Alfred Kinsey fue un biólogo y pionero de la educación sexual estadounidense que junto a su esposa y un grupo de investigadores emprendió la aventura de realizar los estudios sobre El comportamiento sexual del hombre (1948) y El comportamiento sexual de la mujer (1953) que hoy constituyen el Informe Kinsey, base piramidal de la sexología moderna.
Su contenido científico fue revolucionario: reveló entre otras cosas que la mayoría de los humanos no tienen una conducta sexual única y todos oscilan en algún grado de bisexualidad durante sus vidas, por más reprimida que esté.
Que la masturbación masculina y femenina ya era una práctica más común que leer La Biblia, que llegar virgen al matrimonio no fue un hecho pese a que fuera una obligación para las mujeres de esa época y probablemente ninguna lo haya hecho. Pero yo valoro a Kinsey porque era un activista, un militante de la defensa de la libertad humana y uno de los grandes mártires del humanismo en la guerra sin cuartel contra la opresión oscurantista.
Kinsey se enfrentó a una nación entera y enferma, que para ser coherente con su abolición tardía de la esclavitud también se atrasó un par de siglos en finalizar las condenas por “perversiones sexuales” como la sodomía y el sexo anal, dependientes de la ley particular de cada estado de la Unión. A la espalda del resto de Occidente, siempre. E imponiendo el liberticidio salvaje al resto del mundo, también.
Kinsey no era un simple agitador, era un luchador incansable que sorteó los obstáculos que le impuso un sistema educativo conservador y decadente, eternamente esclavo de los grupos de poder y sus conveniencias ideológicas de turno. Sufrió el desfinanciamiento progresivo de la Fundación Rockefeller, que auspició su proyecto para abortarlo a última hora, uno de los favores que esta organización devolvió al totalitario Partido Republicano de Joseph Mc Carthy.
Pero no pudieron diezmar la voluntad de un héroes de las ciencias que se pasaba la vida escuchando las historias trágicas de persecución, traumas y ocultamiento, de sentimientos cegados, de hombres y mujeres obligados a negarse a sí mismos y que luego no podían mirarse al espejo cada día. De torturas, de granjeros que estaqueaban sodomitas en pleno siglo XX y de alcaldes declarados progresistas que hacían la vista gorda.
Alfred Kinsey gastó hasta su último minuto en usar la verdad para liberar, en extender un abrazo de razón y tolerancia hasta el último rincón de ese país. Al ritmo que el sistema lo golpeaba recibía cartas de mujeres que abortaron, de chicos abusados, de mujeres mayores lesbianas que le agradecían reivindicarlas y junto a su firma sellaban la misiva con lágrimas de orgullo. De orgullo por asumir su identidad. Y así murió en el más glorioso reconocimiento, el de los débiles y excluidos, pobre y enfermo en agosto de 1956.
Su último discurso escandalizó a los herederos de la Inquisición en norte, sur, este y oeste y al día de hoy los volverá a escandalizar: “Concluyo en que los habitantes de esta nación gozarían de mayor libertad, educación y dignidad si en vez de aristócratas puritanos y esclavistas la hubiesen fundado reos, piratas y prostitutas”.
60 años después una decena de países, contando España, Brasil y Argentina aprueban el matrimonio entre las personas del mismo sexo y la Iglesia Católica, institución fundamental del asesinato sistemático del libre albedrío, está más debilitada que nunca.
Los progresistas de cartón que se adjudican estás victorias, que son victorias colectivas, nietas de la Ilustración y del verdadero liberalismo, vanguardia de la equidad y la liberación cultural de las clases oprimidas y minorías, hijas de próceres paganos, como Alfred Kinsey. Estos mismos sujetos, condimentando su complicidad integral con los rancios reaccionarios locales y globalizados -algunos de ellos conservadores inmundos autoproclamados “liberales” e incluso “libertarios”- son los que hacen en España o Francia activa promoción del islamismo (totalitario por naturaleza) confundiendo adrede esto con el urgente baluarte de la libre inmigración. O en Argentina, Ecuador, México y Brasil encubren burocracias repugnantes, como diría Giordano Bruno, robadas a otra Edad. El compañero César Ávalos, referente libertario de la pobrísima provincia de Chaco en Argentina, está más al tanto que yo de los detalles de estos sucesos.
Y nunca olvidarse del peligroso avance de la mafia psiquiátrica que hoy se viste de seda y se dedica a envenenar niños y secuestrar inocentes como ayer electrocutaban homosexuales para “curarlos”. Ellos, cual Mengele, son el contraste de la ciencia liberadora de Kinsey, son la ciencia del crimen organizado. Bien denunció Thomas Khun que toda disciplina tiene un componente ideológico y es ejecutada por gente de carne y hueso, con intereses más cerca del cielo o del infierno dependiendo el caso.
Pero que no cunda el pesimismo, porque a lo que apunto con todo esto es que el imperio de la libertad, en todas sus expresiones y todos los derechos propios y del prójimo, como el sagrado derecho a amar, son en gran parte responsabilidad del nosotros mismos, del pueblo. Y cada vez que el pueblo se disputo a hacerse cargo de sus conquistas y las iglesias, estados y corporaciones retrocedieron casilleros, el mundo se convirtió en un lugar un poco mejor. No hay Virgen de los sodomitas, ¿y?
Médicos, activistas, abogados defensores, profesores, periodistas, obreros, diseñadores, actores, carpinteros, vecinos, transéutes, amigos inesperados son homosexuales y nos resguardan a nosotros de la enfermedad, ciertas injusticias, la ignorancia, el aburrimiento, muchísimas carencias e incluso de la soledad y el miedo si somos suficientemente decentes para darles la mano.
¿Por qué? Porque son tan personas como nosotros y les debemos lo que nos dan: protección de la injusticia, del malestar, comprensión de los problemas del otro. RESPETO.
Se pasó el 28 de junio, y como todo lo importante cualquier día es bueno para decirlo: como existe la vergüenza ajena, existe el orgullo ajeno. ¿Saben que me llena de orgullo? Me llena de orgullo que mis queridos amigos, respetables colegas, grandes camaradas y también adversarios y desconocidos que ademas de eso son “gays, lesbianas, bisexuales o trans” tengan la valentía de ir en contra de esta sociedad hipócrita que sigue con los mismos vicios oscurantistas de siempre pero maquillados. Y se amen a sí mismos y sean amados. Y cada vez mas “heterosexuales” los tratamos en base a sus méritos y errores, a sus ideas y actos como todo hombre y mujer merece y supere la estúpida, miserable y enferma costumbre social y artificial de meterse en la cama de los demás.
Y doy fe que el glorioso día que la revolución libertaria rescate al universo de su putrefacción no hablaremos más de categorías que repriman la grandeza y el todo de la personalidad de cada individuo porque simplemente, dejarán de existir como dejaron de existir la inquisición y la mita. Brindo con Alfred Kinsey y todos ustedes por ello.