El golpe militar en Egipto era un final anunciado aunque constituye una noticia lamentable al interrumpir un proceso político que nació lleno de esperanza. La democracia en Egipto merecía una mejor oportunidad. Sin embargo, el Presidente depuesto, Mohamed Morsi, tampoco ha ayudado para dar lugar a un proceso político mas abierto e incluyendo, a través del dialogo, a las demandas de la oposición. El hiperpresidencialismo, el exceso de islamismo en las acciones de gobierno y en la vida social en general, fueron detonantes que estaban latentes ante el avance de los Hermanos Musulmanes en todas las áreas de gobierno y el creciente desvanecimiento de la independencia de poderes. La Constitución, por la forma que fue redactada y aprobada, tampoco contaba con consenso popular.
El fracaso democrático en un país que ha sido gobernado por mandatarios autoritarios de corte militarista desde la independencia en 1952 es un hecho grave que puede dar lugar a procesos por imitación en otros países que han atravesado una primavera árabe decepcionante en términos de libertades individuales. El autoritarismo y la influencia religiosa opaca la mayoría de los procesos democráticos en Medio Oriente. Esa tendencia es preocupante en una región compleja y que atraviesa riesgos permanentes de conflictos militares mayores.
Mohamen Morsi había sido el primer mandatario electo con el voto popular en la historia de Egipto y las promesas proclamadas de inaugurar una democracia sólida quedaron olvidadas dando lugar a la primacía de corrientes islámicas. La misma convocatoria de Morsi a la “resistencia pacifica” no parece responsable cuando el país enfrenta una fractura social que puede desencadenar en una guerra civil. Grupos simpatizantes en apoyo de Morsi se han enfrentado con las fuerzas armadas. Las noticias de prensa registran once muertes.
Las fuerzas armadas, las más importantes en todo el mundo árabe, se consideran los garantes de la democracia y al destituir a Morsi han disuelto el Parlamento, mayoritariamente islámico, y derogado la constitución. El gobierno de transición, presidido por un ministro de la Corte Suprema, tendría que convocar a elecciones. Sin embargo, el hombre fuerte del nuevo régimen es el general Abdel Al Sisi. Con la vuelta del ejercito al poder la revolución en Egipto vuelve a un nuevo punto crítico. Los Hermanos Musulmanes se convierten en la principal fuerza de oposición y es probable que se inclinen a una posición aún más radical. El panorama no permite ser muy optimista respecto al futuro egipcio.
Estados Unidos ha expresado preocupación por el golpe de estado pero no lo ha condenado. El presidente Barack Obama ha pedido al las fuerzas armadas egipcias que devuelvan el poder a un gobierno civil a la brevedad. Ha solicitado también que se eviten detenciones arbitrarias incluyendo al ex presidente Mohamed Morsi. La posición de Estados Unidos puede interpretarse como legitimando el golpe por no haber evitado que tuviese lugar. La no suspensión de la asistencia económica es otra indicación que avala versiones en las que Washington habría sido consultado antes que el golpe se produjera. De hecho el The New York Times confirma conversaciones previas entre el Secretario de Defensa norteamericano y los principales jerarcas militares egipcios.
Nada permite afirmar que la tensión en Egipto disminuirá con el nuevo gobierno. Es de esperar que el gobierno de transición mantenga equilibrio y no repita errores políticos de arbitrariedad y sectarismo ni inicie un proceso de caza de brujas que en nada ayudará a generar las condiciones para una democracia promisoria. Egipto es un país demasiado importante en Medio Oriente para que siga jugando al juego de la Oca. Estados Unidos y la Unión Europea deberían ayudar en ese sentido.