Por: Mundo Asís
ANTICIPO EXCLUSIVO de la última novela de Jorge Asís.
Dulces otoñales
Henry Miller y no E.L. James
Editorial Sudamericana completa en librerías la distribución de Dulces Otoñales, presentada en la carátula como la “la esperada novela erótica de Jorge Asís”.
Es el director del Portal que anticipa -en exclusiva primicia mundial- dos capítulos.
Se trata de “Acabar es de obrero” y de “Extravagancia filosófica del tantrismo”.
Se anticipa, además, la polémica introducción de las estaciones, que alude a una de las alucinantes teorías de Oberdán Rocamora, nuestro Redactor Estrella.
Con jocundo desparpajo y desesperado humor, los dos textos “intensos” de Asís que aquí se divulgan parecen adherir a la tesis de Edgar Allan Poe, enunciada en Filosofía de la composición. Es el poco frecuentado ensayo que aún mantiene la función formativa -y académica- de la reconocida carta al “joven poeta” de Rainer María Rilke.
Es donde Poe indica que “la intensidad, por una cuestión física, es necesariamente breve”.
Por último, y como en algún momento del libro se destaca, el Asís de Dulces Otoñales se muestra tributario de Henry Miller. Es el escritor estadounidense de Trópico de Cáncer, que supo reinventar París y conmover a generaciones literarias que distan de reconocerlo. Es entonces en el Miller de París y de los Trópicos donde debiera en todo caso hurgarse para encontrar lejanas inspiraciones, y nunca en la previsible proximidad de E.L. James, la dama contemporánea de las 50 sombras tan exitosas como seriales.
Carolina Mantegari
Editora del AsísCultural
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“Primaverales son desde que arrancan, hasta los 22 años. Después, Carolina, vienen las Veraniegas, entre los 22 y los 40, o 42, sin gran rigor, o 43 inclusive. Vos, a los 35, sos Veraniega. Las Otoñales abarcan la franja que va desde los 40 a 43, hasta los 58. Si están cuidadas y bien amadas, llegan hasta los 62. Depende, Carolina, siempre, del estado en que se encuentren. Físico y -sobre todo- moral. Una cuestión de actitud. En adelante viene el turno de las Invernales. Instancia ideal para el recogimiento, la serenidad, la sabiduría y la compasión”.
Oberdán Rocamora
de “Teorías personales”
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Acabar es de obrero
– Aportas sólo tu eyaculación y no alcanza para sostener un vínculo amoroso –continuó La Pied Noire, firme en su reproche. En su postura transitoriamente inamovible.
Por el tono indignado de la comunicación, trascendía que a Nathalie ya le resultaba insuficiente con el polvo esporádico.
Pretendía oficializarlo a Rodolfo, aunque fuera un extranjero para desconfiar con naturalidad. Ante sus amigos combinados que debían convencerse que mantenía un enamorado para escriturar. Actitud lícita. Entendible.
Pero lo que de ningún modo Rodolfo podía aceptar era la descalificación banal de sus aportes al “vínculo”.
Entonces el que se lanzó también a reprochar en adelante fue Rodolfo. Desde la proximidad irreverente de la indiferencia.
– Eyaculaciones que, como sabrás, querida mía, son falsas. Fingidas, interpretadas –le dije. Mantenía el escudo improvisado del cinismo irritante.
Nathalie ya estaba lo suficientemente grandecita para haberse dado cuenta que, en general, raramente solía acabarle.
Acabar –sostenía- es de obrero.
Extravagancia filosófica del tantrismo
Por defensa propia, en la antesala de los 45 años, Rodolfo se había iniciado en la extravagancia filosófica del tantrismo.
Para sacarlo de la honda esfera de Osho, y llevarlo al plano práctico más rudimentario, se esforzaba -y lo decía- en no acabar.
Hasta conseguirlo, y erigirse, en adelante, en un auténtico profesional de la contención.
Mecanismo que, cabe consignar, podía fallar la primera vez, con un nuevo cuerpo que necesitaba millaje, nivelación y acostumbramiento.
Por cuestiones específicamente energéticas -que Rodolfo se las atribuía sin rigor al pobre Osho- solía acabar apenas de vez en cuando. En general los domingos, en el epílogo escasamente místico con Josciane.
Aprendió, con el tiempo, el mecanismo de contención que le permitía estar semanas enteras sin acabar. Por suerte, podía mantener la fibra, el deseo y la actitud para cumplir y ponérsela, en días intensos, a dos otoñales por día.
Acabar, Nathalie, es de obrero. No lo olvides.
Un placer aliviador reservado exclusivamente para los proletarios con relación de dependencia que necesiten el descanso.
Para los asalariados que no pueden entregar tres o cuatro horas a la reivindicativa ceremonia de ponerla.
Impulsaba Rodolfo aquella máxima clasista que podía haber revolucionado la teoría política. Desde la certeza categórica que proporcionaba la provocativa soberbia.
Los que necesitan acabar, Nathalie, son los obreros argelinos de la construcción, los choferes de bus, los musculosos metalúrgicos.
Para el tántrico, el impulso permanente del deseo debía ser infinitamente más placentero que la consolidación del deseo en sí.
Rodolfo se colmaba de la magia positiva con el cuento bien armado de la veneración erótica de la mujer. Tratada, indefectiblemente, como una prenda de culto, de persistente celebración. En la entrega prodigiosa por prodigarles un placer infinito, por experimentar el placer profesional de dar, con generosidad, placer, pero teatralizado en orgasmos estremecedores, mientras se dilataba interminablemente la propia eyaculación que nunca debía ocurrir. Para no desperdiciar la energía acumulada.
La eyaculación que La Pied Noire, de manera imperdonable, ahora minimizaba. Hasta banalizarla. Como si fuera un aporte peyorativo. Para descalificar.
Rodolfo se sintió moralmente agredido por la agresiva ingratitud de Nathalie. Y exhibió las llagas de la propia indignación de hombre herido. Con la sensación desagradable de saberse víctima de la injusticia que de ningún modo merecía.
Desconocía la pobre Nathalie que desde que había ingresado en la cultura del tantrismo, las eyaculaciones representaban el homenaje más expresivo. Que se le tributaba, en general, a Josciane. En la cama alta que daba a una pared de la rue de la Convention.
– Es un homenaje la eyaculación que vos, por otra parte, mi diosa, nunca te mereciste. Mi amor, no puedes referirte tan ofensivamente a las eyaculaciones que casi nunca transcurrieron. Menos aún, de forma tan devaluatoria, pedante y despreciativa.
Después de insultarlo, Nathalie, La Ingrata, cortó la comunicación.