Por: Tomás Bulat
En la apertura de sesiones ordinarias del Congreso el día viernes, como era de esperar, no hubo ningún tipo de anuncio económico relevante por parte de la presidente más allá de confirmar que Argentina va a proponer pagarle a los fondos buitres en las mismas condiciones que a los bonistas que entraron al canje.
Normalmente, en los discursos inaugurales, la economía tiene un rol muy importante. No fue la excepción en éste, sólo que todas las referencias fueron de la última década y no del último año, y tampoco habló de lo que pasará de aquí en adelante. Por lo tanto, es de prever que continúe pasando lo mismo.
Todos sabemos que la Argentina creció desde el 2003 hasta el 2011, con excepción del 2009, pero también todos sabemos que la economía no creció el año pasado, que el desempleo subió, que la construcción cayó, que perdimos el superávit energético, que las reservas del BCRA bajaron a niveles menores que en el 2007, que la inflación fue la cuarta más alta del mundo, que la inversión disminuyó un 15%, etcétera.
Pero de eso no se habla. La pregunta es ¿por qué? Principalmente porque sería mostrar que la gestión económica actual carece de rumbo. El fallecimiento de Néstor Kirchner generó un vacío político que la presidente supo llenar, pero tiene un vacío económico que está vacante.
No se habla de los problemas económicos, no porque no existan, sino básicamente porque no se tiene en claro cómo resolverlos. Se supone entonces que ignorando su existencia, aunque no desaparezcan, al menos pasarán desapercibidos.
Hay que reconocerle que en parte es cierto. Los medios y la oposición hablan de la democratización de la justicia, que ni figura entre las preocupaciones de la mayoría de los habitantes, mientras que la inflación y el desempleo suben juntos de la mano.
Déficit fiscal y externo
La inflación y el control cambiario no son el problema económico, son los síntomas que surgen por haber perdido los superávit gemelos que la economía argentina tuvo entre 2003 y 2010. Desde el 2011 el superávit fiscal se convirtió en déficit, y el superávit comercial se sostiene a base de prohibiciones a importar y a estancar el crecimiento.
De lo que se debería hablar es de cómo se cierra la brecha fiscal, cómo se limitan los subsidios y los gastos superfluos o cómo se cobran aún más impuestos.
También de cómo se logra volver a tener superávit comercial con una economía en crecimiento y sosteniendo un ya más que notorio retraso cambiario, que nos ha llevado a estar más caro que en la convertibilidad. Pero no sólo eso, sino que debería estar al tope de la agenda de discusión qué decisiones se tomarán para promover la inversión privada que permita la generación de empleo genuino.
Sumado a esto, cómo se hace para incrementar la producción de petróleo y gas con recursos financieros locales, que son baratos pero escasos para disminuir el creciente déficit energético.
Hablar de estos temas implica comenzar a tomar decisiones estructurales muy relevantes que son poco vendibles políticamente, pero necesarias. Por ahora se prefiere seguir con congelamientos imposibles de sostener, con el objeto de maquillar lo que ya es evidente necesita ser cambiado.
Todo ”modelo económico” tiene su fin. Este ya lo tuvo en el 2012, no es ni bueno ni malo. Dio resultados muy buenos durante bastante tiempo, que terminaron de hecho dando un triunfo contundente al partido de gobierno en las últimas elecciones.
Pero el modelo no da más y hay que cambiarlo. No debería verse como una derrota, sino como una etapa que sirvió, pero terminó.
De eso hay que hablar ahora. De lo que no funciona y de lo que viene. Los historiadores explicarán lo que pasó en esta última década ganada. El gobierno tiene que hablar de lo que va a hacer en los próximos 3 años, o -al menos- en los próximos 3 meses.