Estamos ante un peligroso discurso político en donde el fanatismo ideológico violento condiciona el debate e impide la necesaria apertura de pensamiento para encontrar soluciones urgentes y consensuadas a los problemas cíclicos de la Argentina.
El Jefe de Gabinete, Jorge Milton Capitanich no ignora la gravedad de sus declaraciones en relación a la estigmatización del ahorro, la crítica violenta a los ajustes de precios dominados por el efecto devaluatorio de la moneda argentina versus el dólar estadounidense para la composición de los precios de bienes y servicios que cuentan con componentes con precio atado al dólar.
Tanto él como el ministro de Economía, Axel Kicillof saben muy bien cómo se comporta la macroeconomía en escenarios de depreciación monetaria por alta emisión. Ambos saben qué ocurre cuando además esto se combina con la decisión de elevar las tasas de interés en una economía con escaso acceso al crédito interno y externo para las PyMES que deben recurrir frecuentemente a ellas para hacer frente al pago de sueldos. También conocen los efectos devastadores de una inflación descontrolada en los salarios y la economía doméstica. Ni hablar que conocer muy bien el temible efecto “estanflación”.
Así como conocen todas las nociones básicas de economía política y praxis económica tanto ortodoxas como heterodoxas es que resulta una obviedad entender que las respuestas y denuncias de conspiraciones y actitudes antipatrióticas o codiciosas son discursos dirigidos a un público dogmático que no está dispuesto a analizar el contenido y certeza de tales afirmaciones.
El problema de los dogmatismos es que se sustentan sobre una base ideológica rígida que no permite revisiones ni cuestionamientos a las verdades absolutas en las que basa su doctrina y praxis. Cualquier tipo de pensamiento contrario es atacado, desestimado o ignorado cuando menos. El asunto suele escalar hacia la violencia ya que un componente fundamental del dogmatismo es la definición del campo de forma maniquea. Los unos son buenos mientras los otros son malos. No hay una interpretación distinta y con ello devienen los peores males que la política no siempre puede solucionar. La violencia activa, ya sea en forma de discurso, agresión verbal, o incluso llegando a los extremos físicos que pueden desencadenar un baño de sangre.
La irresponsabilidad de Capitanich es de una gravedad peligrosa al atacar a productores, empresarios y demás actores de la economía del país, aquellos que realmente generan la riqueza real que se traduce en bienes y servicios, puestos de trabajo, salarios e impuestos. En este momento de grave crisis realmente compleja, atacar a quienes pueden realmente dar una mano a la política económica es lo mismo que echar nafta al fuego.
Estigmatizar al ahorro diciendo que “retrasa la expansión y el crecimiento económico” es como decir “poner el horno en fuego mínimo o moderado es retrasar la cocción de la torta”. Ésto puede resultar una obviedad. El asunto del equilibrio entre ahorro, inversión, gasto público y privado tiene más complejidades que la conclusión lógica pero falaz que hace el Jefe de Gabinete. Si uno pone el fuego del horno al máximo, la torta se quema por fuera y queda cruda por dentro. Moraleja, la torta se echa a perder.
El ahorro de excedente es beneficioso para dosificar la inversión y un crecimiento alto lleva consigo el peligro de la inflación. El asunto es que la inflación golpea a los más pobres y sostiene a los gobiernos que se financian con ella, emitiendo moneda sin control y acelerándola cada vez más. Sería de una honestidad intelectual acorde a los cargos que detentan el Jefe de Gabinete y el Ministro de Economía que escuchen los consejos que el premio Nobel de Economía Paul Krugman acaba de hacer en relación al problema argentino (ver Macroeconomic Populism).
Por último, sería deseable que relean el siguiente párrafo: “El país no puede continuar cubriendo el déficit por la vía del endeudamiento permanente ni puede recurrir a la emisión de moneda sin control, haciéndose correr riesgos inflacionarios que siempre terminan afectando a los sectores de menos ingresos.” Lo pronunció Néstor Carlos Kirchner en el discurso de asunción presidencial el 25 de mayo de 2003. El pez por la boca muere.