La sociedad israelí es multifacética y compleja como pocas porque está atravesada por numerosas variables en tensión permanente que se oponen y entrecruzan. En primer lugar, el Estado de Israel es producto del choque entre varias olas migratorias de judíos que llegaron desde diversos puntos del planeta que desplazaron a la mayoría de la población árabe original en 1948 y continuaron llegando mientras se impedía el retorno de los desplazados. Estas corrientes migratorias se fueron ensamblando con el tiempo, pero muchas de ellas mantienen particularidades idiomáticas y culturales con partidos políticos que representan sus intereses específicos y los convierten en auténticos y poderosos grupos de presión.
En segundo lugar, en el seno de la población judía existe una fuerte tensión entre varios partidos políticos religiosos intransigentes que intentan imponer su visión del mundo y chocan con un sector no menor que es laico. Estos laicos se sienten rehenes de dichos grupos y se organizan para minimizar el impacto de las imposiciones religiosas en la vida cotidiana. Ambos sectores tienen expresiones políticas organizadas que participan en los procesos electorales y buscan influir desde el parlamento u ocupando ministerios en una coalición de gobierno.
En tercer lugar, los descendientes de los árabes que no fueron expulsados en 1948 y hoy representan un veinte por ciento de la población del Estado. Estos ciudadanos árabes casi no interactúan con la mayoría judía que los discrimina y trata como a ciudadanos de segunda categoría, aunque tienen partidos y frentes políticos con representación parlamentaria. Entre ellos está el histórico partido comunista que siempre tiene judíos y árabes en sus listas.
El cuarto elemento determinante es la ocupación israelí de Cisjordania y la franja de Gaza en 1967 que ya se prolonga por más de 45 años. En función de la actitud que toma cada partido hacia esta ocupación se utilizan los conceptos de “derecha” e “izquierda” que, además, se entremezclan con sus respectivas posturas hacia lo económico y social. En líneas generales los que se oponen a un retiro israelí de dichos territorios y se oponen a la creación de un Estado palestino son considerados de derecha, o de extrema derecha. Los que están a favor de abandonarlos son considerados de izquierda. Por ello el partido de Netaniahu, el Likud, es un partido de derecha y el laborismo, fundador del Estado y hoy en la oposición, es considerado de izquierda o centroizquierda.
La coalición liderada por Netaniahu tenía 42 escaños antes de las elecciones y quedó reducida sólo a 31, lo que le impide formar una amplia coalición de gobierno, ya que entre todos los partidos considerados de “derecha” consiguieron 60 diputados, y los considerados de “izquierda” otro tanto. En segundo lugar quedó una formación nueva “Iesh Atid” (Hay Futuro) liderada por Yair Lapid, un conocido animador de televisión que consiguió 19 escaños y es considerado de “centro”. En apariencia el resultado muestra dos bloques enfrentados. Sin embargo, el eje político del Estado de Israel está tan corrido a la derecha que algunos partidos y dirigentes políticos, que en otros países serían definidos como de “extrema derecha”, “fascistas” e incluso tildados de “neonazis” por sus expresiones racistas hacia los palestinos, de manera condescendiente se los llama de “derecha” o “nacionalistas”. Por eso muy pocos se escandalizan cuando los hinchas del Beitar en Jerusalén -uno de los equipos de futbol más importantes- hacen campaña para que ningún árabe o musulmán integre sus filas, o entonen cánticos racistas en las tribunas, un verdadero microcosmos de la sociedad israelí (Haaretz, 28.01.13).
Y algunos partidos israelíes que hoy son denominados de “centro” sin dudas son parte del espectro de la derecha, aunque mantengan diferencias con Netaniahu. El caso de Lapid es revelador al respecto porque armó una lista con un discurso dirigido a las capas medias urbanas y laicas. Sus 19 escaños lo convierten en árbitro para definir si se forma un gobierno en base a una coalición de “derecha” o de “izquierda”. Si realmente fuera de “centro” bloquearía la formación de un gobierno liderado por Netaniahu. Sin embargo, dijo que no aceptaría una alianza con los partidos árabes para evitar que Netaniahu forme gobierno, utilizando expresiones hacia los árabes que un editorial del diario israelí Haaretz calificó como racistas (Haaretz 25.01.13). Lapid, como la mayoría de los israelíes, es incapaz de unirse a los partidos árabes legales y legítimos para impedir un gobierno de derecha. Más bien todo lo contrario. Si existe una tentadora oferta se sumará a un gobierno liderado por Netaniahu y se dirá que su presencia permitirá que se abra una pequeña ventana de esperanza para la paz con los palestinos. En realidad, la mayoría de los israelíes por ahora parece haber tapiado todas las ventanas y Netaniahu es garantía de que permanezcan selladas.
Fuente: Télam