El ébola desató la alarma internacional cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) decretó el pasado viernes 8 la emergencia sanitaria mundial. La epidemia asola cuatro naciones de África occidental y realmente todo cambió cuando se reportaron casos en la última afectada, Nigeria, el país más poblado y potente del continente negro, con más de una decena de casos confirmados. En total, desde diciembre, han muerto según datos oficiales de la OMS 1.013 personas, incluyendo más de 60 trabajadores de la salud en general, y reportándose más de 1.800 casos de contagio. De todos modos, la atención de las cámaras fue creciendo a medida que el contagio parecía exceder las fronteras regionales y llegar, por caso, donde importa, a Europa, los Estados Unidos u otras zonas del mundo considerado “occidental”, a esas regiones que sí enfocan las cámaras, cuando, por otro lado, siempre pierden de vista África.
La posibilidad de testear medicamentos experimentales genera debates éticos pero queda clara cuál es la situación. La comunidad internacional está verdaderamente preocupada. Se inquieta por la posibilidad de tener el virus en casa, pero si está lejos y mueren africanos anónimos, no hay ningún problema. Al contrario, puede ser positivo para algunos puesto que los laboratorios consiguen sacar rédito al intentar “ayudar” a los pobres inválidos que siempre se concibe son los subsaharianos. Mientras tanto, una vacuna espera salir al mercado, pero para eso faltarán meses se prevé. Total los africanos pueden seguir muriendo, sin culpas. Mientras estén lejos de casa, no hay problema. Además, un político francés de ultraderecha, Jean-Marie Le Pen, cuando la pandemia todavía no era una preocupación occidental, la festejaba. Opinó que era un buen medio para impedir la llegada de inmigrantes a su Francia querida. El “Sr. Ébola” era una ayuda, a su entender. Pero en estos días ese señor da miedo. Y ese temor genera reacciones repudiables.
En un gesto tal vez más repugnante, una reconocida analista norteamericana criticó el médico Kent Brantly, quien volvió a los Estados Unidos para tratarse la infección, tras haber auxiliado a las víctimas en Liberia, el segundo país donde se propagó. Lo trató de idiota por intentar ayudar a los liberianos. Después se dice que África vive de la caridad internacional, lo cual es verdadero. Pero, cuando alguien tiene intenciones nobles, genuinamente humanas, es menospreciado, aunque el maltrato verbal obedeció en este caso a un comportamiento que obsesiona a los occidentales, la búsqueda de fama mediática. No es la primera vez que esta analista, de apellido Coulter, lo hace.
Lo que genera pánico es la alta mortalidad del virus (en un principio del 90%, aunque se redujo a 55%) y también, aunque de eso no se habla tanto porque son cuestiones que no conllevan la atención mediática del público occidental, ciertas pautas culturales que no propenden a la salud, como los entierros, en donde la comunidad entera toca el cadáver en un momento que es altamente contagioso su contacto vía secreciones y sangre.
Los mitos locales tampoco ayudan a la prevención y la calma. Hay varios. Uno es que el ébola se propaga por el aire, la piel y la saliva, lo que acrecienta la histeria colectiva. Otro es que los médicos internacionales llevaron el virus a África lo que produjo ataques a los cuerpos profesionales en aldeas, por ejemplo. Un tercero es que se puede prevenir comiendo cebollas o ingiriendo leche condensada con periodicidad. Aquí el papel de la OMS es vital en la prevención y el control, que comienzan con la información, el mejor antídoto contra el miedo y la paranoia. El cuarto explica que esta enfermedad es nueva cuando, por el contrario, se dieron 25 brotes en África central y oriental desde 1976, eso sí, siendo el actual el primero que escapa a esa región y el más grave. Un último mito a destacar es que la enfermedad podría llegar al mundo “civilizado”. No obstante, por caso, España ha descartado recientemente el riesgo que la enfermedad visite a los españoles. Sin embargo, la posibilidad atemoriza y escandaliza con precedentes como fueron el recuerdo de la psicosis generada por la pandemia de H1N1 (gripe A) hace 5 años y los casos de Síndrome Agudo Respiratorio Severo (SARS) en 2003.
Como sea, el ébola concentra la atención mediática y particularmente de África -si se permite el término, como si fuera fácil generalizar la vida de unos 1.000 millones de habitantes en 55 países- Una vez más el africano es sujeto periodístico pero en este caso ya no como protagonista de conflictos armados y/o víctima, exiliado en patera o por alguna peculiar costumbre, sino como enfermo o proclive a ser conejillo de indias de los grandes laboratorios, los verdaderos ganadores en este infierno.
Fuera del continente africano, existen otras enfermedades que no son tanto foco de titulares y, sin embargo, el origen de algunas yace allí, y también son preocupantes. Una ocurre del otro lado del Atlántico. Se trata del virus chikungunya, transmitido por los mismos mosquitos que propagan el dengue. Desde fines del año pasado se han reportado más de 350.000 casos sospechosos en América Central y el Caribe de los cuales 5.000 fueron confirmados, y luego alcanzando Venezuela en donde se informaron más de 100 casos. En julio la OMS reconoció que este brote es grave. Finalmente, el virus ha llegado lo más que pudo al sur, a la Argentina pero por importación, a partir de dos turistas procedentes de la República Dominicana, mientras se testean otros dos casos sospechosos aunque el país del Cono Sur no es zona de contagio. Esta fiebre, si bien no es tan alarmante como el ébola, en cierto modo preocupa, y de allí pueden partir sin problemas la incomprensión y el miedo.
En una muestra de racismo muchos ya estarán culpando de esta dolencia a África, puesto que el nombre del mal proviene de un vocablo procedente de Tanzania, donde se registró por primera vez la enfermedad en 1952. Significa en un vocablo local caminar erguido. Un nombre ligado al exotismo, para muchos. Volvemos al comienzo, siempre de África proviene lo negativo. Se querrá tener lejos al africano porque el sentido común, y sobre todo estos días corren, dicta que lo único que generan los infortunados habitantes africanos son bacterias y virus. Ébola, chikungunya, son solo más muestras del repertorio mediático con el que Occidente siempre vapulea lo desconocido y menospreciado.
Resumiendo, África siempre ligada a lo negativo y así se refuerza esa asociación. Otras epidemias son mucho menos abordadas, como el Síndrome Respiratorio de Oriente Medio que, causado por el corona virus (MERS-CoV), desde abril de 2012 generó 837 casos con 291 decesos. Ni la llegada de un caso importado a los Estados Unidos le ha dado más trascendencia. Al contrario, el primer podio de la atención mediática cuando se trata de lo trágico siempre le corresponde a África. ¿Hubiera tenido la misma repercusión un brote de ébola en otro rincón del mundo que no fuera el continente que hoy día lo padece de nuevo? Esta enfermedad ha llegado para quedarse, según dicen. Albricias para los laboratorios que buscan tranquilamente una cura y, mientras tanto, van probando experimentalmente en los conejillos de indias de siempre.