Si los cubanos apestábamos…

Tania Quintero

En Cuba, parece que muchos todavía no se han enterado que hace ratón y queso los cubanos empezamos a apestar, no en las guaguas ni en la lanchita de Regla, si no en el planeta. No es peste a grajo, como la de los bolos. El olor es otro. A boniato salcochao con picadillo de soya. A fongo hervido con jurel. A croqueta de claria frita en grasa de pellejo de pollo. A populares y chispaetren.

Que el ‘subdesarrollo muerda’ y acojone al bolitero del barrio, que nunca ha salido de su provincia, se puede entender. Pero no en cubanos ‘leídos y escribidos’ que a menudo navegan por internet. Y en pleno siglo XXI, sin sonrojarse, cuentan las mordidas del subdesarrollo con maracas y chancletas de palo.

Como si fuese algo gracioso, cuando es muy penoso. Porque antes de 1959, cualquier cubano se podía hacer un pasaporte y viajar a cualquier país, aunque la mayoría prefería Estados Unidos. Era el caso de Silvia, Clara y Ofelia, las hijas de mi vecina Eloísa, que a cada rato iban a Miami. Ninguna de las tres eran ricas: eran habaneras humildes y trabajadordas. Entonces, el pasaje de ida y vuelta a la Florida, si mal no recuerdo, costaba 49 pesos (en esa época, el dólar y el peso tenían el mismo valor).

Es una verdadera vergüenza, y una violación de los derechos humanos, que después de 54 años de “revolución” no todos los cubanos, sino sólo aquéllos aprobados por el régimen, son los que van a tener posibilidad de viajar y conocer “el mundo en funcionamiento” (expresión que ya quedó inscrita en el Libro de las Guajiradas).

Cuba no es la primera dictadura que a sus ciudadanos les concede la migaja de viajar al exterior. Hace tiempo, China permite que los chinos viajen, como turistas o para estudiar, trabajar o montar negocios en países capitalistas. Y los chinos entran y salen sin hacer bulla. Viajan con laptops, cámaras fotográficas y de videos, las imágenes las cuelgan en sus redes sociales o las imprimen y ponen en sus álbumes. Sin alardes.

Muchos ‘narras’ son de pueblos tan o más atrasados que los municipios criollos. Y las torpezas cometidas en aeropuertos, aviones y ciudades foráneas las dejan como anécdotas para contar a familiares y amigos a su regreso. Los chinos tienen sus cosas, pero tienen amor propio. Los japoneses se hacen el harakiri.

Los cubanos no. Nos creemos los bárbaros de la colmena, los más ‘calientes’. Pensamos que a base de penes y fondillos vamos a conquistar al “mundo en funcionamiento”. O con botellas de ron, cajas de tabaco y cadenas de oro. Cosas de indios con levita.

Quienes nunca han salido de la isla es normal que hagan el ridículo. Ok. Luego lo cuentan por teléfono, carta o email. Pero hacerlo público no da ninguna risa. Son tan bobos de la yuca (o se hacen) que ni siquiera se dan cuenta que los están cogiendo pa’l trajín. Cuando después esas declaraciones en tono de jarana se leen fuera la isla, se vuelven el hazmerreír en el mundillo del cubaneo.

Si ya los cubanos apestábamos, a partir del 14 de enero de 2013 empezamos a apestar todavía más. Un tufillo rancio, viejo. De enguatada sudada bajo el sol. De pantalón verde olivo sin lavar. De jaba con tierra de las papas compradas en el agro. De café molido con chícharos. De moringa y libreta de racionamiento.

En tiempos de crisis económicas y conflictos bélicos, de desastres naturales y oleadas migratorias, los recursos de todos los países han disminuido. Los gobernantes -y habitantes- de las naciones desarrolladas piensan que no es su problema si a los ‘pobrecitos cubanos’ los tenían encerrados en su isla y no les dejaban salir. Y se han apurado en tomar medidas, para evitar posibles éxodos no deseados.

Visto lo visto, esos cubanos papelaceros dan lástima. Al margen de que algunos han querido ser como el Che, forman parte de la generación que tuvo la desgracia de nacer en la etapa más oscura, inculta, maleducada y desinformada que ha habido en Cuba en las últimas cinco décadas. Por culpa de dos hermanos, hoy octagenarios.

 

Publicado originalmente en el Blog de Zoé Valdés.