El parlamento italiano está vacío. A dos semanas de las elecciones generales anticipadas los pasillos del Palazzo Montecitorio edificado a fines del siglo XVI lucen más grandes e imponentes que nunca. Ni que hablar del “transatlántico”, como llaman al gigantesco pasillo que es la antesala del recinto y suele estar poblado por los diputados y asesores que van y vienen, porque dicen que allí se cocina la política del país.
En un rincón hay un hermoso barcito decorado con madera laqueada y espejos donde todos gesticulan y hablan a los gritos. Aunque algunos diputados se reúnen en comisiones se nota que no hay mucha actividad, lo que es aprovechado por unos documentalistas para filmar en silencio en el majestuoso recinto donde se sientan 630 diputados y alguna vez “Il Duce” pronunciaba sus histriónicos discursos ante un recinto colmado que solía aplaudir hasta rabiar.
Los políticos están en plena campaña electoral y concentran sus esfuerzos en recorrer programas de radio y televisión para que se conozcan sus propuestas, o más bien sus caras, ya que las concentraciones de masas prácticamente han desaparecido y los afiches callejeros con rostros sonrientes son lo único que permite percibir que hay elecciones muy importantes a la vuelta de la esquina. El contraste con el pasado es elocuente cuando uno piensa que después de la Segunda Guerra Mundial, una vez derrotado el fascismo, había partidos de masas como la Democracia Cristiana, el Partido Socialista y el Partido Comunista, que movilizaban a decenas de miles de personas en las calles. Hoy la clave es la televisión. Lo que quedó en pie de esos tres partidos cuasi desintegrados se ha reciclado en el Partido Democrático liderado por Pier Luigi Bersani que va a las elecciones con el partido Sinistra Ecología y Libertá (SEL) liderado por Nicola “Nichi” Vendola, otro antiguo miembro del Partido Comunista.
Y casi setenta años después de haber ahorcado en una plaza pública a Benito Mussolini, un histriónico como Silvio Berlusconi, que supo tener entre sus principales aliados a los partidos de extrema derecha y racistas del norte del país, crece otra vez en las encuestas. Italia desde fines de 2005 tiene una ley electoral muy peculiar que fue impuesta por Berlusconi cuando fue primer ministro. A nivel nacional, en la Cámara de Diputados la primera minoría obtiene automáticamente el 55% de los escaños, aunque haya obtenido apenas el 21% de los votos, para dar un ejemplo. Entre los encuestadores y los propios políticos se considera que Bersani logrará el primer lugar. Pero el Senado, que está compuesto por representantes de las diferentes regiones, tiene un sistema parecido y se piensa que los seguidores y aliados de Berlusconi pueden hacer una excelente elección en algunos lugares claves y obtener la mayoría, lo que provocaría la paralización de cualquier gobierno. Y un gobierno bloqueado tendría poca posibilidad de funcionar, lo que ya es una constante en la política italiana.
Fuente: Télam