Por: Nicolás Tereschuk
El apuro de algunos medios de comunicación, dirigentes y analistas por plantear un “fin de ciclo” abrupto en la política argentina se topó durante el mes de marzo pasado con una serie de obstáculos.
Tanto es así que uno de los datos de la realidad que se busca explicar ahora -no siempre con éxito- es la persistencia de la centralidad política que mantiene la presidenta Cristina Kirchner y la valoración de algunas de las públicas que impulsó, así como rasgos de su liderazgo político.
Por ejemplo, el periodista Marcelo Longobardi señaló en una entrevista reciente que brindó al canal TN: “Hemos repetido hasta el cansancio que una crisis macroeconómica erosionaba el poder político del Presidente en cuestión y eso no pasó con Cristina; hay una crisis macro significativa. Hoy la presidente subrayó que se venden más motos, bueno es lo único que se vendió un poquito más, el resto de la economía argentina está muy parada. Esto debiera ser en la Argentina una explosión y sin embargo no lo es. Y vos fijate que la recesión, los desequilibrios macroeconómicos, la inflación y demás finalmente no produjeron ese efecto tan clásico de la Argentina que es la erosión del poder político. Cristina está políticamente intacta”.
Cuando el entrevistador le preguntó por qué se produce ese fenómeno, Longobardi respondió: “Y yo qué sé por qué, habrá gente que le gustará (la Presidenta). Qué se yo”.
El politólogo Marcos Novaro también eligió este tema en una reciente columna en el sitio web del canal TN, a la que tituló “¿Por qué mejora la imagen de Cristina?”. Para Novaro, “no hay duda de que la Presidenta se recuperó bastante” de su imagen en las últimas semanas y atribuyó esa situación al siguiente razonamiento: “Cristina sigue siendo una líder potente, valorada por dotes personales reconocibles: coraje, autenticidad, resistencia. En un contexto en que hay motivos para temer el debilitamiento del gobierno, con el que se asocia retrospectivamente todo período de la política argentina en que el cambio de autoridades era inminente, acompañarla y sostenerla parece ser bastante razonable, casi un acto en defensa propia”.
A fines del mes pasado, el sociólogo Eduardo Fidanza ensayó algunas explicaciones en el diario La Nación. Evaluó que la imagen positiva que conserva la Presidenta se da, sobre todo en algunos estratos sociales. Así, evaluó: “La visión polarizada de los Kirchner no es, sin embargo, aleatoria. Se ordena, claramente, según coordenadas socioeconómicas. Los sectores populares, de bajo nivel relativo de ingresos y educación, tienden a reivindicarlos, mientras la clase media y media alta a rechazarlos”.
Sea cual fuera la explicación del porqué de los niveles sustantivos de apoyo que conserva Cristina, lo que se dice poco es que este es un hecho relativamente novedoso y que hace a la tan mentada “calidad institucional”. El hecho de que la jefa de Estado conserve una cierta aceptación social -y que podría ser creciente- al final de su mandato no es lo que le ocurrió a Raúl Alfonsín ni a Carlos Menem, los mandatarios del actual período democrático que, al igual que Cristina, tenían impedida la reelección, por la letra de la Constitución Nacional.
El hecho de que la cabeza de uno de los poderes del Estado, el Ejecutivo, tenga posibilidades de, sin reelección, pilotear una transición política ordenada -misión a la que la Presidenta deberá dedicarse en los próximos meses- aventando amenazas de inestabilidad política o económica puede ser un paso positivo más desde la recuperación de la democracia en 1983.
No se trata de elementos menores para aquellos que consideran que en el país debe haber “políticas de Estado” que se sostengan en el tiempo y que no estén expuestas a shocks y cambios abruptos. Una transición ordenada puede hacer que se combinen dosis moderadas de cambio y que se dé continuidad a un conjunto de políticas públicas, elemento central de cualquier camino hacia el desarrollo.