El deshielo entre Estados Unidos y Cuba, que se asomaba en el horizonte, finalmente tuvo lugar. Que la Guerra Fría haya concluido en el Caribe es un acontecimiento promisorio para América Latina. La medida, salvando las distancias, es comparable en el ámbito hemisférico a la decisión del Presidente Carter de devolver a su legítimo dueño el Canal de Panamá. La normalización de la relación con Cuba, por el alcance político, es más contundente y constituye una señal sustantiva que podría repercutir favorablemente en un cambio de clima de mejores perspectivas entre Washington y Latinoamérica. El hecho más inmediato sería el fortalecimiento de las Cumbres de las Américas y el regreso pleno de Cuba a la Organización de Estados Americanos.
Después de más de medio siglo de bloqueo económico impuesto por John Kennedy en 1962, se inicia una nueva fase que incluye el restablecimiento de relaciones diplomáticas formales suspendidas desde 1961. Desde que asumió el presidente Barack Obama se derogaron una serie de restricciones que impedían la fluida relación personal y hasta económica entre las familias cubanas ubicadas a uno y otro lado del estrecho de la Florida. También se incrementó el visado a cubanos. Al mismo tiempo, algunos instrumentos del embargo económico se hicieron más activos en particular en materia financiera. La mejor voluntad de la Casa Blanca puede no ser suficiente por cuanto el definitivo levantamiento del embargo requeriría de legislación de un Congreso dominado hoy por los republicanos de menor interés en la normalización de las relaciones.
Sin embargo, en un plazo breve es previsible un fuerte aumento de los lazos turísticos y comerciales. Ya Estados Unidos es el principal socio comercial de La Habana. De concretarse un levantamiento definitivo del embargo, la avalancha de visitas norteamericanas e influencias cubanas en el exilio podría ser considerable. ¿Está el régimen preparado para un movimiento de personas y bienes capaz de alterar lo que no pudo hacer el embargo?
El nuevo proceso bilateral no estará exento de diferencias ya que perduran, entre otros, en materia de democracia, derechos humanos y libertad de expresión. En estos dos últimos capítulos la situación es aún delicada y el gobierno cubano debería acelerar el fin de la persecución política. Lo mismo en términos de apertura democrática. También queda pendiente de tratamiento el grado de presencia militar de Rusia en la isla que adquirió, en el último año, un nuevo énfasis para preocupación norteamericana.
Más allá de la naturaleza y lista de temas a considerar en el futuro diálogo diplomático entre Washington y La Habana, lo significativo es el paso político. Nada será igual en términos de diferencias al haberse levantado el telón de fondo. Los canales diplomáticos podrán encarar de mejor forma las discrepancias y búsqueda de soluciones para las cuestiones irresueltas más sensibles.
Tampoco es descartable un próximo encuentro formal de los respectivos mandatarios, incluso una eventual visita del Presidente Barack Obama a La Habana. El saludo protocolar de ambos Jefes de Estado con motivo de las exequias de Nelson Mandela, fue otra señal de que las diferencias entre Estados Unidos y Cuba se encontraban en camino de acomodación. Por fin ha ocurrido.