Contra el terrorismo no hay “tutiya”

Omer Freixa

En estos días el terrorismo se yergue como la gran amenaza a nivel planetario, principalmente de la mano del Estado Islámico (EI) (o ISIS) y sus famosas decapitaciones. Hay miedo y preocupación. Las amenazas se multiplican. Van orientadas sobre todo a quienes forman parte de la coalición internacional que hoy bombardea sus posiciones. Hace unos días Irak descubrió un plan del EI para atacar en los subtes de París y Nueva York, y el propio grupo expresó la intención de atacar iglesias, comisarías y ayuntamientos en España. Por otra parte, mal presagio en Libia, donde una ciudad de 75.000 habitantes juró lealtad al grupo.

Obviamente este tema no pudo ser obviado en la 69ª Asamblea General de Naciones Unidas, con sede en esa última ciudad, inaugurada el día 24 de septiembre y finalizada el martes 30.

El primer día, el Presidente norteamericano sentenció que el único lenguaje que entiende el ISIS es el de la fuerza y planteó una estrategia de combate al grupo extremista. Asimismo, la campaña #notinmyname tuvo un rotundo efecto mediático en el sentido de concientizar que la comunidad islámica a nivel mundial en nada avala los desmanes provocados por el ISIS en Medio Oriente y que, por otra parte, eso no es Islam.

Si bien la política norteamericana dista de ser transparente, no hay más remedio que combatir al terrorismo con guerra, lamentablemente, aunque ese monstruo en parte sea un producto de Washington. No hay más alternativa que el combate. Es que resulta imposible sentarse a negociar con fanáticos.

Tres casos recientes conmocionan y ayudarán a entender por qué el terrorismo se vence por la fuerza. El problema es que con ataques aéreos solamente no se podrá detener al Estado Islámico, como se observa hasta ahora. Los bombardeos prosiguen y también las decapitaciones. Reino Unido, Australia y Canadá se unieron a la coalición internacional mientras Turquía es el ingresado más interesado, preocupado por la escasa distancia geográfica que separan sus territorios del EI. Al respecto, complicó el panorama la declaración formulada por Barack Obama, quien subestimó la amenaza del grupo, de que Estados Unidos no enviará tropas a combatir a Irak y Siria. Entonces, hay bombas para rato, mientras el EI ahora va contra los kurdos: la semana pasada decapitó a 10 de éstos en Siria y la ciudad siria de Kobane (con una importante población kurda y cercana a Turquía) estaría rindiéndose a las fuerzas islamistas. Ese es el primer ejemplo, que motiva la preocupación turca.

El segundo ocurrió en el norte de África, el pasado 24 de septiembre. En el este de Argelia, un grupo yihadista, leal al Estado Islámico, secuestró a un turista francés (Hervé Gourdel) que oficiaba de guía de un contingente. A dos días de mostrar el primer video en donde el grupo lo exhibió cautivo y amenazó con decapitarlo si Francia no detenía los bombardeos en Irak, decidió su ejecución. Al efecto, se difundió un segundo video -intitulado “Mensaje de sangre para el gobierno francés”- en donde se ve la cabeza del francés en manos de los terroristas, luego de que éstos se abalanzaran sobre él, aunque no mostraron el momento de la decapitación.

Este grave episodio difiere de otras decapitaciones a manos del ISIS porque, en primer término, es la primera que se lleva a cabo fuera de la zona de accionar central del grupo (y no ejecutada directamente por éste) y, en segundo lugar, cambió la modalidad de exposición: la víctima no habló a cámara en la previa de su ejecución, y se mostró abatido. En definitiva, las decapitaciones empiezan a difundirse en regiones alejadas de Irak y Siria, foco del movimiento yihadista que más estremece al mundo. Era cuestión de tiempo para ver expandidas sus actividades. Argelia es un país norafricano de considerable estabilidad si bien el peligro yihadista es latente como en toda la región. Preocupa que haya aparecido un precedente de esta violencia impiadosa en un país distante de la Mesopotamia asiática. Al menos la justicia argelina procesó a 15 sospechosos de la decapitación del francés y el ejército argelino halló el campamento de los asesinos. Justicia, no negociación.

El tercer ejemplo que muestra la rapacidad del extremismo islámico ocurrió en un escenario que interesa mucho menos que el tema anterior. Se trata de Nigeria (el país más poblado de África), que ya no es noticia porque el ébola dejó de ser un problema (aunque dejó 8 muertos). Allí el grupo yihadista Boko Haram (hasta ahora no vinculado al EI, pero en la sintonía de declarar el Califato Islámico como aquel) a mediados de abril secuestró a unas 200 niñas. Más de cinco meses pasaron sin novedades de su liberación y frente a la pronta indiferencia mundial a la que se tiene acostumbrada a África. Pero hace dos semanas se difundió una mala noticia para el grupo. El Ejército del país confirmó que su líder, Abubakar Shekau, había sido abatido pero el 2 de octubre él salió a desmentirlo en otra emisión de la modalidad que gusta al aparecer en público. La otra novedad es que se dijo que el Ejército había logrado rescatar a algunas de esas jovencitas raptadas en abril, lo que fue desmentido prontamente por sus altos mandos. Después trascendió que los yihadistas liberaron otras, pero no las del grupo raptado en abril (lo cual igual es positivo aunque fuera algo unilateral).

Como siempre, la información que circula sobre África dista de ser precisa. Shekau (que pronto tendrá tantas vidas como un gato) continúa vivo y Boko Haram es el azote de Nigeria. En los últimos dos meses provocó 190.000 desplazados y 185 iglesias quemadas. No hay negociación, ni parece que la habrá. Por ejemplo, cuando Boko Haram ofreció un intercambio de prisioneros por las niñas, el Estado nigeriano rechazó la propuesta. No se puede negociar con islamistas. Lo vengo viendo hace meses (desde el inicio del secuestro el 14 de abril, en este caso), todavía no me equivoqué. Mientras tanto el líder del grupo sigue muriendo y “resucitando”, sin ánimos de sentarse a negociar.

Cuando algo no tiene solución hay un dicho famoso, “no hay tutía”. Esta frase tiene su origen en un ungüento medicinal árabe (al-tutiya) utilizado en la Edad Media como remedio para todos los males de los habitantes de la Península Ibérica. Fue muy popular pero, desde la Reconquista (siglo XI) los médicos árabes comenzaron a escasear y he de allí que el remedio empezara a faltar, lo que originó esa forma de lamentarse. Ese refrán proviene, en buena parte, de árabes musulmanes. Gente de bien, los mismos que hoy profesan una fe que en nada refleja las barbaridades denunciadas que comete un grupo de desquiciados que se dicen ser islámicos y contra los que “no hay tutía”, más que combatirlos sin tregua.