Por: Nicolás Pechersky
En 2006 parecía estar todo en orden para que Atilio Alterini asumiera como rector de la UBA luego de ser decano de la Facultad de Derecho. El currículum le sobraba, así como el consenso de los diferentes sectores que gobiernan la universidad. De repente apareció una ridícula acusación de haber sido juez de la dictadura. Tan irracional como suponer que Lilita Carrió fue parte de la dictadura por entrar a la Fiscalía de Chaco vía decreto ejecutivo en 1979.
El PO y demás agrupaciones de ultraizquierda simplemente sabotearon asamblea tras asamblea hasta bajar su candidatura y así dejar en bandeja la posibilidad al kirchnerismo de poner al rector. En principio parece no haber relación, pero los actos del PO no fueron inocentes. Para poder llevar adelante la asamblea se necesitaría el control de la Policía Federal, y el Estado nacional no participó hasta asegurarse de que el candidato fuera suyo. Fue así como el Rubén Hallú terminó asumiendo en una asamblea cerrada dentro del Congreso de la Nación con el control de la Federal. El PO se aseguró que sólo pudiese asumir un candidato afín al gobierno nacional.
Ahora, ante una nueva elección del rector, el PO vuelve al ataque. Acusan de antidemocrática la elección simplemente por ser minoría, por no poder ganar. Sus mayorías en estudiantes no le alcanzan ya que tres cuartos de la elección se da entre graduados y docentes, donde ellos no tienen casi representación. Lo cierto es que no tienen interés en votar porque perderían. Hijos de familias acomodadas, en general mantenidos sin trabajar para poder dedicarse de lleno al estudio, lo que los motiva, lo que les saca el sueño, lo que los excita, son sus 15 minutos de fama. En la universidad es el único lugar donde no son marginales, donde tienen votos. Son mayoría, con 8 centros, por encima del peronismo y el radicalismo que gobierna este país hace 100 años.
No perderían nunca la oportunidad de refregárselos en la cara. Y mucho menos de ser tapa de Clarín o La Nación. El problema es que lo mismo que a sus 14 años en el Nacional o el Pellegrini les podía quedar lindo, como primeras señales de compromiso social y político, a los 25 como estudiantes crónicos ya les queda feo. La universidad es pública y gratuita, pero no es para todos. Se financia con los impuestos tanto de Grobocopatel como de las familias pobres que pagan IVA por un litro de leche y un paquete de fideos. La diferencia es que estos últimos no tienen ninguna posibilidad de llegar a ser parte de esta élite acomodada que puede darse el lujo de estudiar gratis en la ciudad.
Ir a la UBA es un honor y un compromiso. Estudiar gracias al esfuerzo de todos los que pagan sus impuestos. Mientras ellos, para colmo de males, mientras ejercen esta presión violenta sobre la universidad, toman sus facultades para que los demás alumnos no puedan estudiar. Fanáticos de Cuba y del régimen castrista como son, estaría bueno que supiesen que en ese país, por juntarse como adolescentes a gritar y patalear sin razón ni sentido contra las autoridades, les darían tres sopapos y los sentarían en el pupitre para que se pongan a estudiar.
Les recordarían que están ahí gracias al sacrificio de cada habitante de su país y, eso más que un derecho, es un compromiso de devolver al país lo que éste les dio. Sacando de lado la violencia y la opresión del país comunista, la idea de deber a la sociedad, no así al estado, el derecho a la educación gratuita es algo para copiar. Una lástima que sus hijos pródigos argentinos no lo entiendan.