Por: Nicolás Pechersky
Durante la revolución industrial de la segunda mitad del siglo XIX, entre tantas cosas que pasaban, dos grandes hechos ocurrían en simultáneo y tal vez uno a causa del otro. Por esa época Carlos Marx desarrollaba su teoría comunista mientras escribía su célebre obra El capital. Mientras tanto Rockefeller creaba de cero uno de los imperios petroleros más grandes de la historia, famoso por su capitalismo salvaje.
Marx hablaba de la lucha de clases. Criticaba la plusvalía y a los empresarios que lucraban con el trabajo de los obreros. Creía que los trabajadores organizados tenían que gobernar y socializar las riquezas generadas.
Mientras, Rockefeller cerraba empresas dejando decenas de miles de empleados en la calle sin ningún tipo de derecho laboral, seguro de desempleo o indemnización, sólo para vencer rivales y destruir competidores.
Doscientos años después, el gobierno nacional y popular subasta el yacimiento de Vaca Muerta a la empresa de Rockefeller, antes Standard Oil, ahora Chevron.
Axel Kicillof, confeso marxista y líder de la deplorable política energética, dice, y cito: “es una enorme muestra de soberanía”. La misma empresa que promueve las guerras del país del norte por el petróleo en Asia oriental ahora resulta que es la promotora de la soberanía nacional. Se les fue la mano con eso de los monopolios buenos.
Lo que el kirchnerismo no está diciendo es que el fracking hoy destruye el ambiente. El proceso consiste la extracción de petróleo mediante la fractura de piedras con una fuerte presión de agua y químicos. Esa agua contaminada termina por contaminar el resto del agua del lugar. Los químicos son tan malos que, así como la receta de la Coca Cola, nadie sabe su fórmula. La guardan bajo llave los tipos que inventaron y patentaron este proceso.
Lo otro que no dice es que la empresa más irresponsable del mundo en materia ambiental es hoy Chevron, que fue condenada a pagar 19.000 millones de dólares por daño ambiental efectuado en la Amazonia ecuatoriana.
La única forma de explicar este ridículo decreto llamado “de soberanía hidrocarfurífera” es la desesperación que habrá tenido Kicillof al no encontrar inversores para explotar Vaca Muerta. La desesperación por no sumar otra derrota como Aerolíneas o el cepo al dólar.
Si dejaran de asesorarse por adolescentes de 40 años, militantes poco preparados, poco leídos y demasiado engreídos para escuchar a los que saben, habrían advertido que expropiar una empresa como Repsol y después no pagar esa adquisición de acciones no era la propuesta más tentadora para salir a buscar inversiones en el extranjero.
También habrían entendido que YPF no tiene ni la plata ni la tecnología necesaria para extraer el shale oil y gas de Vaca Muerta.
Pero como somos víctimas de la inoperancia, de la inexperiencia y sobre todo de la prepotencia de un grupo de jóvenes que nos hunden en la desinversión, la no gestión y el pago constante de sobreprecios en cada compra que realizan, ya nos acostumbramos.
Nos acostumbramos a escuchar a la misma presidenta defender la privatización de YPF en los noventa, después criticarla y luego estatizarla. Aunque los fondos de la privatización nunca aparecieron.
Nos acostumbramos a escuchar al ministro de Economía de facto negar la inflación, defender el blanqueo de capitales corruptos y del narcotráfico. Lo escuchamos criticar a los que ahorraban en dólares y después llorar para que compráramos sus dólares falsos porque el peso no servía.
En 10 años nos acostumbramos a muchas cosas. Lo que nunca imaginamos era que nos iban a acostumbrar a que a partir de ahora el Tío Sam fuera peronista, los monopolios estadounidenses fueran nacionales y populares y los empresarios del petróleo militantes comprometidos con la causa nacional.