Empresarios nacionales: ¿el actor ausente?

Nicolás Tereschuk

A principios de los años 80, el economista chileno Fernando Fajnzylber explicó en una obra clásica, La industrialización trunca de América Latina, cuál había sido a su criterio una de las grandes carencias de la región en materia productiva: la falta de “liderazgo” y de “vocación” de protagonismo por parte del sector industrial nacional.

Textualmente, este referente de la CEPAL advertía sobre “la incapacidad del sector empresarial nacional para articular una estrategia industrial funcional a las carencias y generosas potencialidades, en el ámbito de los recursos naturales, de los países de la región”.

“¿Cómo explicar la presencia notoria y determinante de las empresas transnacionales en el caso de América Latina y su marginalidad en el caso de Japón?”, se preguntaba este sagaz intelectual.

Vale la pena seguir su razonamiento:

“Frecuentemente se acepta como válida la imagen que la literatura ‘especializada’ proporciona a las empresas transnacionales, al presentarlas como ‘ovnis’ que aparecen en el firmamento después de la Segunda Guerra Mundial, respondiendo a designios ocultos orientados a la manipulación de las personas, el resto de las empresas y los gobiernos. Si se adopta, en cambio una definición modesta y poco espectacular, que les otorga simplemente el carácter de empresas líderes de las economías capitalistas avanzadas, deberá concluirse que su presencia notoria en América Latina y su cuasi ausencia en el caso de Japón, no es sino la expresión de una asimetría en la gravitación de los respectivos agentes internos”, señalaba.

El análisis se completaba con una visión certera: “Es evidente que el mercado de 100 millones de personas del Japón de la posguerra resultaba atractivo a estas empresas, pero allí enfrentaron la oposición de un sector empresarial nacional articulado a un Estado cuyo proyecto de largo plazo implicaba reservar el mercado interno para la expansión y el aprendizaje de una industria que deseaba alcanzar un grado de excelencia que le permitiría penetrar y consolidar posiciones en los mercados internacionales”.

En el caso argentino, la ausencia de un empresariado nacional con vocación de liderazgo es quizás aún más notoria que en otros países de Latinoamérica. De seguro la falta de un actor empresarial con esas características es una de las deudas del actual período democrático, luego del duro golpe que ese sector productivo -con sus logros y limitaciones- recibió durante la dictadura militar.

A través de este prisma puede evaluarse la triste imagen de empresarios que se dicen “nacionales” yendo a la zaga del titular de Fiat, Cristiano Ratazzi, o del de Shell, Juan José Aranguren, en el rosario de quejas que esgrimieron durante un reciente cónclave organizado por la ultraliberal Fundación Libertad.

Si, como lo dijo Lula Da Silva, hay sectores de la prensa que parecen “exiliados en su propio país”, buena parte de los empresarios “nacionales” se manejan como si fueran totalmente ajenos a la suerte de la mayoría de sus compatriotas. Al escucharlos, se diría que no hubieran logrado importantes márgenes de ganancia durante los últimos años o que no hubieran recibido al mismo tiempo beneficios de relevancia a partir de subsidios o de un tipo de cambio competitivo.

Con hombres de negocios “nacionales” que en el mejor de los casos se piensan como actores de reparto en una escena encabezada por el empresariado extranjero, a la economía argentina le va a costar superar los desafíos que deberá enfrentar en el mediano plazo para sostener una senda firme de crecimiento.