Por: Ricardo Mario Romano
La elección del cardenal Jorge Bergoglio como cabeza mundial de la Iglesia Católica ha producido lógicamente un gran furor en todo el mundo.
En la Argentina, la principal sensación ha sido la de una gran sorpresa. También ha producido un enorme orgullo y alegría. A pesar de haber sido personalmente alcanzado por todas esas sensaciones, creo que es momento de someterse a una profunda reflexión.
Pienso que el exceso de sorpresa de alguna manera manifiesta un déficit de fe. Porque la expectativa y especulación humana acerca de quién podía o debía ser electo, que produce la sorpresa posterior al hecho, no tiene alcance a la voluntad de Dios. Termina siendo un acto de especulación, antes que un acto de espera al mensaje que Dios tiene preparado.
La humanidad atraviesa actualmente una de las más grandes crisis culturales y sociales de toda su historia.La Argentina es una de las principales afectadas. Profundamente es una crisis de unidad, una crisis de “verdad”, producto de un estadio de relativismo instalado que engendra la degradación de valores fundamentales. En el fondo, esto es consecuente a la falta de aceptación de la necesidad insoslayable de una verdad elevada a la humanidad.
Para quienes somos creyentes, la Patria como territorio es una donación material de Dios a los hombres para que siembren y cosechen vida en comunidad, pero que sólo fue y es posible a través del sacrificio de los hombres. Por lo tanto, el orgullo nacional debe ser concurrente con la voluntad de contribuir a esa Nación que representa la unidad en el bien general.
Ser compatriotas del nuevo Papa y “conocerlo” más de cerca que el resto de la humanidad no debe hacernos caer en el error de acercar su persona, y hacer descender lo que la misma representa, a nosotros, en vez de ascender nosotros al lugar que la Providencia le ha otorgado. De lo contrario, estamos “faranduleando” este acontecimiento y disminuyendo la trascendencia y las responsabilidades que del mismo se desprenden. Es decir, esta alegría debe tener una continuidad en una conciencia colectiva de la oportunidad que significa. Asumir el deber que tenemos como argentinos. Porque hemos sido convocados como pueblo al compromiso de acercar el mensaje y la voluntad de Dios a toda la humanidad.
Los laicos católicos tenemos un rol fundamental en esta misión. No debemos delegar responsabilidades, porque no hay estratos de responsabilidad enla Iglesia que todos conformamos, sino sólo de institucionalidad. La condición de laico no significa menor intensidad en el compromiso.
La realidad del país clama por unidad y esta es una gran esperanza. La convocatoria a la fe que es connatural a la Iglesia debe expandirse a través nuestro, sin alejarnos entre nosotros o de quienes no comparten nuestra fe, porque como afirmó el cardenal Jorge Bergoglio, hoy papa Francisco: “La Iglesia crece, no por proselitismo, sino por atracción”.