De antaño es la discusión sobre la rigidez de los precios a la baja. En 1776 el mismísimo precursor de la escuela clásica, Adam Smith, planteó la problemática en el marco de la posibilidad de las naciones de alcanzar el equilibrio. El quid de la cuestión es la asimetría en el comportamiento de los precios de los bienes de una economía. En términos simples, su planteo implica que, ante un aumento en el valor de los insumos necesarios para producir determinado producto, los precios se incrementan en forma proporcional. Ahora bien, la situación no es semejante cuando éstos caen. Se verifica, en cambio, que los precios de los bienes o servicios son inflexibles a la baja y, a pesar del descenso en el valor de sus insumos, no disminuye. Esta imperfección de mercado pone en jaque los supuestos de “eficiencia de los mercados”.
En nuestro país, esta discusión, siempre vigente, adquiere en la coyuntura actual una especial relevancia. A partir de la corrección cambiaria de fines de enero, observamos un importante incremento en los productos transables, es decir, aquellos plausibles de ser comerciados con el exterior. Llama poderosamente la atención la velocidad del ajuste. Se pudo observar a grandes cadenas de electrodomésticos, concesionarias y demás industrias de insumos importados trasladando a precios la devaluación de forma automática e incluso, en algunos casos, en un porcentaje mayor al de la depreciación de la moneda. Ahora bien, existen varias aristas de análisis sobre el comportamiento de ciertos empresarios, que no necesariamente se corresponden con las mejores prácticas comerciales.
En primer lugar, pensar en la paradoja de Smith aplicada al fenómeno vernáculo. Concretamente, la pregunta para los formadores de precios es: ¿por qué la disminución en la cotización del dólar, que pasó de un máximo de $8,02 a valer $7,80 no fue también trasladada a precios? Este decremento, cercano al 3%, tendría un impacto positivo en las finanzas de muchos consumidores si se reflejara en el valor de los bienes con la misma premura con la que los empresarios aumentan sus productos cuando la moneda se deprecia. Nada de esto sucedió, la inflexibilidad a la baja muestra la imperfección de los mercados actuando en libertad, sin regulación ni defensa estatal.
En segundo lugar, la cuestión fundamental de indagar en la cadena de valor de cada uno de los bienes de la economía. Es primordial lograr un conocimiento acabado de los márgenes de rentabilidad de cada eslabón productivo, no para limitar oportunidades de negocio sino para que cada elemento sea remunerado de acuerdo al valor agregado que adiciona. En tal sentido, el Gobierno Nacional avanzó en extenso en desandar el entramado productivo de muchos sectores, mediante la Secretaría de Comercio. En particular, en los bienes de mayor consumo en los sectores más vulnerables, la referencia que establece la canasta de Precios Cuidados y un sistema de alertas tempranas para monitorear las instancias previas a la comercialización minorista. Son medidas sustanciales y con una implementación más rigurosa que en versiones pasadas. Otros acuerdos con sectores específicos como petroleros, farmacéuticos e insumos industriales difundidos, aportan en igual dirección.
Por último remarcar la versatilidad del equipo económico a la hora de afrontar con diferentes instrumentos una coyuntura cambiante, y a sectores que constantemente buscan torcerle el brazo. Un ejemplo fue la réplica consistente ante la corrida de inicios de año, sobre la cual se explayó en extenso un economista del campo ortodoxo como Miguel Bein, admitiendo lo burdo de las maniobras de los capitales financieros concentrados. Ante tamaño intento de desestabilización, la respuesta certera incluyó distintas acciones, a saber:
- La reapertura de la opción de adquirir fondos para atesoramiento. A las claras el furor por el dólar era pura espuma: respecto del 29 de enero, el momento de mayor cantidad de compras, la adquisición de divisas ya decreció alrededor del 80%.
- La negociación con el Club de París, el Ciadi, y los ahorristas del canje de deuda. Esto sigue siendo congruente con la decisión de honrar las deudas del Estado Argentino, sin importar quién las generó (no fue este Gobierno, claramente).
- La puesta en marcha del nuevo índice de precios IPCNu. De más está destacar la importancia de un trabajo homogéneo de todos los institutos de estadísticas provinciales (menos CABA, para variar) a los términos de contribuir en una labor con rigurosidad técnica, a diferencia de las mediciones privadas.
Así las cosas, volviendo a Smith, es notable su apropiación intencionada por lo más rancio del neoliberalismo, en pos de resaltar las bondades del mercado y de su ajuste natural, sin intervención de un Estado que sólo causaría distorsiones. Ahora, sólo existe silencio cuando la lógica debería ser conducente a un equilibrio que afecte los márgenes de ganancias de los sectores con poder de mercado. Ahí la teoría desaparece, sólo queda la praxis más vetusta.