La Reina y el Papa: el lado religioso de un encuentro

Roberto Bosca

El solo hecho de que la visita de la Reina Isabel II al papa Francisco haya sido privada resulta suficiente para comprender que ella carece del voltaje político que puedan tener otras como las del primer ministro israelí o el presidente Obama, pero no deja de tener su importancia. No es que en la entrevista se hayan tratado temas de especial trascendencia, pero éstos sin duda estuvieron presentes como un telón de fondo en el programa.

El interés de los argentinos, un tanto coloreado por el entorno local, se ha centrado en la circunstancia de que ella se haya realizado en el marco de una fecha tan sensible al espíritu nacional como la del 2 de abril, y hay que recordar que tal vez algo apresuradamente, Cristina Kirchner, quien ha subido el voltaje de sus críticas a Gran Bretaña con ocasión del nuevo aniversario, en su primer almuerzo con Francisco le pidió intermediar en el conflicto, como lo hizo Juan Pablo II en el diferendo del Beagle con Chile.

Sin embargo hay que tener en cuenta que esa intervención fue realizada in extremis y con motivo de una guerra ya declarada, no como en el issue Malvinas, donde se descarta cualquier hipótesis de lucha armada. Por otra parte, hace un par de semanas Francisco mantuvo una distendida conversación con familiares de caídos y ex combatientes enmarcada en la columnata de Piazza San Pietro.

Aunque no puede descartarse que ante la ostensible argentinidad del Papa y su reconocido activismo social ese asunto pudo haber estado incluso de forma reservada también presente en la reunión, lo más probable es que -entre otros motivos, debido a la naturaleza supranacional de la investidura papal- la entrevista haya transitado cauces más universales, seguramente relacionados con la relación entre la Iglesia católica y la anglicana. Merece recordarse que en el caso de Isabel y Francisco se trata de dos jefes de Estado que al mismo tiempo son dos cabezas de dos religiones y dos iglesias, pero que en realidad son una.

Los católicos en general y los argentinos en particular conocen poco y mal el anglicanismo, quizás la confesión religiosa más parecida a la católica entre todas las del arco protestante, al punto de que los mismos anglicanos se ven a sí mismos como una iglesia-puente. Hay que puntualizar que no fueron tanto motivos teológicos o espirituales los que determinaron la separación, sino (al menos en principio) la tan conocida cuestión de la nulidad del matrimonio del rey Enrique VIII. Su imagen casi caricaturesca de gordo monarca lascivo liado con seis mujeres ha quedado estereotipada de un modo indeleble en el imaginario católico. Sin embargo, la realidad no fue tan simple.

Se conjuntaron allí, en efecto, diversos factores, no sólo los de un hombre caprichoso cegado por su pasión, como se lo ha presentado tan frecuentemente y quizás con una cierta inexactitud e injusticia al rey inglés, sino también otras causas muy diversas por ejemplo en materia económica y política y aun de naturaleza filosófica y cultural. Entre ellos, el concepto de libertad, que ya no tiene sentido revisar si no es para posibilitar un nuevo encuentro en la misma fe cristiana. No hay que olvidar que en el Concilio Vaticano II la Iglesia católica romana dio un giro decisivo en su propia historia, parte principal del cual consistiría en asumir las mejores intuiciones de la reforma protestante.

Por esto es que tampoco hay que dejar de lado otros motivos  de la separación de naturaleza pastoral como son los relativos al gobierno de la estructura eclesiástica (mucho más compleja que el de un Estado) , y aquí es entonces donde aparece la espinosa cuestión de la colegialidad y la autonomía de las iglesias locales frente al centralismo romano, un punto que el concilio planteó pero que no se desarrolló hasta hoy adecuadamente en todas sus virtualidades, y en el que el papa Francisco ha clavado una pica en Flandes.

El anglicanismo (aunque es más correcto hablar de comunión anglicana por tratarse de una suerte de federación de iglesias autónomas) es una suerte de nacionalismo religioso debido a su íntima vinculación con la corona (al punto de que la reina es su máxima autoridad también en la estructura eclesial). Aunque los anglicanos insisten en denominarse católicos, se trata de una iglesia nacional dependiente del poder político, contrariamente al sentido universal del catolicismo (católico quiere decir universal) romano. Pero para ellos su iglesia no es más que una manera británica de ser católicos.

Habrá que esforzarse entonces por encontrar juntos puntos intermedios de entendimiento, para lo cual ahora se presenta un panorama favorable, a partir de una pastoral más atenta a las realidades de las iglesias locales como la que presumiblemente va a desplegar el actual pontificado.

Desde que el Concilio asumió una nueva sensibilidad en diversos puntos de vista que habían sido mantenidos tradicionalmente como dogmáticos pero que en realidad no lo eran, la Iglesia católica ha hecho grandes esfuerzos dirigidos a una autonomía respecto del ámbito estatal, y  parece evidente que Francisco va a profundizar una línea de trabajo que incluye no sólo una descentralización del poder romano sino también una reformulación del mismo perfil del ejercicio del primado pontificio (él se presentó significativamente desde el mismo comienzo de su gestión como obispo de la diócesis de Roma y no primariamente como un pontífice universal).

Precisamente por eso y a la luz de la perspectiva ecuménica es que una visita de carácter casi exclusivamente protocolar adquiere un sentido más rico que el que podría suponerse. En tal sentido puede considerarse que lejos de ese estilo tan exasperantemente formal que envuelve el desplazamiento de la reina, hay cuestiones ahí en el medio quizás más dinámicas que las que permite imaginar el protocolo anunciado oficialmente, y en ese sentido pueden entrecruzarse cuestiones de la más rigurosa actualidad cara a las nuevas realidades eclesiales.

Hay tres corrientes en la Iglesia Anglicana: la High Church (Alta Iglesia), que es la más cercana al catolicismo, la Low Church (Baja Iglesia) más influida por el calvinismo y la Broad Church (Iglesia Ancha) que es de tendencia liberal y modernista. Aunque con evidentes matices, en los tres casos se trata de una sensibilidad religiosa eminentemente pragmática (a la cual se ha acusado de serlo excesivamente), como lo es la idiosincrasia anglosajona y particularmente la británica. Consecuentemente, su cuerpo de verdades de fe es mínimo y la doctrina oficial está compendiada en el “Libro de Oración Común”. En este sentido, sus diferencias dogmáticas con la Iglesia católica romana no son tan importantes e incluso su liturgia es muy parecida.

El gobierno nacional autorizó a los anglicanos a practicar libremente su culto (como diría después la constitución del 53) en 1825 con la firma de un tratado de amistad, comercio y navegación con Gran Bretaña. Fue el primer antecedente argentino de la vigencia del principio de libertad de cultos en el ámbito local, hoy llamada libertad religiosa, puesto que hasta ese momento solamente estaba admitida en el virreinato la religión católica apostólica romana. La iglesia (ahora catedral) de St. John the Baptist en Buenos Aires fue construida seis años más tarde y en 1869 un obispo anglicano de las Falkland Islands and South America comenzó a supervisar la labor de los misioneros que difundieron el anglicanismo en las inhóspitas tierras subcontinentales.

Mucha agua ha corrido desde ese tiempo. Una de las personalidades más reconocidas del anglicanismo en la Argentina fue William Morris, un notable educador que desempeñó su tarea esforzadamente en los suburbios de la Boca y Barracas y también en Palermo. La autoridad más alta de la Iglesia Anglicana Argentina es actualmente el obispo Gregory Venables.

¿Se puede ser católico y protestante al mismo tiempo? Los anglicanos piensan que sí. A partir del concilio se han conformado comisiones mixtas (existe una comisión internacional anglicano-católica) que han producido documentos en procura de una visión común. Los elementos católicos y los protestantes han estado en constante tensión en el seno de la comunión anglicana, de la cual el Movimiento de Oxford y el éxodo del cardenal John Henry Newman no son sino sólo un ejemplo.

Después de un cierto malestar provocado por el pasaje a la Iglesia católica romana de anglicanos conservadores que están descontentos con la ordenación de mujeres y homosexuales, el papa Francisco mantuvo el año pasado una entrevista con el arzobispo de Canterbury, Justin Welby -una suerte de Bergoglio del anglicanismo-, y esta nueva visita abre otro compás de optimismo sobre las mutuas relaciones anglocatólicas.