Por: Mónica Gutiérrez
La semana corre intensa. El rock and roll arrancó cuando menos se lo esperaba. Las revelaciones en la media tarde del domingo de los Panama Papers irrumpieron como un tornado arrasando todo a su paso. Las filtraciones monitoreadas por 370 periodistas de todo el mundo que se publicaron a nivel planetario pesan más que dos wikileaks, y su efecto deletéreo sobre la credibilidad y la confianza en las dirigencias tardará mucho tiempo en reabsorberse.
En la escaldada piel social de los argentinos las revelaciones generaron escozor. El nombre propio del recién estrenado presidente en la nómina de una offshore parida en la megausina de Mossack Fonseca no pegó bien.
En el país de las “casualidades permanentes”, Carlos Menem dixit, que la familia Macri haya recurrido al mismo bufete que los principales actores de la denominada “ruta del dinero k” para activar empresas offshore suena cuanto menos poco elegante.
Si es Macri padre quien “ocasionalmente” puso a su primogénito en tan incómoda situación, a llorar al psicoanalista. En el plano institucional, la estampida no se hizo esperar.
Acorralados por las investigaciones periodísticas que los vinculan una y otra vez a maniobras financieras en paraísos fiscales, los trolls que tuvieron días de gloria e hiperactividad.
Superado por los acontecimientos, la reacción del Gobierno pecó en lo inmediato de flojedad e insuficiencia. No es que las empresas offshore sean en sí misma ilegales, pero no puede decirse que tengan precisamente buena prensa. No hace falta ser un entendido en enjuagues transnacionales para comprender que buena parte de ellas sirven cuanto menos para ocultar y evadir.
Esa inexorable situación de sospecha amerita desde el vamos la inversión de la carga de la prueba. Hubo que esperar a que Mauricio Macri fuera imputado bajo la sospecha de “omisión maliciosa” para que se activaran los saludables mecanismos que recomiendan poner toda la papelería a disposición de la Justicia. Declaración de certeza que le dicen.
Fue un legislador del Frente para la Victoria (FPV), Darío Martínez, el que ofreció esa oportunidad al Presidente en problemas. No hacía falta llegar tan lejos.
Sobresaltados por los remezones, los jueces federales parecieron emerger de un estado de latencia. Sebastián Casanello puso quinta y en un operativo digno de Netflix clavó la foto de la semana. Lázaro Báez con casco, chaleco antibalas y esposado hacia atrás fue mucho más de lo que se podía esperar. Nadie parecía acordarse ya de Ricardo Jaime llegado el miércoles.
El ex ministro de Transporte atravesaba a esta altura de los acontecimientos un inesperado proceso “de adaptación” en el penal de Ezeiza. Estuvo solo algunas pocas horas. El empresario santacruceño y su contador Daniel Pérez Gadín llegaron a hacerle compañía.
La condición de detenido suele recordar al común de los mortales su consistencia de carne y hueso. “No hay mal que por bien no venga”. Todos, ahora padres amorosísimos, parecen preocupados por su cría. Además de bolsillo, tienen corazón.
Báez, atrincherado en una estrategia de defensa acotada a los hechos que se le imputan (lavado de activos por las evidencias del video de La Rosadita), dicen disponer, no obstante, de un plan B. No vacilará en activarlo si el curso de la Justicia arrastra a su hijo Martín, de quien asegura no saber por qué se lo involucra, a pesar de que desde sus veinte integra las empresas de su padre y dispone de probado expertise a la hora de contar billetes.
Si las causas que lo contienen se unifican y las cosas se complican, puede que, tal como lo viene anunciando, “salga a contar su verdad”. Por el momento hace uso de un saludable silencio. Tiempo al tiempo.
No ha trascendido, entretanto, si a Jaime lo desvela el pedido de procesamiento de su hija. La titularidad de una moto de agua la condena. No es la única mujer de la familia que está atrapada por las dificultades. Jaime tiene tres hijas, esposa y ex.
En cuanto a Máximo K , hijo entre los hijos, corre con ventajas. La condición de diputado lo protege con fueros. La banca que da anticuerpos y calma los nervios, los propios y los de la parentela. Que Leonardo Fariña es un hijo extramatrimonial de Néstor es sólo un “mito urbano”.
En tal caso, si es cierto lo publicado, fue un hijo de la vida, de esos que llegan ya criados, para ponerse a la par. Muerto Néstor y traicionado Lázaro, nadie parece hoy velar por su futuro.
El diligente y hasta hace poco glamoroso valijero, lleva dos años preso sin que a nadie se le escape una lágrima. Ni Karina J. llora por él. Tal vez por eso llegó este viernes a Comodoro Py, dispuesto a ponerse en traje de arrepentido y contar todo lo que hizo y sabe. Un dress code que probablemente lo ayude a acortar su pena y apresure el camino hacia la verdad. Es audaz, temerario y demasiado joven para morir.
Continuará…