No son pocas las circunstancias en que la muerte opera como un lavado de dinero o un blanqueo de capitales. Prologada por el historiador jesuita Guillermo Furlong, el bibliógrafo (su biblioteca albergaba más de sesenta mil volúmenes) José Luis Trenti Rocamora escribió, allá por los años cuarenta, una meritoria obra ensayística -y por lo que diré, más cercana a la apologética que a una verdadera investigación histórica- sobre Las convicciones religiosas de los próceres argentinos. En ella se pasa una prolija revista a prominentes figuras de la nacionalidad, que aunque muy diversas unas de otras, todas ellas -con sus más y sus menos- dieron testimonio de una sensibilidad cristiana, tanto en su vida privada como incluso en la actuación pública.
Como esta realidad es ordinariamente desconocida por una gran parte de nuestra moderna cultura secularizada, no puede dejar de advertirse cómo algunos de estos personajes tan conocidos por cualquier argentino desde sus primeros años (Juan Martín de Pueyrredón, Cornelio Saavedra, Manuel Dorrego, José de San Martín y Juan Manuel de Rosas, entre otros), han sido y constituyen verdaderos ejemplos de una fe muy arraigada en el pueblo y en su historia.
Sin embargo, mucho me temo que en más de una ocasión, primó en el autor el deseo de mostrar una huella del mensaje evangélico en ellos, pero también esa tan consabida benevolencia que típicamente sobreviene en el clásico género del elogio fúnebre, cuando hay que hablar de los muertos, y por la cual parece que todo ha sido virtud en el recipiendario del homenaje. Hay que reconocer que ello no deja de ser una especie de convención, aunque llena de buena voluntad, en bastantes casos teñida de una cierta pequeña hipocresía, puesto que en el fondo nadie se engaña tanto como para pensar que es así.
Cuántas veces habrá sucedido que los buenos deseos vuelven casi irreconocible al biografiado y el relato asume los caracteres de una hagiografía, que es como se denomina a la vida de los santos. De todos modos, aun en estos casos, los autores espirituales también suelen ocultar -sin dejar de ponderar en ellos la mejor intención- algo muy real, como son los defectos de quienes han practicado la virtud cristiana en grado heroico, que los han tenido y en abundancia, pero supo superarlos, y ese es precisamente su mérito.
La fe en un mesianismo socialista
Ciertamente es complicado saber qué ocurre en la intimidad de las personas, y mucho más en algo tan profundo y personalísimo como es la religación del ser humano con lo sagrado, que de eso se trata la religión. Pero el interés del asunto y del personaje, nuevamente en las primeras planas con motivo de la visita papal, acredita el riesgo y el esfuerzo.
Para despejar el terreno, la figura de Fidel Castro, con ser una de las personalidades políticas más importantes del pasado siglo, ha sido superada por la de Ernesto Guevara de la Serna, por el simple dato de la canonización popular del Che, hoy trasmutado en san Ernesto de la Higuera. Aunque suene un tanto fuerte decirlo, no puedo ocultar que es este un caso que se asemeja a un lavado (en este caso colectivo) no ya de dinero sino de cerebro, para usar la socorrida denominación de una institución muy utilizada en los años de la Guerrra Fría.
Se trata de un transformismo social por el cual las condiciones personales y una actuación verdaderamente aberrante son convertidas por diversas circunstancias en una santidad que increíblemente desafía de manera airosa, en extensos segmentos sociales -sobre todo juveniles-, la prueba de la más cruda realidad de los hechos. Todo un caso paradigmático con méritos suficientes por lo menos como para ser examinado por la psicología social.
El Che es así hoy una suerte de encarnación posmoderna del hombre nuevo, figura paulina ideológicamente travestido en los años sesenta en el guerrillero mesiánico aureolado con las palmas del martirio, y a cuya celestial altura ha llegado por su condición de víctima inmolada en redención de los más pobres. Pero este redentor tiene sus manos manchadas de una sangre que no es suya.
Fue en ese revulsivo clima sesentista que surgió, vista la arraigada religiosidad del pueblo latinoamericano, la necesidad de abandonar el objetivo de arrancar la fe para sustituirla por una adecuación de esa misma creencia religiosa al canon revolucionario. Desde algunas décadas atrás, el movimiento Pax en Polonia había planteado esa nueva estrategia de una alianza entre cristianismo y socialismo que se había comenzado a forjar en la resistencia francesa, en tanto expresiva de una lucha común de cristianos y comunistas contra el nacionalsocialismo.
Surgieron así durante el período de la Guerra Fría ambiguas figuras mixtas de cristianos marxistas que asumieron el papel de compañeros de ruta, denominados en un sentido despectivo también “idiotas útiles”, un sintagma que puede herir ingenuos oídos posmodernos. Estas expresiones han sido tradicionalmente usadas sobre todo desde la derecha más férreamente anticomunista para designar a quienes, aun sin adherir en forma absoluta a los postulados del marxismo o del Partido Comunista en su caso, comparten sin embargo su camino hacia la instauración de la sociedad socialista marxista.
La fe en la liberación
En los últimos días numerosos medios de comunicación han recurrido a Fidel y la religión, un libro-reportaje publicado a mediados de los años ochenta, en el que el teólogo dominico brasileño Carlos Alberto Libanio Christo (Frei Betto) entrevista a Fidel Castro, y donde el padre de la revolución cubana explica su sensibilidad existencial ante las creencias religiosas.
No es que sea inválido tanto el diálogo como la pretensión, a mi juicio fallida, de procurar mostrar (como en los biografiados de Trenti Rocamora) una realidad más sonrosada de la que los hechos dejan ver. Los numerosos intentos del fraile por encontrar huellas de una genuina religiosidad en su interlocutor se estrellan contra un muro que no permite advertir con alguna claridad el pensamiento del entrevistado.
Más bien parece surgir en el extenso diálogo una velada y en ocasiones expresa increencia o escepticismo del jefe guerrillero, que sin embargo se esfuerza por adecuar su discurso a una perspectiva benevolente sobre la religión, alejándose o pretendiendo distanciarse de la dura actitud persecutoria que lo había caracterizado en el pasado y de la cual brinda elocuente testimonio la historia de la Iglesia Católica y el régimen castrista.
Sin embargo, esta nueva mirada sobre esa vieja historia no permite entender que se esté discurriendo sobre la religión en abstracto, sino sobre una determinada interpretación ideológica de la religión, y este es el nudo de la cuestión. Tanto el entrevistado como el entrevistador se encuentran de este modo en un punto común como es el idéntico aprecio (o al menos respeto por parte de Fidel) por las teologías de la liberación.Ellas representan diversos intentos de encarnar el cristianismo en un mensaje liberador de las distintas opresiones que caracterizan la situación social en un sentido amplio, especialmente en el escenario latinoamericano.
Aunque dejando claramente establecido que el concepto de liberación no solo no es un patrimonio marxista, sino que es -en un sentido radicalmente distinto- un valor fundamental o un eje central de la fe cristiana, al mismo tiempo el magisterio de la Iglesia Católica, por esos mismos años ochenta señalaba oportunamente, especialmente en la Instrucción sobre algunos aspectos de la teología de la liberación, determinados núcleos teológicos de esa corriente que eran incompatibles con la ortodoxia de la fe.
Aun cuando se cita más de un documento de la doctrina social de la Iglesia, y a pesar de que las entrevistas que dieron lugar al libro se realizaron cuando esa instrucción había sido publicada, un significativo silencio es la respuesta ante ella. Es este un punto clave que no permite ser pasado por alto. El filósofo italiano Augusto del Noce en Il cattolico comunista supo ejercer una aguda crítica sobre este cristianismo desvitaminizado tan de moda a partir de la posguerra (en el caso europeo, con el surgimiento del eurocomunismo, pero también antes con Togliatti), donde un cierto complejo de inferioridad hizo jugar a muchos cristianos la carta de la propia fe, poniéndola al servicio de una ideología ajena y aun contraria a ella.
La conclusión que puede extraerse del reportaje es de una prístina evidencia utilitarista: como en los católicos a sinistra de la Guerra Fría, aquí también la teología es buena cuando ayuda a la revolución. No hace falta ni tal vez sea conveniente, en esa actitud, puntualizar sus reales contenidos, pero no puede dejar de señalarse esta instrumentación ideológica de la fe, tan negativa para ella misma como la que practicaron quienes sustentaron otros intereses quizás opuestos aunque igualmente reprobables. En este punto, derecha e izquierda se identifican en una común pretensión de manipular a la misma fe religiosa, presentándose como sus protectores.
El misterio de la fe
Pero ha pasado mucha agua bajo los puentes del Tíber. Otros puentes están siendo construidos por quien se denomina pontífice, constructor de puentes. Algunos gestos del papa Francisco han mostrado de un modo elocuente y ostensible que él quiere dar por cerrada la guerra contra las heterodoxias en las teologías de la liberación y superar la cultura del anatema. No hace falta dar ejemplos porque no solo sobran, sino que están a la vista, empezando por su paternal (y tan cristiana) acogida a Gustavo Gutiérrez.
Quizás en esta clave pueda entenderse mejor el viaje del papa Bergoglio a la isla rebelde y al corazón del imperio. Entramos en un nuevo estadio histórico y el año jubilar de la misericordia que está esperando a la comunidad cristiana es otra clara señal también en esta temática social, a la que el Papa busca igualmente atender con la perenne diligencia del amor.
Años más tarde de la entrevista de Frei Betto, y con motivo de la visita de Fidel Castro a Juan Pablo II, el 19 de noviembre de 1996 en Roma, los diarios comentaron acerca de un posible cambio en la sensibilidad de Castro con respecto a la religión, que podría continuar el itinerario de esa postura aunque débilmente presente, de algún modo evidenciada en el libro del teólogo brasileño admirador del castrismo. El semanario británico The Sunday Times concluyó entonces que a raíz de esta visita y presumiblemente debido a su edad, el líder cubano estaría resuelto a revisar el punto, y de hecho durante la entrevista se pudo ver un Fidel distinto y hasta emocionado. Sus propias palabras subrayaron y confirmaron esa percepción.
No es raro el caso de personajes caracterizados por haber practicado un fuerte anticlericalismo durante toda su vida que, cuando llega la hora de la verdad, producen un proceso de conversión. La muerte es una de esas realidades humanas en las que no se nos permite ser superficiales, sin que se encuentren en juego consecuencias que conciernen a un destino definitivo, donde nosotros mismos somos el protagonista no ya principal, sino único. Seguramente todos recordamos algún ejemplo, incluso por nuestra experiencia personal, de ese tipo de situaciones, y me pregunto si no sería desacertado negarle apriorísticamente al líder cubano dicha posibilidad a la cual cualquier humano tiene derecho.
Suele suceder que en mentalidades muy conservadoras se obtura a veces incomprensiblemente esta alternativa, aunque improbable no por ello menos posible, de un proceso de cambio espiritual respecto de las verdades últimas de la existencia humana. Esta rigidez ante la libertad y la gracia se suscita cuando se practica un escepticismo radical y descalificante respecto de quienes no participan de la propia fe.
Es el reino del fanatismo (el fundamentalismo es el fanatismo religioso) que termina negando no solo la libertad humana, sino la misma doctrina de la Iglesia, la cual presenta en su bimilenaria historia ejemplos tan contundentes como el de san Dimas, el ladrón que salvó su alma en el último suspiro. Hay aquí una flagrante contradicción. La dureza del corazón pertrechado por una coraza ideológica impide la realidad más profunda del perdón, que es un rasgo esencial precisamente de la enseñanza evangélica.
La coherencia de la fe
Muchos socialistas más o menos unidos e incluso apartados de las tesis marxistas antes de Fidel Castro han admitido encontrar en Jesucristo al primer socialista, o al menos una figura profética en la que veían representados sus propios ideales políticos para organizar la vida social. Muchos de ellos se apartaron, no tanto de las enseñanzas del Evangelio, como de una estructura eclesiástica a la que consideraban aliada a las injusticias de este mundo y a la que supieron reprochar incluso una incoherencia con el verdadero canon de la fe.
Hay que preguntarse cuántos de ellos se fueron pero no lo hicieron extraviados en el error, sino escandalizados por la fornicación de la verdad y las justicia. Tal vez bastantes más veces de las que les gustaría reconocer a los fieles cristianos, las ovejas descarriadas tuvieran acaso bastante razón.
Un caso entre muchos. Se ha discutido si el dirigente socialista Alfredo Palacios quiso recibir o recibió una asistencia espiritual en sus últimos momentos, y hasta se produjo un enojoso y penoso episodio cuando en su entierro se pretendió arrancar el crucifijo del ataúd. Palacios se había formado en su juventud en los Círculos Católicos de Obreros del Padre Federico Grote.
Su matriz social fue entonces cristiana y su concepción del socialismo seguramente buscaba un camino hacia una luz que quizás no supo o no pudo hallar, y que incluso no sabemos si al fin encontró. Me parece adivinar en el propio Papa la sensibilidad de imaginar que -como tanto casos a lo largo de la historia- él fue de los otros y sin embargo era de los nuestros.
Es que las relaciones entre religión y política, donde no solo la justicia, sino también la misericordia, entrañan un lugar central en el escenario humano, no constituyen un vínculo puramente institucional, como tantas veces se ha presentado. Estos vínculos son más profundos que lo que permite observar el derecho o la economía o en general la perspectiva de las ciencias sociales, y muchas veces o casi siempre estas dimensiones suelen estar ausentes en los titulares de la sociedad mediática. Más allá de las discusiones humanas, seguramente y como suele suceder, la dimensión última de estos asuntos solamente sea conocida por alguien cuyo resplandor apenas puede ser sospechado por el espíritu humano.
La reflexión sobre este nuevo viaje de Francisco puede abarcar algo más que el levantamiento de un embargo. No es que el embargo no sea importante, pero la visita puede exceder esa importancia. No sabemos si en Fidel Castro, e incluso en su propio hermano, la gracia -que es un puro don de Dios- puede representar también a un protagonista de esta historia donde se juegan realidades invisibles y definitivas.
La providencial visita de un papa al pueblo cubano ha sido para la gran historia, el último escenario de la comedia humana en el marco de una historia más pequeña pero no menos grande, aunque más íntima y personal, que acaso transcurre más arriba que lo que nuestra corta, pobre mirada nos permite vislumbrar.