Por: Sergio Bergman
Nos cuenta la historia bíblica, en el Libro de Esther, que ella, siendo una mujer fiel a su identidad judía, llegó a ser reina en Persia con la misión de salvar a su pueblo.
Según la tradición religiosa, hoy la comunidad judía dedica un día de ayuno en su honor.
El relato de la Biblia dice que la Reina tenía que convencer al rey de anular el edicto de exterminio judío.
En mérito a esta tarea sagrada y a este logro, tenemos en Esther el modelo de la mujer valiente que, sin renegar de quien es, logró enfrentar el mal y transformarlo en bien.
Aun con el poder de ser reina, no se olvidó de quién era, cuál era su origen ni su destino. Fue tan fiel a su rey como a su Pueblo. Estaba del lado del bien y no del mal.
Hoy, nos encontramos ya no en Persia sino en Argentina. Aquí no tenemos rey a quien obedecer como vasallos, pero sí una Presidente que pretende eso de nosotros.
Sin embargo, en una de nuestras emblemáticas provincias sí tenemos una Reina: es la esposa del Zar; y, al mismo tiempo, sin negar nunca su identidad judía, está dispuesta no solo a reinar en su feudo, sino a cumplir con obediencia debida lo que le impone el Poder Ejecutivo Nacional: entregar al pueblo argentino en un pacto con Irán.
A diferencia de Esther, la reina en el Senado está dispuesta a sellar el punto final de la causa AMIA, volver a enterrar en impunidad a las víctimas, negociar con quienes niegan la Shoá y pactar con quienes piden destruir al Estado de Israel.
Es Reina en Tucumán, es referente de la comunidad, pero, a diferencia de Esther, en lugar de salvarnos, nos va a entregar.
¡Qué paradoja la de este día! En el pasado, una reina judía nos salvó; hoy, otra reina judía nos traiciona.
El mal está en Irán. Que nosotros no lo tengamos acá, a través del Senado, por aquellos que van a votar a favor de este pacto del que nos vamos a lamentar.