Por: Tomás Bulat
Argentina es un país que no nos permite extrañar nada. Uno, que es un “adulto joven”, recuerda los 80 y su economía de inflación creciente y falta de financiamiento externo. Me acuerdo además que eran los tiempos en que comenzaba la renegociación con el Club de París.
También en diciembre empezaba el calor y los cortes de luz propios de aquella época, eso sí, programados y en turnos de 5 o 6 horas. Para que no los extrañemos, hoy también los tenemos, sólo que preventivos, es decir, llegan de sorpresas y nunca se sabe cuándo se irán.
Los mayorcitos cuentan además con algunas reminiscencias de otras épocas, como por ejemplo los años 70 y sus restricciones a comprar dólares que originaban los tipos de cambio diferenciales (el dólar comercial, turístico, financiero, negro aggiornado hoy como blue).
Casi vivimos un verano en el túnel del tiempo: de los 90 nos traemos los piquetes hoy en todas las calles de Buenos Aires, del 2000 los saqueos de las provincias del interior. Es decir, estamos concentrando la breve historia de la decadencia argentina en tan solo 30 días.
Una especie de Disneylandia de Argentina donde todas las experiencias pasadas que nos gusta recordar las tenemos juntas para experimentarlas más y mejor. De paso, debemos ser justos, viene con viajes al exterior que nos salen muy baratos, acorde a las épocas del deme 2.
Sin embargo, como somos perfeccionistas, vamos por los detalles. Nos faltaba la importación de productos alimenticios para controlar los precios internos y entonces, ¡bingo!, aparecieron los pollos de Mazzorín en su versión reloaded, que son los tomates de Kicillof.
Repetir fracasos
Lo interesante de Argentina es que no aprende de sus errores y, por lo tanto, los repite. Vale la pena recordar que los pollos de Mazzorín no solo no bajaron los precios, sino que se pudrieron sin que nadie los consumiera.
Otra vez tratamos de resolver el problema inflacionario con una política microeconómica. ¿Alguien realmente puede creer que la inflación se frena importando tomate?
Si alguien piensa eso les cuento que hubiera sido más inteligente y de mucho mayor impacto autorizar la importación de trigo para que el pan no subiera lo que subió (sin volver más a su precio anterior). El pan a 20 pesos llegó para quedarse.
No sé si finalmente se importará tomate brasileño o no. Y a nadie le importa, excepto -claro está- al iluminado que logre traer los tomates y se los venda al Mercado Central.
Basta de copiar lo que no funciona
Quizás alguna vez sería más beneficioso empezar a tomar los problemas en serio. Tener un buen índice que mida la inflación, que nos diga cuáles son los sectores que más crecen, que podamos presentar un plan antiinflacionario integral con política monetaria, fiscal y de ingresos coordinada.
Mientras eso no suceda, después del tomate vendrá la cebolla o el pepino o la yerba. Pero algo es seguro, la inflación seguirá creciendo. Y nuestros problemas multiplicándose.