Por: Tomás Bulat
Dentro de las cada vez más ásperas discusiones que se tienen sobre la situación económica actual, donde faltan datos pero sobran descalificaciones, el miedo al cambio comienza a ser usado con mayor frecuencia.
La economía no debe ser dogmática. Se trata de una ciencia social que estudia comportamientos humanos y, por lo tanto, cambiantes; donde no sólo juega la racionalidad, sino fuertemente la emocionalidad. Es tan grave como equivocado para entender qué nos pasa, suponer que todos los actores económicos son siempre racionales, como pensar que el comportamiento es únicamente ideológico o emocional.
Lo más interesante es que las personas aprendemos a lo largo de la vida. No es lo mismo un comportamiento luego de vivir una hiperinflación. Tampoco lo es aquel que sufrió el desempleo por mucho tiempo sin ingresos y sin futuro.
Ambas son situaciones traumáticas que dejan secuelas que determinan el comportamiento desde ese momento en adelante.
Trauma nuevo mata trauma viejo
El problema en una economía tan volátil como la argentina es que acumula traumas y el último tapa al anterior. Es obvio que a quienes vivimos la híper se nos generó una herida con la inflación que permitió al gobierno de Menem hacer muchas cosas que, de no haber tenido ese trauma, no lo hubiéramos dejado (venta de YPF, por ejemplo).
Al fin de la convertibilidad, en el 2001, llegó la hiperrecesión con un desempleo del 25% y una pobreza del 50%, por lo tanto la falta de empleo se convirtió en nuestro nuevo trauma.
La creación de puestos de trabajo se convirtió en la prioridad y con tal de mantenerlo aguantamos cosas que de otra manera no habríamos aceptado. Como por ejemplo perder el autoabastecimiento energético y volver a depender de las importaciones o la inversión extranjera a gran escala.
Estas situaciones nos impactan en la vida cotidiana también. Luego que a la salida de la convertibilidad no se devolvieron los plazos fijos en dólares y se los pesificó; muchos argentinos que hoy pueden ahorrar ya no lo hacen en el banco.
Por lo tanto los refugios alternativos de ahorro que han tenido mucho éxito han sido los departamentos, el dólar o el euro y últimamente (pese a ser un gasto) el auto.
El falso temor al 2001
Así las cosas, el miedo vuelve a ser parte del discurso político como lo fue a fines de la convertibilidad. En lugar de aceptar que lo que se hace desde la economía está mal, se trata de atemorizar a la gente.
Se plantea falsamente que si se hiciera otra cosa vendría el caos, todo sería peor y catastrófico. Sumado a los calificativos de antipatria, cipayo o comprado por las corporaciones. Así, una vez más, estamos repitiendo historias de miedos y amenazas.
Menos miedo, más soluciones
Lo cierto es que ya los miedos van teniendo cada vez menos impacto, porque los problemas económicos se agravan y nos vamos preparando.
Quienes están en condiciones de ahorrar, no lo hacen en pesos, ya que ven que pierde valor. Por el contrario, quienes toman créditos lo hacen en pesos a tasa fija que con la inflación y la devaluación cada vez valen menos.
Es decir que quienes compren pasajes al exterior antes de octubre, o autos importados o títulos en dólares saben que esto no puede durar y aprovechan los desajustes que da la macroeconomía.
Ya una devaluación no toma por sorpresa a nadie y no rompe contratos. Casi nadie tiene deudas en dólares y sí muchos en pesos. Nadie tiene depósitos en dólares en los bancos. Es decir, que se aprendió de lo vivido.
Por lo tanto hay que dedicarse a resolver los problemas de inflación, de atraso cambiario, de falta de inversión, de rentabilidad de economías regionales, y de volver a crear trabajo. Y dejar de perder tiempo concentrado en atemorizarnos.
Nunca amenazar con “yo o el caos” es bueno. Primero porque no es cierto, y segundo porque ya cada vez menos gente lo cree.