Por: Nicolás Cachanosky
Según ha informado el Gobierno recientemente, el año 2015 culminó con un déficit fiscal del 9% del PBI. Si tomamos este número como cierto, entonces este nivel de déficit que ha dejado el kirchnerismo es superior al de la crisis del 2001 (7%) y al del final del Gobierno de Raúl Alfonsín (8%). En el último medio siglo es superado únicamente por el Gobierno militar con José Martínez de Hoz (11%) y durante el de Perón-Perón (14%).
Distintos funcionarios del Gobierno han sido explícitos en sostener que el déficit fiscal es un problema serio a resolver y que es además el origen de las altas tasas de inflación que se iniciaron en el 2007. El problema madre de los desequilibrios económicos en Argentina son los déficits fiscales.
Solucionar el problema del déficit fiscal en Argentina, sin embargo, no es una mera cuestión de cerrar números. En primer lugar, el tamaño del déficit, 9% del PBI, muestra que el desequilibrio entre ingresos fiscales y gastos del Tesoro no es menor; la estructura de ingresos y la de gastos se encuentran en niveles distintos. En segundo lugar, la presión fiscal consolidada supera el 40% del PBI; es decir, no hay margen para subir impuestos, por lo que es necesario revisar los gastos. En tercer lugar, el nivel de gasto es insostenible. Si con una presión fiscal del 40% del PBI el déficit se encuentra en torno al 9% del PBI, es claro que el Estado se halla sobredimensionado.
Esto indica que el problema a resolver no se soluciona con ajustes marginales; es necesario bajar ambos, los impuestos y el gasto público. Corregir un déficit fiscal de 9% del PBI con una presión fiscal superior al 40% del PBI no es otra cosa que cuestionarse cuál debe ser el papel del Estado en Argentina. De 1960 a la fecha el Tesoro ha tenido superávit sólo cinco o seis años. Los déficits fiscales son comunes a los distintos Gobiernos que hemos tenido hasta la fecha (Arturo Illia, Gobierno militar, Domingo Perón, Isabel Perón, Gobierno militar, Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Néstor Kirchner, Cristina Kirchner). El problema del déficit fiscal en Argentina no es, entonces, un problema de gobiernos, es un problema de estructura del Estado. El desafío de Cambiemos no es terminar con un déficit fiscal, sino terminar con el ciclo de déficits fiscales.
Resolver este problema requiere cuestionarse cuál debe ser el papel del Estado. Este es el debate ausente hasta el momento. ¿Debe ser el Estado fuente del masivo empleo público en el que se ha transformado? ¿Debe el Estado ser fuente de una creciente e impagable asistencia social, o debe generar las condiciones para que dicha asistencia se vuelva innecesaria? ¿Debe el Estado ser protector de sectores industriales y empresariales (por ejemplo, en Tierra del Fuego), o debe garantizar un marco competitivo donde sea el consumidor quien elija cómo consumir? ¿Es necesario que el Estado provea servicios como Fútbol para Todos y Aerolíneas Argentinas, o debería garantizar las condiciones para que estos y otros servicios sean provistos por el mercado? En resumen, Argentina tiene un Estado que quiere hacer mucho y estar presente en todo lo que pueda, en lugar de un aparato estatal que garantice la propiedad privada y haga cumplir los contratos para que sean las personas quienes provean sus propios bienes y servicios. ¿Debe el Estado garantizar un ambiente de libre mercado, o debe ser el Gran Hermano que todo lo observa y todo lo regula (como ejemplifica la reacción ante el desembarco de Uber hace pocos días)? Argentina parece tener la ilusión de querer vivir con el nivel de riqueza de las economías más libres del mundo, al mismo tiempo que es una de las economías menos libres del mundo.
El problema no es que el Estado gasta mal, el problema es que gasta demasiado por estar sobredimensionado. El Estado argentino actual es impagable, con o sin arreglo con los holdouts, del mismo modo que quien no es millonario no puede vivir como tal, con o sin una tarjeta de crédito. Mientras en Argentina no se replantee cuál ha de ser el papel del Estado, los desequilibrios económicos seguirán apareciendo de forma cíclica como lo han hecho en el último medio siglo.