La marcha del 18F, bajo una lluvia torrencial, que sólo la potenció, implicó un verdadero baño de dignidad para todos los argentinos. El mundo entero fue testigo de la movilización de un pueblo conmovido, respetuoso, y que, no compartiendo la indiferencia de su gobierno, salió a la calle a rendir tributo a un fiscal de la Nación que ofrendó su vida por la verdad.
La marcha del silencio fue la reacción de la sociedad frente a una administración que ha hecho de la confrontación su estilo de gobierno. El pueblo, los argentinos, finalmente dijimos basta. La mejor reacción para tanta acción –léase confrontación-, el silencio respetuoso de todo un país, unido y consustanciado, marchando en paz.
Contradictorio hablar de “ellos y nosotros” al mismo tiempo que se dice gobernar para los 40 millones de argentinos. Daría la sensación de que, para el gobierno, el fiscal fallecido y su familia son parte del “ellos” y no del “nosotros”, sin entrar a especular en quienes son los “nosotros”. De lo contrario, no se explica tanta descalificación y desprecio hacia la marcha y hacia quienes marchamos. Ni qué hablar de la falta de consideración y ponderación a la persona del fiscal muerto. De todas maneras, las hijas del fiscal Nisman podrán con el tiempo tomar verdadera dimensión de lo que fue la marcha y lo que dijo el mundo sobre su padre y el trabajo de su padre; y contrastarlo con los dichos de unos pocos impresentables.
La marcha no fue casualidad. Es la resultante de un hartazgo que ya se ha hecho carne en la sociedad toda. Jueces y fiscales –el Poder Judicial- parecieran haber despertado de un largo letargo y tomado verdadera conciencia del reclamo social y del importante rol que les toca. La democracia, la República, necesita de ellos, necesitaba de ellos. Causa bienestar advertir que no sólo lo han comprendido y asumido, sino que lo han hecho con protagonismo pero sin las luces de papeles protagónicos. En suma, también con dignidad.
Ahora es el turno de los que pretenden el sillón de Rivadavia. Escucho y leo de boca de ellos que la Argentina que viene es la del diálogo, la del encuentro. Pero una vez más, parecieran meras declamaciones de candidatos en campaña. A la hora de predicar con el ejemplo, triunfa el conocido dicho “haz lo que yo digo, no lo que yo hago”. Cualquier excusa es buena para rechazar el diálogo y por sobre todo, el encuentro.
La marcha no alcanza; solo es la manifestación de lo que la sociedad reclama. Los candidatos a Presidente de la Nación deben entender que lo que está en juego es superador de sus propias expectativas. Todos aquellos que no comparten las políticas de esta administración ni sus formas, deberían estar dispuestos a coincidir en unas PASO que los comprendan a todos, y permitir que la sociedad dirima allí sus predilecciones por uno u otro candidato. Nadie les quita chances, solo aumenta la de todos. De esta suerte, el que resulte el elegido, garantizará lo que la gran mayoría de los argentinos estamos reclamando.
No es tiempo de mezquindades políticas. Lo que está en juego es muy grave, ni más ni menos que el futuro de la República. Si la muerte de un fiscal de la Nación –muerte dudosa que ha escandalizado al mundo- no es suficiente para que se tome real dimensión del riesgo, me pregunto, señores candidatos, ¿qué hace falta entonces?…