Por: Mundo Asís
Volver al Mercado de Capitales, como a La Casita de los Viejos.
escribe Oberdán Rocamora
Amado Boudou, El Descuidista, supo con anterioridad, según nuestras fuentes, que iban a internar a La Doctora.
Que debía legitimarse una licencia.
Tendría que hacerse cargo de la presidencia prestada, durante un par de semanas.
Las suficientes para sacarla del escenario. De la derrota.
El Descuidista recibió también las instrucciones precisas de La Doctora. Instrumentar el virtual viraje económico. Las señales para el cambio. Pese a las perceptibles incoherencias que cualquier cronista podía advertir.
El “modelo” -ese invento retórico- no aguantaba más la carencia de dólares. Se evaporaban.
De pronto, El Descuidista volvió a sentirse valorado.
El desprestigiado Gordito de la motocicleta y la guitarra, volvía a ser aquel puntal sin escrúpulos. El que había ideado el manotazo, sin ir más lejos, hacia los fondos de pensión.
Para cautivarlo también a Néstor Kirchner, El Furia, el primer interesado en quedarse, también, “con el sueño de la máquina de hacer billetes”.
Ciccone. Historia vieja, de resolución pendiente (El Portal -como buen leñador- se ocupó cuando Boudou era un árbol que estaba de pie).
En el desenfado de la impunidad, y sobre todo a partir de la muerte (irresponsable) de El Furia, el relajado Boudou no supo controlar el negocio Ciccone.
Uno más, en definitiva, apenas un negocio de los tantos. Podía haberse hecho bien. Pero terminó en la desprolija berretada de los atorrantes.
Cabe consignar que La Doctora hizo lo que pudo para sostenerlo a su vice. Hoy declarado oficialmente -el vice- como la máxima equivocación.
(Para el Portal, no fue la máxima. Fue, apenas, la primera gran equivocación).
La casita de los viejos
Ahora, a través del ministro Lorenzino, El Plazo Fijo, El Descuidista debía ocuparse de arreglar el pago de los juicios perdidos en el CIAIDI.
De ser posible, debía cumplir también con la inicial receta del arreglo con el Club de París.
Y tratar, por si no bastara, de juntar algunos mangos verdes del Banco Mundial. Al menos tres mil palos.
Para volver, vencidos, con incierta indignidad -como si fuera a “La casita de los viejos” – al Mercado de Capitales.
De dónde nunca, acaso, debieron haber salido.
Porque las reservas se agotaban. Se cambiaban por papeles de colores.
El vehículo funcionaba mal y podía desbarrancarse con las reservas del tanque del Banco Central. Donde la señora Marcó del Pont, La Arrostito -como la llama Moreno- aún no acierta. Y es ya tan Plazo Fijo como Lorenzino.
¿Por qué se lo mira tanto al señor Fábregas, del Banco Nación? Se cotiza más a medida que trascienden sus deseos de rajarse.
La cuestión que ya casi no alcanzaba literalmente con las reservas para pagar la luz. No había dólares del modelo ni para pagar los barquitos. Los que traen la providencia mágica del gas.
El Muerto en Vida
Aunque supo que le iban a prestar la presidencia, El Descuidista siguió con la normalidad de los viajes que fueron programados, en principio, para ocultarlo.
Ni siquiera su buen amigo Insaurralde quería tenerlo, en adelante, cerca.
Justamente Boudou, el menos presentable del equipo, debía transformarse en el instrumento de la sensatez.
Para aproximar a la Argentina, de nuevo, a las finanzas del mundo. Aunque no pudiera, aquí, ser mostrado en ningún palco. Ni como telonero.
De nada le servía lamentarse. Perdía hasta el encanto del atorrante básico, surgido (junto a Nariga) de Mar del Plata al sur. Disco Sobremonte, Constitución.
A partir de la tercera copa, El Descuidista consolidaba la inflamación del abdomen. Y se abría a la catarsis de la confidencia.
“Soy un muerto en vida”, decía.
Un muerto con protocolo, no obstante, de primera clase.
Con la protección del viático y una pequeña estructura. En destinos lejanos.
Precisamente en las supercuadras de Brasilia se enteró El Descuidista que debía volver. E interrumpir, lamentablemente, el próximo destino, bastante agradable, el caramelito de Cannes. Donde lo aguardaba, según nuestras fuentes, -sin que lo supiera- una efectista emboscada mediática que finalmente no fue.
A La Doctora le adelantaban la intervención quirúrgica. El tema era más delicado de lo que parecía en un primer momento. Ningún pretexto para licencia.
En Buenos Aires, a El Descuidista lo aguardaba la emboscada natural de su biografía.
Los multiplicados enemigos -sobre todo los de adentro del gobierno- no se la iban a hacer nada fácil.
Menos aún al trascender, entre el chismorreo de los funcionarios, el significado de la verdadera instrucción de La Doctora. A la que, infortunadamente, ahora no podía recurrir. Para que lo auxiliara.
Porque La Doctora se encontraba cableada. Entre sueros y vendas, enchufada en aparatos de la sala de terapia intensiva.
Y custodiada por los dos principales islotes del archipiélago cristinista.
Carlos Zannini, El Cenador, que curte veleidades alucinantes de estratega.
Y Máximo Kirchner, uno de los meritorios causantes de la gloria actual del Racing Club.
Ambos, con motivos de sobra, lo detestan a El Descuidista. A El Muerto en Vida.
Sin la apoyatura culposa de La Doctora, el pobre vicepresidente se queda en la intemperie brutal.
Para convertirse, otra vez, en El Gordito indeseable de la motocicleta y la guitarra. A merced de cualquier locutor que anuncie la temperatura y se postule para demolerlo.
Es gratis. Arbolito caído.
Pagni, el vibrante columnista de La Nación, es quien mejor suele indagar entre los pliegues contradictorios del archipiélago cristinista.
Los que se estrellan contra la coherencia más elemental, aunque en un marco atroz de improvisación.
Conceptualmente libanizado, lo que queda del gobierno -si aún hasta Pagni lo puede llamar así- se sostiene por el entendimiento pragmático de Guillermo Moreno, El Neo Gostanián, y Axel Kicillof, El Gótico.
Cualquiera de los dos puede ser, incluso, el próximo ministro de Economía.
Son funcionarios que nada tienen intelectualmente en común. Sostenidos, apenas, por la astrología china (ampliaremos, sólo si viene al caso).
Los que se unen, sin ir más lejos, para desarticular en los temas fundamentales a De Vido, el Ex Superministro. Al que le depilaron gran parte de sus competencias.
Aunque a veces, en el Líbano conceptual, se acuerda una acción cruzada contra un tercero. Por ejemplo entre Kicillof y De Vido, aunque para apretarlo a Miguel Gallucio, El Protegido de la Tía Doris.
Zannini es quien recibe, según nuestras fuentes, los reportes diarios de la dupla Moreno-Kicillof, que se especializa en apretar empresarios.
Una acción heroica, pero que contrasta ostensiblemente con la construcción de la confianza. La que La Doctora pretendía mostrar con Boudou. Para volver, de a poco, durante la presidencia prestada, a La casita de los viejos. El Mercado de Capitales.
La gran verdad kirchnerista
De todos modos la dupla Moreno-Kicillof resulta bastante eficiente para “apretar” empresarios.
A los “cerealeros, petroleros, banqueros”. Para “que la pongan”. Para juntarle a YPF (“Apretar por YPF”).
Para ordenarles, en cierto modo, a los especulativos inversores, dónde es que tienen que invertir.
Hasta lograr, incluso, que algún empresario, como el lince de los shoppings, que supo empomarse hasta al señor Soros, con o sin gorrito confiese:
“Yo hago lo que estos locos me pidan. Esta es una etapa que se debe soportar. Si me dicen poné acá, pongo acá. Si me dicen poné allá, pongo allá”.
El cristinismo, en su desbarajuste, instala la gran verdad kirchnerista. Nada hay más apretable que un empresario.
Sobre todo porque ya casi ni quedan empresarios en el país. Se hicieron libreros, heladeros, vendieron y se hicieron de dólares frescos. Juegan al polo.
Fue la gran lección que legó El Furia.
“A estos hijos de p…no hay que creerles un c… Siempre tienen, y si te dicen que no la tienen que traigan la que se llevaron”.
Con su criterio de hierro, El Furia supo recaudar, con la obra pública, como un mago ante espectadores ciegos. Como con la orgía del transporte.
A los que no pudo entender, ni doblegar con su línea de comportamiento para los negocios, fue a los canallas del sector energético.
El apriete aquí no fue -para nada- fructífero. ¿Ampliaremos?
Oberdán Rocamora