La ciudad de Buenos Aires es el distrito más rico de la Argentina y, a la vez, el que registra mayores niveles de desigualdad. Esta abismal asimetría deriva en una evidente fragmentación de la sociedad porteña. Condiciones todas que son el resultado de la decantación histórica de circunstancias de orden nacional, y que no pueden atribuirse a la administración local de turno. Sin embargo, es evidente que un gobierno puede acentuar o revertir el estado en que se encuentra un país, una provincia o una ciudad al hacerse cargo de su gestión.
En la Capital Federal, por convicción ideológica y por decisión política, el macrismo gobierna reforzando esta profunda fragmentación. La comunicación PRO (tal vez una de las pocas áreas de la gestión porteña que no subejecuta sus partidas presupuestarias) es prueba palmaria de cómo el macrismo piensa a las políticas públicas como una administración de lo fragmentado. Para los usuarios de las nuevas tecnologías, dispone Wi-Fi libre en las plazas. Para los taxistas, un crédito del Banco Ciudad para renovar su unidad. Para los jóvenes que quieren mudarse, otro crédito del Ciudad. Para los creyentes, una gigantografía de la imagen del Papa Francisco colgada en el Edificio del Plata. Para los supermercadistas, el negocio de las bolsitas plásticas. Para los usuarios del subte, aumentos del boleto. Para los de las autopistas, aumentos de peajes. Y así sucesivamente.
Cuando el macrismo excepcionalmente elabora una medida universal, incrementa geométricamente el costo del ABL. Cuando intenta acercarse al concepto de transformación, vuelca camionadas de arena para que el Parque Roca se convierta en una playa. El macrismo sólo toma compromisos si se trata de deudas, en un ejercicio de dependencia voluntaria que es el espejo invertido de las políticas nacionales de desendeudamiento. La concepción política del PRO agiganta las diferencias y la desintegración en la ciudad, abonando el terreno para el dominio de los jugadores más poderosos.
¿Y qué pasa con la cultura? Lo mismo. Para los aficionados al arte, tiene festivales. Para quienes les interesan los museos, tiene una noche al año. Para los emprendedores culturales, un inviable sistema de mecenazgo. Para Tom Cruise, una cucarda como Personalidad Destacada del Arte. Para quienes protestan en un centro cultural, policías y balas de fuego.
En una sintonía muy diferente, para el gobierno nacional no existe el piloto automático. Por eso trabajamos para cambiar las cosas, para mejorar la vida de los argentinos y revertir aquellas situaciones que devienen en injusticias. Una de ellas, que atañe al ámbito específico de la Secretaría de Cultura, es la elevada concentración de la producción cultural, que en nuestro país se nuclea en un 75% en la región metropolitana. Para democratizar esta producción, para darle visibilidad a las industrias culturales de las provincias y para fomentar mercados regionales que giren en torno a nuevos ejes de distribución, en 2012 impulsamos una fuerte política federal. Fueron seis encuentros regionales en los que participaron más de 2500 empresas y productores culturales de todo el país. Y ahora, del 11 al 14 de abril, estos y otros emprendedores junto a 300 invitados internacionales participarán de la segunda edición del MICA, el Mercado de Industrias Culturales Argentinas.
El MICA será la plataforma donde nuestra identidad cultural se manifieste en su dimensión simbólica y a la vez corporice su notable dimensión económica. No será cualquier vidriera. No será un tinglado donde se oferten espejitos de colores. Tampoco una feria donde se destaca el que más grita o el que más tiene. El MICA será el escenario igualitario para mostrar al mundo los seis sectores de las industrias culturales argentinas: audiovisual, artes escénicas, Diseño, editorial, música y videojuegos. Y lo hemos construido apostando a federalizar la producción, a democratizar el acceso, a multiplicar las voces, a estimular a las Pyme, a combinar inspiración y talento con empleo y capacitación.
Será en Tecnópolis, el predio dedicado a la cultura y las ciencias que el gobierno nacional construyó en Villa Martelli, tras la negativa de Macri de hacerlo en la ciudad en 2010. El motivo (la excusa) aquella vez fue no generar un caos vehicular. Tal vez estaba reservando muy anticipadamente el espacio para el circuito callejero de TC 2000 que endemonió a la ciudad esta última semana de marzo. Otro ejemplo más de cómo el macrismo privilegia el turismo y el show antes que las políticas culturales de fondo que persiguen la inclusión y el desarrollo de nuestros productores.