Por: Pablo Mancini
Hay que proponer que se tipifique como delito estacionar en doble mano: es hurtar el tiempo del Otro. Y que yo sepa, todavía, el tiempo vale más que el dinero.
El tránsito colapsa por varias causas. Una de ellas, estacionar en doble mano, en Buenos Aires ya es una epidemia vial. Complica la experiencia diaria de automovilistas y peatones. Los retrasa, los retiene, les hace pedazos el buen humor.
La práctica se extiende y se invisibiliza, y sólo queda en evidencia cuando alguien sale lastimado. Nos estamos acostumbrando a padecernos, y a robarnos el tiempo unos a otros. No da para más.
Es una forma de corrupción urbana extendida que cancela, momentáneamente, la libertad del Otro. No es fácil de calcular pero sí de intuir que las pérdidas de dinero anuales que generan esas infracciones deben ascender a millones de pesos. Y no en multas, sino en tiempo: miles de minutos de miles de personas son hurtados cada día en la Ciudad. Si la víctima, por ejemplo, se dirige a una reunión y llega tarde como consecuencia de esta contravención, quienes lo esperan también fueron robados.
Estacionar en doble mano es individualismo motorizado. Es una nueva fase del egoísmo, que adopta características del delito: despojar al Otro y contra su voluntad de algo que le pertenece.
En Palermo, por ejemplo, es fácil ver autos frenados incluso en triple fila, cortando totalmente el tránsito. El otro día, entró un hombre muy apurado a un bar y dijo: “¿Me hacés rápido un café para llevar que estoy estacionado en doble fila?”
Los horarios de carga y descarga son una referencia simbólica. Y los particulares no tienen límite: la gente ya ni siquiera se pone de acuerdo para estacionar en doble fila pero, al menos, sobre la misma mano.
Es mucho más que una infracción. Es una derrota cultural con raíces en el egoísmo y la indiferencia. Pero además tendría que ser un delito. Y ya que está propuesto el delito, hay que diseñar la pena: si estaciona en doble fila, que vaya preso, que su auto sea vendido y que el dinero se acredite en la cuenta bancaria de los damnificados.
Es cierto, es una pena desproporcionada y muy difícil de implementar. Quizás hay que pensarlo un poco más y proponer alternativas menos extremas. Pero encarguémonos del asunto: la sociedad de los desesperados es cada vez más inclusiva.
NdelaR: El equipo de fotografía de Infobae es testigo privilegiado de este asunto: están todo el día en las calles y se encuentran con situaciones -insólitas, trágicas, desesperadas- que muestran en esta fotogalería.