Toda forma institucional define el sentido político que se le quiere imprimir a una gestión. Nunca es neutra la forma en que se organiza un gobierno para atender los asuntos públicos. En la ciudad de Buenos Aires, la institucionalidad de la cultura es por demás elocuente. El Ministerio de Cultura tiene bajo su responsabilidad el área de Turismo de la ciudad, pero las industrias culturales están bajo la órbita del Ministerio de Desarrollo Económico. Y para que no queden dudas del enfoque que guía a la actual administración porteña, al frente del Ministerio de Cultura se encuentra un empresario de turismo, Hernán Lombardi.
El PRO piensa a la cultura como entretenimiento, como un continuo espectáculo. Su función es recrear a los pasajeros del crucero. La calidad del espectáculo puede ser mediocre o buena. Puede brindar una experiencia estética o no dejar nada, pero nunca el pasajero será un protagonista. Lo único que les interesa es que vuelva a contratar el servicio. Los eventos culturales solo buscan “vender” la ciudad a los visitantes.
El macrismo no tiene política cultural que implique la participación ciudadana; que contenga el impulso desde los barrios, los centros culturales, las bibliotecas, los medios de difusión; que permita a nuestros conciudadanos apropiarse de su ciudad, ser partícipes de sus transformaciones, crear su cultura, su ciudadanía.
La otra señal que define esta concepción neoliberal de la cultura es la de pensar a las industrias culturales solo en su dimensión económica, y no en su doble carácter de bienes simbólicos y económicos. Para el macrismo, la promoción de los complejos editoriales, musicales, audiovisuales o de diseño es solo un hecho monetario.
El impulso de las industrias culturales no debe apuntar solamente a aumentar la facturación de determinadas empresas. Debe crear instrumentos para que un trabajo de base, de estímulo de la creatividad, de la identidad, de la integración federal, encuentre su cauce.
Una política cultural que haga centro en el poder de transformación de una sociedad con una participación activa del pueblo necesita de herramientas para la difusión de sus creaciones. El neoliberalismo fragmenta, recorta y propicia que el mercado sea el gran organizador. Por el contrario, una política popular integra a la sociedad y crea mecanismos que amplíen la producción y el acceso a los bienes culturales. Da voz a los silenciados, porque entendemos a la cultura y a la educación como los grandes motores de la igualdad y la integración.
Los porteños tenemos que comenzar a discutir si queremos tener una cultura que nos tome como meros turistas o que nos posicione como protagonistas de nuestra ciudad.