Correa entre lo nuevo y lo viejo

Pedro Brieger

El aplastante triunfo de Rafael Correa no sólo es una confirmación del gran apoyo popular que tiene su proyecto político, también representa un duro revés para los partidos políticos tradicionales del Ecuador. Es interesante comprobar cómo en seis años Correa transformó el país marcando una línea divisoria entre lo viejo y lo nuevo. Paradójicamente, son sus opositores quienes mejor explican el suceso de Correa al describir todo aquello que hizo, contrapuesto a lo que no hicieron durante décadas los partidos tradicionales.

Cuando señalan que gracias a la bonanza petrolera desarrolló obras públicas e impulsó políticas sociales, están reconociendo el fracaso de sus antecesores. Lo dice con claridad José Hernández -director adjunto del diario Hoy- cuando señala que “se debe entender, cuando se mira la realidad cotidiana de la mayoría de ciudadanos, que el apoyo que recibe sigue siendo parte de la voluminosa factura que pagan sus contendores por lo que hicieron o dejaron de hacer los partidos que el oficialismo conecta con el pasado” (18/02/2013). En otras palabras, Correa está concretando lo que otros prometieron y no cumplieron. O como lo reconoce el mismo Hernández cuando dice que “la vieja desidia se trocó en beneficios para una masa grande de ciudadanos que ve un Estado más presente, activo y benefactor”.

El editorial del diario Expreso del 20 de febrero es aún más revelador de lo que ha hecho Correa porque sostiene que se usan “las dádivas para tomarse el pueblo: hospitales, escuelas, carreteras, como ‘promesas que se cumplen‘”. Más claro que el cristal, Correa está realizando obras prometidas y nunca concretadas por los que gobernaron el país durante casi todo el siglo veinte.

Tampoco se le puede atribuir a Correa la desintegración de los viejos partidos tradicionales. Él se convirtió en el emergente de un proceso que tuvo tres etapas. La primera se caracterizó por la propia autodestrucción de los partidos en los diez años anteriores a la elección de Correa como presidente y estuvo marcada por la sucesión de presidentes, las crisis bancarias y las movilizaciones populares contra las políticas neoliberales. La segunda fue la “revuelta de los forajidos” en 2005 que derrocó a Lucio Gutiérrez y que provocó la aparición de Correa. Y la tercera, el proceso de consolidación de la revolución ciudadana liderada por Correa que se afianza con una votación que araña el 60 por ciento de los votos mientras algunos de los viejos partidos ni siquiera consiguieron un asambleísta.

La oposición a Correa ha recibido un duro golpe. Algunos se lamentan no haber sabido construir “un Capriles”, aunque las elecciones en Venezuela demostraron que la mera unidad de todos los sectores opositores no alcanza frente a un proyecto que incorpora por primera vez a sectores postergados por muchos años. Su visión elitista no les permite comprender los cambios que ha implementado Correa y por eso se aferran a las denuncias de “caudillismo” o “clientelismo”.

Frente al vacío que dejan los partidos tradicionales aparecen los grandes medios de comunicación para suplantarlos y ocupar su  espacio. Claro que no lo reconocen y se presentan como si fueran los últimos baluartes de la libertad y la independencia que se resisten a ser cooptados por el “caudillo” que los ataca. Si la mayoría de la población no defiende a los poderosos dueños de los medios es porque también ellos son parte de lo viejo.

 

Fuente: Télam