Por: Tomás Bulat
Todos nos emocionamos por la respuesta de solidaridad de los argentinos en general, no solo haciendo donaciones de alimentos, colchones o frazadas, sino también dando parte de su tiempo. Tampoco podemos olvidar las historias de hombres y mujeres que en medio del temporal se arriesgaron para poder ayudar a otros, como lo cuentan muchas crónicas de los diarios del domingo.
No voy a hacer énfasis en el gran ausente que fue el Estado, tanto nacional como provincial o municipal. Tanta soberbia de que el Estado lo puede todo y las ONG salieron a salvar vidas. Cruz Roja, la Red Solidaria, la iglesia, solo por nombrar algunas.
El Estado, bien gracias. La política victimizándose. La gente resolviendo las cosas como puede.
Los argentinos solidarios después, nunca antes.
Pero voy a ser crítico con este espíritu solidario. Es la solidaridad del día después, y esta catástrofe en gran parte fue por la falta de solidaridad en los días anteriores.
La principal lección que debemos aprender es que esto no tiene que volver a suceder. No estoy hablando de que no vuelva a llover, cosa que va a pasar. Tampoco hablo de que no vuelva a inundarse los barrios que sufrieron estos días, porque van a volver a inundarse.
Lo que NUNCA MÁS tiene que pasar es la cantidad de muertos que la tormenta y la desidia se llevaron.
Las catástrofes naturales son parte de la vida de los seres humanos. La capacidad de prepararse para enfrentarlas es lo que lo distingue. Durante el año 2010 dos grandes sismos tuvieron lugar en América Latina. Uno en Haití y el otro en Chile. Los dos de prácticamente la misma magnitud. La cantidad de muertos fue de 316.000 en Haití y de 525 en el otro.
Esto no sólo lo explica la densidad territorial, sino cómo cada sociedad estaba preparada para enfrentar el terremoto. Minimizar o no los daños es la diferencia humana.
Toda ciudad tiene sus riesgos. Mendoza o Santiago de Chile son zonas sísmicas. Tienen riesgo de terremotos y Mendoza de granizo. No es zona de huracanes y tampoco de inundaciones.
Miami o La Habana son ciudades que son anualmente amenazadas por huracanes. No son susceptibles de padecer tsunamis, porque no se producen en el Atlántico, sino en el Pacífico.
Buenos Aires y La Plata no tienen riesgo de tsunamis ni de terremotos. Tampoco de huracanes. Pero es obvio que tienen riesgo de inundaciones. Son ciudades que están pegadas al río más ancho del mundo y su superficie es plana y muchos afluentes van hacia el río principal. Por lo tanto ante temporales de viento y lluvia hay riesgo cierto y siempre de inundaciones.
¿Cómo nos hemos preparado como sociedad para saber que hay qué hacer si sucede un gran temporal? ¿Tenés que salir de tu casa o quedarte adentro? ¿Sabés cuál es el lugar más alto del barrio? ¿Qué calles son las que tenes que evitar seguro porque son donde con mayor fuerza corre el agua? ¿Hay alarmas nocturnas para despertar a los vecinos por si viene una inundación de noche? ¿Hay que cortar la luz, etc.?
Todas estas preguntas son simples y hasta casi obvias. Lo interesante es que hoy, ninguna de estas respuestas está contestada para la próxima lluvia. Esto no se resuelve con dinero, esto es organización, es educación, es solidaridad como sociedad. Si obligáramos a que estos contenidos nos los enseñen, el nunca más sería posible.
No es el nunca más de la naturaleza, es el de los muertos por nuestra culpa como sociedad. No esperemos que el Estado lo organice porque no lo va a hacer. Es año de elecciones y estará ocupado en otras cosas. Pero sí tenemos que hacerlo nosotros.
La solidaridad que vemos estos días mostró lo que somos capaces de hacer ante la adversidad. Probemos que podemos hacer cosas también para prevenir la adversidad.