La ganadería da muestras de estar entrando en crisis nuevamente como consecuencia de la evolución asimétrica de precios y costos de producción debido al proceso inflacionario que no sólo no da muestras de detenerse sino aún de acelerarse. Contribuye a ello el impacto que la pérdida del valor de nuestra moneda se refleja en la cotización de las monedas extranjeras.
En efecto, durante el año 2012 el precio de los terneros registró una suba de solamente el 1% mientras que el ganado para faena del 7%. Comparado con el precio de estos productos finales para criadores y engordadores, el gas oil subió el 29%, los salarios el 26% y la semilla de alfalfa el 44%. En lo que va de 2013, la brecha parece ir ampliándose, cosa que recién podría aseverarse cuando salgan a la venta los terneros del último destete. Por el momento la cola del año pasado no registra variaciones dignas de mención. No puede llamar la atención entonces que para adquirir cualquier insumo, arreglo o pagar al personal, haga falta más kilos de ganado por unidad que se adquiera de aquellos.
Según un informe de la Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (Aacrea), en 2012 la suba de costos promedio ha sido del 30%. En cambio la demanda de carne se ha visto presionada a la baja por la pérdida de valor adquisitivo del salario, que se volcó a la compra de sustitutos como es el caso del pollo. Esto en el mercado doméstico. En lo que respecta a la exportación subsisten las trabas que impiden el desenvolvimiento de la industria, la que por otra parte tiene un horizonte comprometido, ya que el productor no está incentivado a producir el producto que requieren los mercados externos: el clásico novillo de exportación. Para que esto se concrete, hacen falta señales y tiempo, ya que los criadores producen terneros con bajo nivel de recría, para que el producto final sean animales livianos y engordados a feed lot.
Hay un efecto secundario que sólo los especialistas pueden apreciar y es el deterioro de las instalaciones de los campos ganaderos, ya que cuesta mucho reparar alambradas, aguadas, mangas, corrales y tener al día las maquinarias y útiles de labranza.
El impulso alcista que se produjo después de la última gran sequía, el panorama aparecía como muy optimista y participamos de ese punto de vista. Fue cuando los vientres cobraron vuelo y un vientre con garantía de preñez, nuevo, se cotizaba en los $ 5.000 por cabeza. Hoy en día quien compró ese animal hace dos años, apenas si puede venderlo preñado entre 3 y 3500 pesos con plazo de 30 a 60 días. Calculando en dólares, ello representa una significativa pérdida de capital, cuestión que también anticipé podía ocurrir, de modo que la recomendación era poblar los campos sin apuro sobre la base de la retención de las terneras.
Como ocurre siempre en economía el sistema cuando se da este cuadro tenderá a ajustar por cantidades y no por precios, porque dada la elasticidad de la demanda precio e ingresos, la reducción de la oferta que habrá de producirse por falta de rentabilidad del negocio, producirá un salto de los precios. Vuelvo a recordar el consejo que me dieron en mi juventud: “el que mantiene la vacas una generación no se funde” es cuestión de esperar y tener resto. Ya llegará el tiempo en que hemos de volver a ocupar el lugar que tuvimos en la producción de carne vacuna