Por: Nicolás Tereschuk
Visto desde la Argentina, ¿cuál es el verdadero Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil?
¿El que muestra a su líder, Lula Da Silva, reuniéndose con José Manuel de la Sota? ¿El que lo ubica disertando ante los empresarios más importantes del país? ¿O el que lo coloca abrazándose a Cristina Kirchner y a sus partidarios? ¿Cuál es entonces la verdadera Dilma Rousseff? ¿La que afirma que no tolera “la corrupción” y que asegura estar dispuesta a hacer renunciar a cualquier funcionario sobre el que pesen “sospechas fundadas”? ¿O la que enseguida advierte contra “una caza de brujas propia de regímenes autoritarios” por parte de medios de prensa y defiende a capa y espada a Lula contra acusaciones de presunta corrupción por parte de los más importantes grupos periodísticos del país?
El lunes último, al participar de la presentación de un libro sobre los 10 años de gobierno de su partido en San Pablo, Lula aseguró: “El gran legado es que hemos demostrado que es posible gobernar en una forma republicana, gobernar sin odiar a los que nos odiaban”. ¿Una afirmación que caería bien, por ejemplo, en el Ricardo Alfonsín que durante la última campaña presidencial puso al Brasil reciente como ejemplo a seguir?
Quizás esa idea de “república” en abstracto choque con otras que expresa al mismo tiempo el oficialismo brasileño. Por ejemplo, ¿qué pensaría la oposición argentina si Cristina Kirchner impulsara la emisión de un spot partidario de diez minutos por la red nacional de radio y TV, como hizo el PT la semana pasada en el vecino país? En aquella pieza, tras exaltar la década de gobierno petista, el partido estampó el siguiente slogan: “una historia de amor que nunca tendrá fin”. Y luego: “PT, 10 años de gobierno; del Pueblo, con el Pueblo, para el Pueblo, por el Pueblo”.
En su reciente discurso paulista, el ex presidente brasileño la emprendió una vez más contra la prensa local que lo ataca: “El político ideal que ustedes desean, aquel con cara de sabio, de probo, irreprochable desde el punto de vista del comportamiento ético y moral, aquel político que la prensa vende que existe, pero que no existe, quién sabe, tal vez esté dentro de ustedes”.
“Si un inversor extranjero llega a Brasil desde Londres y lee (los diarios) Estado de Sao Paulo, Globo, Folha y (las revistas) Veja y Epoca, sale corriendo porque le parecerá que el país ha acabado en la ruina”, afirmó entonces Lula. Y agregó: “¿Cómo hace un gran editor de un diario de este país, aquel que sabe todo, para explicar la generación de 22 millones de puestos de empleo formales mientras existen récords de desempleo en el mundo desarrollado?”. ¿Es el líder “moderado”, casi “socialdemócrata a la europea” que buscan mostrar algunos políticos y medios argentinos? ¿O es el populista exacerbado que cuestiona la prensa tradicional brasileña?
El estadista, el líder global no se priva de hablarle a sus partidarios con el idioma más llano. “Estamos caminando para que vuestra excelencia -le dice Lula a Dilma en un acto esta semana- sea nuestra presidenta por más de cuatro años. Tengo la certeza de que eso incomoda (a los opositores). Un metalúrgico durante ocho años ya incomoda, pero una mujer por más de cuatro años, ‘puta merda’, eso es demasiado”, enfatiza el ex presidente, arrancando risas y aplausos a los militantes petistas.
Como se ve, no conviene encerrar a los líderes latinoamericanos pos-neoliberales en casilleros prestablecidos y abstractos. Ayuda más entender que todos ellos se han ocupado durante los últimos años de concitar mayorías, enfrentando a dos sectores opositores: uno bastante vigoroso de dirigentes políticos tradicionales y sectores empresarios -incluidos importantes medios de prensa- por “derecha”; y otro, algo más pequeño y disperso, de dirigentes políticos más “nuevos” y algunas organizaciones sociales, “por izquierda”. Y que lo han hecho con relativo éxito y estabilidad sin copiar recetas, protagonizando rupturas con el pasado reciente y también algunas continuidades.