. La burguesía procura sacarle el mayor provecho a la derrota electoral del oficialismo y a la infernal crisis política que anida en su seno. Ha ganado como nunca, no ha invertido casi nada, ha fugado cientos de miles de millones de dólares y ha saqueado cuanto reducto de riqueza social le proveyera el Estado (servicios públicos, minería, petróleo). No obstante, pretende que la crisis sea soportada en su totalidad por la clase trabajadora y que el ajuste sea lo más profundo posible. Para ello no ahorra esfuerzos y conspira también en las huestes de la oposición.

Su programa incluye devaluación, recorte del gasto público (incluidos los subsidios), disminución de la presión fiscal y mayor competitividad. Esto requiere en primer lugar contener la evolución salarial, cuyo tope por debajo del aumento de precios beneficiaría al conjunto de los capitales individuales sin distinciones, por lo menos en el corto plazo. Pero tanto la devaluación como la eliminación de los subsidios solo beneficiarán a un pequeño puñado de capitalistas: los agrarios y los pocos industriales con capacidad exportadora. Para los menos competitivos, que son la mayoría y que sostienen buena parte del empleo privado, solo significará mayores problemas. Es decir que la clase capitalista se encuentra en una encrucijada: de progresar a fondo su programa, es probable que sea a costa de sus fracciones más débiles, aún independientemente de la magnitud del costo que cargue la clase obrera.

Con todo, el desenlace depende sobre todo del desarrollo de la lucha política, porque la otra cara de la moneda es la necesidad de que el pueblo trabajador no ofrezca resistencia. En este aspecto, tres elementos íntimamente vinculados merecen ser considerados. Por un lado, el vuelco decidido del gobierno está provocando un tendal de “desilusionados”. Es decir, la base popular que supo conquistar el kirchnerismo se debilita cada vez más.

En segundo lugar, la situación de las direcciones sindicales también es crítica. La fragmentación de la CGT y de la CTA no es necesariamente un mal dato. Si bien a priori implicaría una cierta debilidad por una hipotética falta de respuesta unificada y contundente de la clase obrera, su realidad da cuenta de una crisis de hegemonía nunca vista que obligará a todas sus fracciones a actuar, aún con sus límites corporativos. La gravedad de la crisis hace peligrar su papel como canal de contención.

Finalmente, y en contraste, el movimiento obrero ha mostrado enormes signos de vitalidad, en los distintos conflictos y sobre todo en el progreso de la izquierda –en particular del Frente de Izquierda-. Sus agrupaciones sindicales le vienen comiendo los talones a la burocracia y le han arrancado cuotas de poder para nada despreciables. Ha triunfado –o ha hecho un papel sobresaliente- en la mayoría de las elecciones sindicales que se han desarrollado el año pasado, y también ha tenido un desempeño sin parangón en las últimas elecciones legislativas, consolidando una posición firme en la discusión nacional (incluida la parlamentaria).

En definitiva, subyace la tendencia de que el ajuste “le haga el juego a la izquierda”, que quiere capitalizar el desbarranque del kirchnerismo y conquistar la adhesión de contingentes enteros de la base peronista, fortaleciendo su programa contra el ajuste.

El kirchnerismo está en un brete, que puede ser explotado por derecha y por izquierda. La clave de la situación está en cómo se procesarán políticamente todos los factores que se conjugan en la crisis. Las negociaciones paritarias que están empezando a desarrollarse, constituirán un punto de inflexión. El conjunto del pueblo trabajador tiene que movilizarse para que esta vez la balanza se incline a su favor.